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LAS POBREZAS NO SON TODAS IGUALES
-Por Luigino Bruni-

Las pobrezas no son todas iguales, ni todas son ‘malas’. Hay palabras que solo hablan de negatividad: mentira, racismo, asesinato,... La pobreza no está entre estas, porque junto a la ‘pobreza’, hay otras -las de Cristo, las de Francisco, las de Gandhi, las de muchos poetas y hombres justos- que si fueran arrancadas de la tierra la dejarían muy empobrecida y desolada.

 

Por eso, especialmente con la pobreza, cuando la utilizamos, sobre todo dentro del mundo cristiano, debemos especificar de qué pobreza estamos hablando. De aquella que abre a las Bienaventuranzas o aquella de las favelas del mundo, la pobreza virgen de Asís o la pobreza moral de muchas personas, casi todas ricas. La pobreza es una plaga, pero también una bienaventuranza si se elige por amor a los demás. El espectro semántico de la palabra pobreza va desde la tragedia de quien sufre la pobreza (de los demás, de los acontecimientos), hasta la dicha de quien elige libremente la pobreza por amor al prójimo, haciéndose pobre para liberar a otros de formas de pobreza no elegidas. ¿Y si no es éste también el sentido profundo de la acción de las decenas de miles de misioneros que trabajan en los países más desfavorecidos?).

El economista iraní Majid Rahnema, por ejemplo, identifica cinco formas: “La elegida por mi madre y mi abuelo sufí, a la manera de los grandes pobres de la mística persa; la de ciertos pobres del barrio donde pasé los doce primeros años de mi vida; la de las mujeres y los hombres de un mundo en modernización, con ingresos insuficientes para hacer frente a la avalancha de necesidades creadas por la sociedad; la vinculada a la privación insoportable que sufren una multitud de seres humanos reducidos a formas humillantes de miseria; la representada, por último, por la miseria moral de las clases terratenientes y de ciertos círculos sociales con los que me he topado a lo largo de mi carrera profesional” (Cuando la pobreza se convierte en miseria, 2005, p. X).

También la experiencia directa me ha persuadido de que ninguna forma de pobreza- miseria puede resolverse sin amarla: sólo quien puede ver en una forma de pobreza (herida) algo bello puede redimirla (y convertirla en bendición).

Por eso, sin carismas, nunca se escapa por completo a las trampas de la pobreza: las instituciones no bastan. Tomemos algunos ejemplos. La sociedad antigua veía el trabajo manual como algo solo propio del esclavo; san Benito y los padres del movimiento monástico vieron en él algo más y diferente, y lo colocaron en el centro de la nueva vida de sus comunidades: ora et labora. La ciudad de Asís vio en los pobres sólo el desperdicio de la sociedad; Francisco vio en ella “Madonna Pobreza”, algo tan hermoso que lo llevó a elegirla como el ideal de su vida y la de tantos que lo siguieron y siguen. En los pueblos indígenas de Paraguay, los gobernantes portugueses y españoles vie ron una especie no sustancialmente diferente de los animales de la selva, a los que se les negó incluso un alma. El carisma de Ignacio de Loyola permitió ver algo aún más y diferente en aquellas poblaciones, e inventar esa profética experiencia de civilización e inculturación que fueron las reducciones en los siglos XVII y XVIII, formas de economías sociales ante litteram. Luisa de Marillac, Francisco de Sales, Juana de Chantal, y luego Don Bosco, Juan Bautista Scalabrini, José Benito Cottolengo, Don Calabria, Francisca Cabrini, Don Milani, Don Alberione recibieron ‘ojos diferentes’ para ver en los ‘desperdicios’ de su tiempo también algo grande y hermoso por lo que valió la pena gastar su vida y la de los cientos de miles de personas que les siguieron, atraídas e inspiradas por esos carismas.

Entonces cuando hablamos de pobreza entendida como privación y exclusión, por lo tanto de aquella ‘mala’, debemos tener presente esta es antes de todo una ausencia de “capital” que impide la generación de “flujos” (incluido el trabajo y sus buenos ingresos) que luego permiten desarrollar actividades fundamentales para vivir una vida digna, y tal vez bella. Si observamos las tantas, crecientes, formas de pobreza no-elegida y sufrida en la que se encuentran atrapadas las personas (todavía demasiado en el mundo, y todavía demasiadas mujeres, demasiados niños, muchas niñas), nos damos cuenta, o deberíamos darnos cuenta, de que las situaciones de indigencia, precariedad, vulnerabilidad fragilidad, inadecuación, exclusión, son fruto de la falta de capitales no sólo y no tanto financiero, sino relacional (familias y comunidades rotas), sanitario, tecnológico, medioambiental, social, político, y aún más educativo, moral, motivacional, espiritual - hambrunas de philia, de ágape. Esto es cierto para la vieja pobreza (de pan, comida, educación...), y más aún para la nueva pobreza: cuando una persona termina en el negocio del juego, casi siempre se ve privada de capital relacional, motivacional y educativo.

Para comprender entonces qué tipo de pobreza experimenta una persona definida como pobre (con menos de 1 o 2 dólares al día), sería fundamental examinar su capital. Y a ese nivel intervenir. Entonces podríamos descubrir que vivir con dos dólares al día en un pueblo con agua potable, sin malaria y con una buena escolarización básica, es un tipo de pobreza muy diferente de la que experimenta alguien que vive con dos (o incluso cinco) dólares al día, pero que no tiene ese capital, o mucho menos. La pobreza es un asunto público y político, no sólo individual. Por lo tanto, toda pobreza es algo distinto de la ausencia de dinero y de ingresos, como podemos ver también en los casos dramáticos en los que perdemos nuestro trabajo y no podemos encontrar otro porque carecemos de “capitales” que serían fundamentales (haber aprendido un oficio en los años adecuados). Por eso trabajar en cultura, educación, libros y prensa es una inversión en la ‘cuenta capital’ de las personas, y como tal altamente productiva a lo largo del tiempo.

Por último, cualquier proceso para salir de las trampas de la miseria y la indigencia empieza siempre por apreciar esas dimensiones de riqueza y belleza presentes en aquellos “pobres” a los que uno quisiera ayudar. Hay muchas pobrezas de los “ricos” que podrían curarse con las riquezas de los “pobres”, si tan solo se conocieran, si se encontraran y se tocaran entre ellos.

 
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