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¿JESUCRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS?
-Por Lic. Santiago F. Garavaglia-

Quienes asistimos a la misa dominical, después de escuchar la homilía del sacerdote, nos unimos en la recitación del Credo, declaramos en voz alta la lista de los principios de fe que un católico debe aceptar para estar en consonancia con las enseñanzas de la Iglesia.

No obstante, con frecuencia lo realizamos de manera automática y rutinaria, sin prestar mayor atención a nuestras palabras. De esta manera, en la lista de los dogmas de fe que afirmamos creer, se encuentra uno particularmente inusual y perturbador. Este dogma sostiene que “Creo que Jesucristo fue crucificado, murió y fue sepultado. Descendió a los infiernos.”

Si alguien nos interrogara de manera inesperada sobre si creemos que Jesús estuvo en el infierno, sin duda responderíamos enfáticamente que no. Sin embargo, al llegar el domingo, repetidamente proclamamos esta afirmación sin titubeos y con total naturalidad. ¿Qué queremos expresar con esta declaración?

La teología lo define como la ausencia total de Dios. Por lo tanto, Jesucristo, siendo Dios mismo, no podría haber ido al infierno como un lugar físico, ya que su presencia transformaría el infierno en el cielo.

La afirmación de que Cristo descendió a los infiernos es un dogma de fe propuesto por la Iglesia, basada en 1Pedro 3,18 (conocido como el descenso canónico), y el segundo proviene del Evangelio apócrifo de Nicodemo en sus versiones latina y griega. A través del análisis de estos textos, se exploran varios aspectos relacionados con la conceptualización y evolución del infierno, permitiendo vislumbrar relaciones entre literatura, teología y semiótica, así como una aproximación al significado profundo del descenso de Cristo a un espacio maldito.

El Viernes Santo y el Domingo de Pascua son celebrados comúnmente por los cristianos. Sin embargo, el Sábado Santo, aunque litúrgicamente considerado un día vacío en el que no se realizan misas, bautismos ni casamientos, es un momento de espera y silencio antes de la celebración de la Vigilia Pascual, que marca el inicio del Domingo de Resurrección y la culminación de la Semana Santa. Sin embargo, la Iglesia coloca en este día el dogma de la “bajada de Cristo a los infiernos”. La solución a este dilema radica en una verdad que constituye un pilar fundamental de nuestra fe.

Primero destaquemos que existe una distinción entre “los infiernos” y “el infierno”. Según la teología cristiana, “el infierno” representa el estado en el que los condenados permanecen eternamente. Por otro lado, “los infiernos” se refiere al lugar al que, en tiempos antiguos, el pueblo de Israel creía que iban todos los fallecidos.

En la antigua concepción hebrea del cosmos, se creía que existía el “sheol”, la morada de los muertos, un mundo subterráneo ubicado debajo de la Tierra. Según esta creencia, todos los difuntos descendían a este lugar sin excepción. Cuando se escribieron los evangelios (en griego) la palabra "sheol" se reemplazó por "hades". Posteriormente, al ser traducido al latín, se empleó el vocablo "infernus", cuyo significado denota un "lugar inferior" o "subterráneo". Estas tres designaciones señalan una misma realidad.

La Biblia asigna a los residentes del sheol el enigmático término "refaím", que se traduce como "los impotentes". Esta denominación sugiere que, en el sheol, estas entidades subsistían en un estado lúcido, etéreo y somnoliento. No participaban en actividades, carecían de pensamientos, no experimentaban placer alguno, desconocían los acontecimientos terrenales y no mantenían la capacidad de alabar a Dios ni establecer contacto con él. Eran esencialmente entidades vivientes en forma de sombras.

De esta manera, se comprende por qué la noción de un Cristo que experimentó la muerte humana no fue fácilmente aceptada en la Iglesia, ya que desafiaba percepciones arraigadas y generaba disensión entre los creyentes.

Con el propósito de afirmar esta creencia, se formuló un dogma que establecía: "Creo que Jesucristo fue muerto y sepultado". Para eliminar cualquier ambigüedad acerca de la realidad de su muerte, se agregó la afirmación "descendió a los infiernos" que, aunque hoy entendemos que involucra conceptos no coincidentes con nuestra comprensión contemporánea de la geografía y la vida después de la muerte, mantiene su validez en términos de fe. En la perspectiva actual, reconocemos que la tierra es esférica y, por ende, se rechaza la noción de que los difuntos desciendan a un "lugar inferior". Sin embargo, el núcleo de la verdad de fe perdura, ya que la afirmación simplemente subraya la realidad de la muerte de Jesús, indicando que experimentó la humillación de la muerte, quedando separado de la vida y excluido del mundo que continúa su existencia. Cuando los católicos confesamos que Jesucristo "descendió a los infiernos", expresamos la idea de que verdaderamente transitó por el estado de muerte, alcanzando el límite extremo de su aniquilación y tocando fondo en esta condición.

Cuando Jesucristo murió, descendió para anunciarles la buena nueva y llevarlos consigo al Paraíso. De este modo, Cristo inauguró el cielo, y tras él ingresaron todos aquellos que, antes de su advenimiento, habían sido considerados dignos de la salvación. Según la afirmación de san Pedro en su discurso de Pentecostés, las cadenas que mantenían a Cristo y a todos los difuntos en el sheol fueron rotas de manera definitiva (Hch 2, 24).

Para aquellos que nacen en este mundo después de la venida de Cristo, el dogma sostiene que Jesucristo atravesó la puerta de la muerte, previamente identificada como "los infiernos", y la destruyó por completo. Las puertas de la muerte quedaron permanentemente abiertas, tanto para aquellos que vienen después de Cristo como para aquellos que fallecieron antes. Esta realidad transforma la percepción de la muerte, al establecer que la vida prevalece en medio de ella.

Este relato resalta la importancia de entender que la gracia redentora de Cristo está disponible para todos, independientemente de la época en que vivan. Invita a reflexionar sobre la responsabilidad perpetua de cada generación de responder al llamado de Cristo, un llamado que trasciende el tiempo y que siempre se presenta como una oportunidad para unirse a la misión salvadora de Cristo en la historia de la humanidad.

 
*Santiago Garavaglia es Licenciado en Teología
y estudiante de la Maestría en Teología
Dogmática en la Universidad Católica de Córdoba
https://elblogdelteologo.blogspot.com/
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