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MEDITACIÓN DIARIA
DEL EVANGELIO - DICIEMBRE 2025
-Por Padre Jesús Antonio Weisensee Hetter-

Intención del Papa para el mes de diciembre: Oremos para que los cristianos que viven en contextos de guerra o conflicto, especialmente en Medio Oriente, sean semillas de paz, reconciliación y esperanza.

 

Lunes 01
San Carlos de Foucauld, fundador
Is 2, 1-5; o bien Is 4, 2-6; Sal 121, 1-9; Mt 8, 5-11

Evangelio: En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho». Le contestó: «Voy yo a curarlo». Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «En verdad les digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahám, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos».

Reflexión: Un pagano ofrece uno de los mayores ejemplos de fe registrados en los Evangelios. Vemos que es un amo generoso, preocupado por el bienestar de las personas que trabajan en su casa. Eso ya era apreciable, pero lo son más su sencillez y su fe. Aunque es jefe militar, no se muestra autoritario ante Jesús, al contrario, se declara indigno de que entre en su casa. Si Jesús le concede el favor que pide, será por pura gratuidad, no en consideración a su rango. Su confianza en el Señor lo expresa bajo la lógica militar. Como él puede dar órdenes y estas se obedecen, así también Jesús, basta una palabra suya para que su criado sane. Y, en efecto, así ocurre.

Oración: Señor, infúndenos una fe sólida como la del centurión para que caminemos gozosos hacia tu encuentro en Belén.

Martes 02
Santa Bibiana
Is 11, 1-10; Sal 71, 1-2.7-8.12-13.17; Lc 10, 21-24

Evangelio: En aquella hora Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron».

Reflexión: Jesús echa por tierra muchas imágenes que nos hacemos de Dios. Si lo concebimos solo como el todopoderoso, es más fácil pensar que Él se pone de parte de los grandes de este mundo, de los sabios y entendidos. En cambio, Jesús aclara que Dios ha decidido darse a conocer en los pequeños, en la gente sencilla. A ellos y por medio de ellos ha escogido mostrarnos su rostro. Eso mismo celebraremos en unas semanas. El Mesías, el Hijo de Dios viene a este mundo en una familia humilde, unos campesinos, y son gente marginal los primeros en recibir el anuncio de su nacimiento.

Oración: Señor, que nuestra mayor grandeza sea hacernos pequeños.

Miércoles 03
San Francisco Javier, presbítero (MO)
Is 25, 6-10a; Sal 22, 1-6; Mt 15, 29-37

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él. Acudió a Él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies, y Él los curaba. La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino». Los discípulos le dijeron: «¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?». Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen?». Ellos contestaron: «Siete y algunos peces». Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos.

Reflexión: En su Hijo Jesús, Dios sale al encuentro de su pueblo, cura sus dolencias, devuelve la vista y el habla, libera de las fuerzas malignas. ¿No era eso suficiente? Lo cómodo habría sido que, después de varios días con Él, Jesús despidiera a la gente para que vayan en busca de alimentos. No obstante, Él no procede de esa manera, le preocupa que «algunos desfallezcan en el camino». Por eso, emprende un gesto de misericordia más: el milagro del compartir. Indaga con sus discípulos, pero ellos, con solo levantar la vista, se desaniman con las matemáticas: no hay pan suficiente para tantos. Jesús los presiona y les enseña que, si se está dispuesto a compartir, el pan alcanza y hasta sobra.

Oración: Señor, que, ante las necesidades de nuestros hermanos, no nos gane el desánimo, sino la fuerza de tu generosidad.

Jueves 04
San Juan Damasceno, presbítero y doctor (ML)
Is 26, 1-6; Sal 117, 1.8-9.19-21.25-27; Mt 7, 21.24-27

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».

Reflexión: Ahora que nos preparamos para la Navidad, este pasaje nos invita a cuidarnos de la banalidad y mercantilización con que la sociedad suele celebrar este acontecimiento. No basta con confesar al Señor de palabra, eso no pasaría de lo superficial. La fe se expresa con la vida, más que con hermosos discursos. No es suficiente llamarnos cristianos, lo importante es que nuestra vida transparente a Cristo. Lo mismo la Navidad, no basta con los adornos, la misa, los regalos, la cena; lo fundamental es que Jesús nazca en nuestros corazones. Entonces estaremos edificando sobre roca.

Oración: Señor Jesús, ayúdanos a conocer y vivir según tu Palabra, según tus enseñanzas.

Viernes 05
Santa Ada, abadesa
Is 29, 17-24; Sal 26, 1.4.13-14; Mt 9, 27-31

Evangelio: En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando: «Ten compasión de nosotros, hijo de David». Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: «¿Creen que puedo hacerlo?». Contestaron: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos, diciendo: «Que les suceda conforme a su fe». Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Cuidado con que lo sepa alguien!». Pero ellos, al salir, hablaron de Él por toda la comarca.

Reflexión: Estos dos ciegos estaban cansados de vivir en la oscuridad; así lo expresa su insistencia en pedir la compasión de Jesús. Seguro tenían noticias de Él, y ahora que pasa por su pueblo, renace en ellos la esperanza de recobrar la vista. Los mueve una fe firme, confían en que el Señor puede sanarlos. Como ellos, muchos de nosotros también andamos ciegos, muchos tenemos ojos y no vemos (cf. Mc 8, 18). No miramos quizás más allá de nuestros intereses o somos miopes ante el prójimo que sufre. Igual la sociedad, necesita de la luz de Jesús para poder iluminar sus tinieblas, requiere un rumbo que lo encamine por la senda de la misericordia y la justicia.

Oración: Sana, Señor, los ojos de nuestros corazones con la luz de tu Evangelio.

Sábado 06
San Nicolás, obispo (ML)
Is 30, 19-21.23-26; Sal 146, 1-6; Mt 9, 35—10, 1.5a.6-8

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «Vayan a las ovejas descarriadas de Israel. Vayan y proclamen que ha llegado el Reino de los Cielos. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios. Gratis han recibido, den gratis».

Reflexión: Jesús no era miope, Él veía con claridad las necesidades de su pueblo. Por eso, su anuncio del Evangelio no se reduce solo a predicar la Palabra, también sana dolencias, libera a los endemoniados. ¿Qué constata el Maestro? Una muchedumbre desorientada, sin un rumbo claro. Pero es, a la vez, un campo maduro, listo para la cosecha, para la mies. Sin embargo, los jefes del pueblo, los pastores que debían guiarlo, no cumplen con su función. ¿Qué hace Jesús? No se queda de manos cruzadas. Conforma una comunidad de nuevos pastores. Ellos conducirán al pueblo para dar los frutos del Reino. Los hace partícipes de sus mismos dones: sanar, dar vida, limpiar, liberar del mal. Esta es la misión a la que nos convoca a todos sus discípulos.

Oración: Ayúdanos, Señor, a superar nuestros temores para dar gratis los dones que nos concedes.

Domingo 07
II de Adviento
Is 11, 1-10; Sal 71, 1-2.7-8.12-13.17; Rm 15, 4-9; Mt 3, 1-12

Evangelio: Por aquellos días, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos». Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: «Voz del que grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”». Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras!, ¿quién les ha enseñado a escapar del castigo inminente? Den el fruto que pide la conversión. Y no se hagan ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahám”, pues les digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahám de estas piedras. Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene la horquilla en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».

Reflexión: Las exhortaciones de Juan el Bautista a preparar el camino del Señor se aplican perfectamente para el Adviento. Este es un tiempo de reflexión y conversión. Al final de otro año más, es importante preguntarnos qué frutos hemos producido, qué hemos hecho a nivel personal y familiar. Si Juan anunciaba que detrás de él viene alguien mucho más importante, eso significa que debemos estar preparados para recibirlo. Así podremos acoger la gracia, la luz y el amor del que está por venir. Por eso, es importante que, como familia y como sociedad, le demos su lugar al Niño Dios y lo dejemos nacer en nuestras vidas.

Oración: Señor, ilumínanos para que veamos qué caminos de conversión nos invitas a seguir.

Lunes 08
Inmaculada Concepción de la Bvda. Vg. María (S)
Gn 3, 9-15.20; Sal 97, 1-4; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38

Evangelio: En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su Reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”». María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.

Reflexión: ¿Por qué existe el mal? ¿Cómo entró en el mundo? Esta es quizás la pregunta que acompaña a la humanidad desde sus orígenes. La Sagrada Escritura plantea una respuesta: «Dios vio todo lo que había hecho, y lo consideró muy bueno» (Gn 1, 31). Este era el proyecto original del Creador, pero, en su bondad, también concedió libertad al ser humano. No deseaba autómatas, quería personas que sepan elegir y elegirlo. Pero nuestros primeros padres se negaron a vivir como hijos y se separaron de Dios, y entonces entraron el pecado y la muerte. ¿Fracasó Dios? ¿Era inviable su proyecto? De ninguna manera, prometió que la mujer aplastaría a la serpiente, símbolo del mal. En María Inmaculada, concebida sin pecado, se realiza esta promesa como anticipo hacia donde caminamos, la derrota definitiva del mal.

Oración: Gracias, Padre, porque en la Virgen María nos has mostrado que tu bondad será la palabra definitiva.

Martes 09
San Juan Diego Cuauhtlatoatzin (ML)
Is 40, 1-11; Sal 95, 1-3.10-13; Mt 18, 12-14

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «¿Qué les parece? Supongan que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad les digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Igualmente, no es voluntad de su Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».

Reflexión: El Padre no quiere que nadie se pierda, he allí la síntesis de su proyecto de amor. Por eso, nos envía a su Hijo, para que seamos encontrados y devueltos a su casa. Él no guarda rencores, no se encoleriza con aquel que pierde el rumbo. Al contrario, deja a todos los demás para empeñarse en nuestra búsqueda. Si nos dejamos encontrar por Él, si acogemos su llamado, en casa no nos esperan reproches, sino una fiesta, alegría. El Padre quiere que compartamos su forma de ser y no dejemos que nadie se pierda.

Oración: Gracias, Señor, porque, incluso cuando nos alejamos de ti, tú sales a rescatarnos.

Miércoles 10
Nuestra Señora de Loreto
Is 40, 25-31; Sal 102, 1-4.8.10; Mt 11, 28-30

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús tomó la palabra y dijo: «Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Reflexión: Aprender de Jesús, en eso consiste ser cristianos. Seguirlo implica asimilar sus mismos sentimientos y actitudes. También supone dejarlo entrar en nuestras vidas, permitirle que Él la colme de sentido. Por eso nos dice: vengan a mí cuando estén cansados y agobiados, cuando la vida los esté extenuando, cuando sientan que todo les sobrepasa. En esos momentos, más que nunca, nos invita a confiar en Él, porque Él dará descanso a nuestras almas, Él dará plenitud a nuestras vidas.

Oración: Gracias, Señor Jesús, porque sabemos que solo en ti hallaremos descanso.

Jueves 11
San Dámaso I, Papa (ML)
Is 41, 13-20; Sal 144, 1.9-13; Mt 11, 11-15

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «En verdad les digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Los profetas y la ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que quieran admitirlo. El que tenga oídos, que oiga».

Reflexión: Este pasaje es complejo de interpretar. Jesús hace una alabanza del Bautista; el más grande de los nacidos de mujer, dice. ¿Pero por qué, a la vez, hasta el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él? No se trata de una cuestión de grado. Juan es el precursor, anunció al que venía a hacer presente el Reino en el mundo (Jesucristo). Nosotros somos afortunados porque podemos participar del Reino de Dios, esa es la grandeza a la que se refiere Jesús. Pero para entrar en el Reino necesitamos esfuerzo (hacer «violencia»), valor para sobreponernos a las fuerzas del mal.

Oración: Señor Jesús, guíanos por el camino de la conversión que nos conduce hacia las sendas de tu Reino.

Viernes 12
Bvda. Vg. María de Guadalupe (Patrona de América) (F)
Eclo 24, 17-22 o bien Rm 8, 28-30; Sal: Lc 1, 46-55; Lc 1, 39-47

Evangelio: En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador».

Reflexión: La fiesta de la Virgen de Guadalupe nos permite adentrarnos en lo más profundo de la religiosidad popular y comprender la fe desde la maternidad de María. La Morenita, como la llaman, nos invita a sentir y experimentar su amor materno en estas palabras que le dirigió a Juan Diego: «¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?». Ella es la madre que se acerca a consolar y confortar al hijo, ella viene a nosotros para traernos la gracia y la providencia de su Hijo. Su fiesta nos invita a renovar la certeza de que Dios camina entre nosotros.

Oración: Virgen de Guadalupe, infúndenos tu amor para que dejemos crecer en nosotros la semilla del Evangelio.

Sábado 13
Santa Lucía, virgen y mártir (MO)
Eclo 48, 1-4.9-11b; Sal 79, 2-3.15-16.18-19; Mt 17, 10-13

Evangelio: Cuando bajaban del monte, los discípulos preguntaron a Jesús: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?». Él les contestó: «Elías vendrá y lo renovará todo. Pero les digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos». Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista.

Reflexión: Otra vez surge la cuestión sobre la figura de Juan el Bautista. ¿Era Elías, como había dicho Jesús (Mt 11, 14), o solo otro profeta más? Esta es una pregunta capital, ya que la tradición afirmaba que Elías volvería para poner las cosas en orden y preparar el terreno para el día del Mesías. Si Elías aún no venía, significaba que todavía había tiempo, que aún se podía seguir dándole largas a la conversión. Pero, si Juan es Elías, significa que ya estamos viviendo en tiempos del Mesías, ya no hay excusa para dilaciones, es momento de escoger si entrar o no en el Reino de Dios. Juan, de hecho, fue rechazado por su pueblo y lo condenaron a muerte. Ojalá nosotros no cerremos el corazón a la voz del precursor del Señor.

Oración: Señor Jesús, ayúdanos a dejar de postergar nuestra respuesta a tu llamado a la conversión.


Domingo 14
III de Adviento (Gaudete)
Is 35, 1-6a.10; Sal 145, 6-10; St 5, 7-10; Mt 11, 2-11

Evangelio: En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Jesús les respondió: «Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!». Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salieron ustedes a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salieron a ver, un hombre vestido con lujo? Miren, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salieron?, ¿a ver a un profeta? Sí, les digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”. En verdad les digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él».

Reflexión: La revelación de Jesús como Mesías fue gradual. Nunca lo dijo explícitamente, la gente y sus discípulos lo fueron descubriendo poco a poco por medio de sus obras y enseñanzas. Solo con la resurrección tuvieron una claridad definitiva y se convencieron de que, efectivamente, Él era Aquel que «había de venir». Las dudas de Juan son, pues, comprensibles. Estaba en prisión, presentía seguro que ya no saldría de allí, y quería saber si no había trabajado en vano, si de verdad cuanto hizo era para abrir el camino al Mesías. Jesús no se impacienta y, para evitar vanaglorias, remite a los signos. Ellos nos dicen por sí mismos quién es Él.

Oración: Padre santo, fortalece nuestra fe en tu Hijo porque en Él nos has mostrado tu rostro.

Lunes 15
San Valeriano de Abbensa, obispo
Nm 24, 2-7.15-17a; Sal 24, 4-9; Mt 21, 23-27

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?». Jesús les replicó: «Les voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestan, les diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?». Ellos se pusieron a deliberar: «Si decimos “del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le han creído?”. Si le decimos “de los hombres”, tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta». Y respondieron a Jesús: «No sabemos». Él, por su parte, les dijo: «Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto».

Reflexión: Existen preguntas que no merecen respuesta porque son formuladas con segundas intenciones. Eso es lo que hacen los sumo sacerdotes y ancianos con Jesús, buscan tenderle una trampa, atraparlo en sus propias palabras para tener de qué acusarlo. Sin embargo, resulta que es Jesús quien termina por enredarlos en sus propias argucias. En una muestra de gran agilidad mental, les devuelve la cuestión con el tema del bautismo de Juan. Los mete en un callejón sin salida, de modo que se ven obligados a admitir su ignorancia. Un diálogo verdadero solo se puede construir desde actitudes sinceras.

Oración: Señor Jesús, limpia nuestras intenciones para acercarnos a ti con un corazón sincero.

Martes 16
Santa Adelaida
So 3, 1-2.9-13; Sal 33, 2-3.6-7.17-19.23; Mt 21, 28-32

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «En verdad les digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de ustedes en el Reino de Dios. Porque vino Juan a ustedes enseñándoles el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, ustedes no se arrepintieron ni le creyeron».

Reflexión: Una de las grandes cuestiones en el ámbito religioso es la incoherencia. Las palabras, como afirma el dicho popular, se las lleva el viento; lo importante son las acciones. Así ocurre con estos dos hijos (Dios, pues, nos considera hijos, no peones). Aunque el primero se compromete a obedecer al padre, lo hace sin convicción, solo para quedar bien. Por eso, al quedarse sin vigilancia, opta por desobedecer la orden. El otro, en cambio, desdice su negativa en los hechos. Toma conciencia, se arrepiente y decide hacerle caso a su padre. ¿Quiénes han hecho esto, según Jesús? Las prostitutas y los publicanos, los pecadores públicos; ellos —dice— se han comportado como hijos, no los profesionales religiosos, que se tienen por perfectos.

Oración: Padre santo, guíanos por el camino de la conversión sincera para salir al encuentro de tu Hijo que viene a nosotros.

Miércoles 17
Santa Olimpia
Gn 49, 1-2.8-10; Sal 71, 1-4.7-8.17; Mt 1, 1-17

Evangelio: Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahám. Abrahám engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés engendró a Esrón, Esrón engendró a Aran, Aran engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David, el rey. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia. Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquín, Eliaquín engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Así, las generaciones desde Abrahám a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo, catorce.

Reflexión: Iniciamos la segunda parte del Adviento. Mientras los días previos nos preparan más de cara a la segunda venida de Jesús, desde hoy hasta el 24 nos disponemos a celebrar, específicamente, la Navidad, el nacimiento histórico del Hijo de Dios. Este cambio lo notamos en las mismas lecturas, todas giran en torno al natalicio del Niño Dios. Empezamos hoy día por su genealogía. ¿Era Jesús, de verdad, el Mesías esperado? Mateo nos responde de una manera sencilla. Según la tradición, el Mesías nacería del linaje de David. Con la genealogía, nos muestra que, en efecto, fue así. Por ascendencia de José, su padre adoptivo, Jesús pertenece a la familia davídica y, en consecuencia, a la tribu de Judá. Por eso, remonta su historia hasta los orígenes mismos de Israel.

Oración: Llénanos de gozo, Señor, para caminar al encuentro de tu Hijo, que se hace uno de nosotros, que nace en una humilde familia.

Jueves 18
San Modesto
Jr 23, 5-8; Sal 71, 1-2.12-13.18-19; Mt 1, 18-24

Evangelio: La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: «Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

Reflexión: Hoy, de cara a la Navidad, la liturgia nos propone como modelo la fe de José. Su vida está marcada por el silencio, no conocemos ni una palabra suya, solo sus acciones. Pero estas nos muestran cómo responder al Señor en las circunstancias más difíciles de la vida, pues él también atravesó por momentos de oscuridad. La noticia del embarazo de María debió resultarle desconcertante. ¿Qué pasó? ¿Había sido traicionado? Eran dudas válidas, sin embargo, no dejó que nublaran su mente ni cerraran su corazón. Cuando el Señor le dirigió su Palabra, se fio sin titubeos, tal como Abrahám.

Oración: Padre santo, danos una fe semejante a la de tu hijo san José.

Viernes 19
San Atanasio I, papa
Jc 13, 2-7.24-25a; Sal 70, 3-6.16-17; Lc 1, 5-25

Evangelio: En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada. Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacia los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto». Zacarías replicó al ángel: «¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada». Respondiendo el ángel, le dijo: «Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno». El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo. Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente».

Reflexión: Hoy Lucas nos presenta un cuadro semejante al de la anunciación a María, pero la fe de Zacarías no es tan sólida como la de ella. Él duda, tantos años a la espera de un hijo, que ya no puede llenarse de nuevas esperanzas sin cierta certeza. María, es verdad, formula una objeción, pero solo para tener mayor claridad, no porque dude; luego contesta al ángel con seguridad: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Como consecuencia de su desconfianza, Zacarías se ve impedido de compartir con los demás la buena noticia que ha recibido. Pero Dios se abre camino incluso por las sendas irregulares de nuestra débil fe.

Oración: Señor, solos no podemos, ven tú y sostén nuestra fe.

Sábado 20
Santo Domingo de Silos
Is 7, 10-14; Sal 23, 1-6; Lc 1, 26-38

Evangelio: En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su Reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”». María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.

Reflexión: La sorpresa de María ante el saludo del ángel es entendible. ¿Cómo Dios podía fijarse en una campesina como ella para un proyecto tan grande? ¿No debería escoger a una virgen de Jerusalén, la hija de un sumo sacerdote, por ejemplo? Muchos dudaban siquiera que de Nazaret pudiera salir algo bueno (cf. Jn 1, 46). Una segunda cuestión era el aspecto biológico: María era virgen. El ángel aclara sus preguntas y asevera que «para Dios nada hay imposible». Eso fue suficiente, María no necesitó más respuestas, luego simplemente se abandonó a la voluntad del Señor, se fio plenamente.

Oración: ¡Oh, Virgen María!, ayúdanos a crecer en la fe, y confiar en Dios con firmeza, como tú.

 

Domingo 21
IV de Adviento
Is 7, 10-14; Sal 23, 1-6; Rm 1, 1-7; Mt 1, 18-24

Evangelio: La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: «Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

Reflexión: José, el hombre justo, no halla otra explicación al embarazo de María que la traición. Su razonamiento es lógico, pero no se deja arrastrar por la ira. Prefiere alejarse sin hacer alboroto y asumir él la culpa de la situación. Entonces interviene el Señor para poner luz donde solo parece haber noche. Le explica el verdadero origen del niño y le asigna una misión: ponerle su nombre y cuidar de Él y de su madre. Al despertar, José no hace más conjeturas, inmediatamente asume lo que Dios le ha pedido. José, pues, pasó su vida haciendo lo ordinario de manera extraordinaria, buscando siempre y en todo cumplir la voluntad del Padre. Llegó a la santidad en el anonimato y el silencio.

Oración: San José, enciende en nosotros el fervor de tu fe para que dejemos nacer a Jesús en nuestras vidas.

Lunes 22
Santa Francisca de Colledimezzo
1 S 1, 24-28; Sal: 1 S 2, 1.4-8; Lc 1, 46-56

Evangelio: En aquel tiempo, María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia” —como lo había prometido a “nuestros padres”— en favor de Abrahám y su descendencia por siempre». María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.

Reflexión: María se llena de gozo por lo que Dios ha hecho en ella, su vida es un testimonio palpitante de la misericordia del Creador. Pero no asume eso como un privilegio, sino como lo que es, gracia, pura gratuidad de Dios. No existe ningún mérito de su parte, el Señor la ha elegido por iniciativa suya. Esta experiencia personal, la llena de una convicción general: Dios no está de parte de los grandes y poderosos, sino de los pequeños de este mundo. Es verdad lo que afirma la tradición bíblica, el Señor prefiere a los que carecen de poder, los sencillos, los pobres, los hambrientos, los marginados. ¿Estamos dispuestos a acoger nosotros a este Dios?

Oración: Ayúdanos, Padre bueno, a ser como tú, a preferir el camino de los sencillos y pequeños de este mundo.

Martes 23
San Juan de Kanty
Ml 3, 1-4.23-24; Sal 24, 4-5.8-10.14; Lc 1, 57-66

Evangelio: A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él.

Reflexión: El nacimiento de Juan llena de júbilo no solo a sus padres, no solo a Isabel, sino también a sus parientes y vecinos. El don del hijo era una manifestación clara de la misericordia de Dios, más aún porque para una mujer israelita de entonces era una maldición morir sin tener descendencia. Pero el nacimiento del Bautista también causa otras sorpresas, el mismo nombre del niño expresa la misión distinta que desempeñará. No seguirá sin más la tradición familiar, Dios tiene otros designios para él. Por eso, el nombre lo da Él mismo, no sus padres. Así, los interrogantes en torno al niño aumentan, todos reconocen que en él actúa la mano de Dios.

Oración: Señor, ayúdanos a quienes somos padres para que dejemos que nuestros hijos realicen la vocación a la que tú los llamas.

Miércoles 24
Santa Paula Isabel Cerioli
2 S 7, 1-5.8b-12.14a.16; Sal 88, 2-5.27.29; Lc 1, 67-79

Evangelio: En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahám para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Reflexión: En este canto, Zacarías bendice al Señor por lo que hace en la historia y en su vida. Ha terminado la espera, ahora entramos al tiempo del cumplimiento. Dios nos ha suscitado «una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo», ha sido fiel a la alianza que pactó con su pueblo. Luego dirige la mirada a su hijo y a la misión que el Altísimo le ha encomendado. Por tradición, a Juan le correspondía también ser sacerdote, pero Dios lo ha llamado para ser profeta, el precursor de su Hijo, para abrirle el camino. Zacarías no se opone, deja que su hijo siga su propio destino. Él abrirá el paso al «sol que nace de lo alto» para iluminar nuestras tinieblas, nuestras sombras de muerte.

Oración: Ven, Señor, y pon luz en las oscuridades de nuestra vida.

Natividad del Señor (S)
Misa de medianoche:

Is 9, 1-6; Sal 95, 1-3.11-13; Tt 2, 11-14; Lc 2, 1-14

Evangelio: En aquel tiempo, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Quirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la descendencia y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: «No teman; les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tienen la señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». De pronto, en torno al ángel, apareció una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor».

Reflexión: Hoy celebramos uno de los misterios más grandes: Dios se hace uno de nosotros. Sin embargo, como en Belén, actualmente también corremos el riesgo de no hacerle lugar en nuestras vidas. Tantos adornos, tantos regalos, tantas compras puede que no dejen espacio para nadie más, ni siquiera para el Hijo de Dios, para el Señor de la historia que ahora asume la condición de un bebé necesitado de nuestros cuidados. Sus preferencias están claras. Nace al margen de la sociedad y decide mostrar su rostro primero a los marginados (un grupo de pastores). Él, pues, no pide pompas, no pide grandezas, solo corazones bien dispuestos a recibirlo.

Oración: Bendito seas, Señor, porque hoy has visitado a tu pueblo.

Jueves 25
Misa del día - Navidad
Is 52, 7-10; Sal 97, 1-6; Hb 1, 1-6; Jn 1, 1-18; F. B. Jn 1, 1-5.9-14

Evangelio: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de todo lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos creyeran. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de Él, y grita diciendo: «Este es de quien dije: “El que viene detrás de mí es superior a mí, porque existía antes que yo”». Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Reflexión: En este pasaje, san Juan nos sumerge en lo más hondo de la revelación: el misterio trinitario y su manifestación al mundo en la encarnación del Verbo, de la Palabra creadora del Padre. En su Hijo, Dios asume nuestra naturaleza con su caducidad y sus debilidades. No existe una manifestación de mayor envergadura que esta. Ella es, por un lado, la expresión del absoluto compromiso de Dios con la humanidad y, por otro, la mayor muestra de la dignidad humana, que es capaz de albergar a la divinidad en sí misma. En su Hijo, Dios se hace partícipe de nuestra existencia y nos redime desde nuestra fragilidad. En Él está, por tanto, el sentido y la razón de nuestra existencia.

Oración: Gracias, Padre santo, porque tanto amas al mundo que nos has dado a tu Hijo único.

Viernes 26
San Esteban, protomártir (F)
Hch 6, 8-10; 7, 54-60; Sal 30, 3-4.6.8.16-17; Mt 10, 17-22

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No se fíen de la gente, porque los entregarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas y los harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así darán testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando los arresten, no se preocupen de lo que van a decir o de cómo lo dirán: en su momento se les sugerirá lo que tengan que decir; no serán ustedes los que hablarán, el Espíritu de su Padre hablará por ustedes. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos los odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará».

Reflexión: Del gozo de la Navidad, pasamos enseguida a la otra cara del seguimiento de Jesús: la cruz, el martirio. Así, nos situamos en la realidad sin vanas ilusiones. Una vida cristiana auténtica no es un remanso de armonía, de ausencia de problemas y dificultades. El proyecto de Jesús va en contra de muchos discursos y ambiciones que dominan en nuestras sociedades. Naturalmente, el Evangelio hallará oposición, resistencia, tal como ocurrió con Esteban, el primer mártir cristiano. Pero él también, con su ejemplo, nos enseña a asumir este sufrimiento como Jesús, con la confianza puesta en Dios, sin ambiciones de venganza ni revancha, dispuestos a perdonar

Oración: Enséñanos, Señor, a cargar con valentía nuestra cruz, como tu hijo san Esteban.

Sábado 27
San Juan, apóstol y evangelista (F)
1 Jn 1, 1-4; Sal 96, 1-2.5-6.11-12; Jn 20, 1a.2-8

Evangelio: El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le había cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Reflexión: Según la tradición, san Juan es el discípulo amado que se nombra en el cuarto Evangelio y el autor del mismo. Él es el único discípulo que se mantuvo de pie junto a la cruz de su Maestro, a él le confió su madre, por él, Jesús nos ha hecho a todos hijos adoptivos de María. En el momento de la resurrección, Juan también se caracteriza por su fe madura. Mientras los demás necesitaron pruebas para creer, a él le bastaron unas señales para descubrir la vida entre los signos de la muerte. Así lo leemos en el pasaje de hoy. Respetuoso de la autoridad de Pedro, lo deja verificar a él primero la tumba, pero luego solo de él se dice que «vio y creyó».

Oración: Señor, infúndenos una fe como la de san Juan para creer en tu resurrección sin necesidad de pruebas.

Domingo 28
Sagrada Familia: Jesús, María y José (F)
Eclo 3, 2-6.12-14; Sal 127, 1-5; Col 3, 12-21; Mt 2, 13-15.19-23

Evangelio: Cuando se retiraron los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo». Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño». Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y, avisado en sueños, se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dicho por medio de los profetas, que se llamaría nazareno.

Reflexión: No para todos el nacimiento de Jesús fue una buena noticia, los poderosos lo sintieron como una amenaza desde el comienzo. Herodes pensó que ese niño podía arrebatarle el trono algún día; ya era anciano, pero sus ansias de poder no veían límites. Por eso, la Sagrada Familia tuvo que afrontar la persecución desde el inicio. Como muchos desplazados de hoy, tuvo que exiliarse para salvar sus vidas de las amenazas de un poder despótico. San José nos da el ejemplo. Como su esposa María, también él vivió siempre a la escucha de la Palabra. Cada decisión importante, como la de hoy, la tomó guiado por la voz de Dios. Jesús, pues, nació en una familia llena de fe.

Oración: Sostén, Señor, la unidad de nuestras familias e ilumina sus sombras con la luz de tu Palabra.

 

Lunes 29
Santo Tomás Becket, obispo y doctor (ML)
1 Jn 2, 3-11; Sal 95, 1-3.5-6; Lc 2, 22-35

Evangelio: Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «Un par de tórtolas o dos pichones». Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con Él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos “han visto a tu Salvador”, a quien has presentado ante todos los pueblos, “luz para alumbrar a las naciones” y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

Reflexión: José y María eran dos israelitas respetuosos de las tradiciones. Pero el cumplimiento de un ritual, se transforma en la primera presentación pública de Jesús. Simeón ve realizada la promesa que añoraba en su corazón por años. Ha llegado a su meta, ha contemplado con sus propios ojos al Salvador del mundo. Pero no se queda en lo individual, busca infundir su fe a todos los pueblos, pues sostiene en brazos nada menos que a la Luz de todas las naciones. Dejémonos contagiar por su alegría, celebremos gozosos el nacimiento del Salvador.

Oración: Tu eres fiel a tus promesas, Dios santo. Fortalece nuestra fe en tu Palabra.

Martes 30
San Fulgencio, obispo
1 Jn 2, 12-17; Sal 95, 7-10; Lc 2, 36-40

Evangelio: En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con Él.

Reflexión: Como Simeón, la profetisa Ana también aguardaba la llegada del Mesías. Estaba segura de que Dios es fiel a sus promesas y un día las cumpliría. Debió desconcertar a todos al presentarles el bebé de una humilde familia como el enviado de Dios, el cumplimiento de lo que anunciaron los profetas. Su sencillez y su gran fe le permitieron ver más allá de las apariencias y convertirse en la primera testigo, la primera apóstol de Cristo. Por lo demás, Lucas nos informa que, después de estos sucesos, el niño Jesús llevó una vida ordinaria, como cualquier persona. Él es uno más de nosotros.

Oración: Bendice, Señor, a los padres de familia y permite que todos los hijos sientan tu ayuda y tu protección.

Miércoles 31
San Silvestre I, Papa (ML)
1 Jn 2, 18-21; Sal 95, 1-2.11-13; Jn 1, 1-18

Evangelio: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de Él se hizo todo, y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de Él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de Él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Reflexión:«La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», esa es la gran novedad con que la Iglesia nos invita a concluir el año. Dios ya no es alguien lejano, ajeno a nuestra realidad. En Jesús Él asume nuestra humanidad con sus potencialidades y fragilidades, con sus fortalezas y debilidades. Por eso, no existe para nosotros otro camino a Dios más que Jesús. Él es el rostro del Padre. Como lo recalca san Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás, el Hijo único [...] es quien nos lo ha dado a conocer». Y nosotros, cuando nos adentramos en este misterio de Jesús, bien podemos decir con Job: «Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Jb 42, 5).

Oración: Gracias, Señor, por todo lo vivido este año. Inúndanos de tu luz para caminar con esperanza durante el tiempo nuevo que iniciamos.

 
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