ir al home ir a la revista ir a notas ir a archivo ir a guiones liturgicos ir a santo del mes ir a contacto ir a links ir a chiqui
 
volver

MEDITACIÓN DIARIA
DEL EVANGELIO - ABRIL 2024
-Por Padre Raúl Enrique Castro Chambi, sj-

Intención del papa Francisco para el mes de abril: Oremos para que la dignidad y la riqueza de las mujeres sean reconocidas en todas las culturas, y para que cese la discriminación que sufren en diversas partes del mundo.

 


Lunes 01 abril
Octava de Pascua
Hch 2, 14.22-33; Sal 15, 1-2.5.7-11; Mt 28, 8-15

Evangelio: En aquel tiempo, las mujeres se alejaron a prisa del sepulcro; y corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alégrense». Ellas se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: «No tengan miedo. Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea y allí me verán». Mientras las mujeres iban de camino, algunos guardias fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma de dinero, con esta consigna: «Digan: “Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos”. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo convenceremos y a ustedes los sacaremos de apuros». Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta versión se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy.

Reflexión: No busquemos a Jesús entre los muertos. Eso fue lo que hicieron estas santas mujeres, fueron al sepulcro a honrar un cadáver. Pero el anuncio de la resurrección lo cambió todo, entonces supieron ver donde debían. La fe en la resurrección propicia en nosotros el encuentro con una persona viva que nos transforma, nos desinstala y nos envía a anunciar la Buena Noticia de que la muerte y el mal de este mundo no tienen la última palabra. «¡Alégrense! ¡No tengan miedo!», ese es el mensaje que debemos transmitir. La paz y la alegría son los signos inequívocos de la resurrección de Cristo.

Oración: Señor, haz portadores y mensajeros de tu paz y tu alegría, sobre todo, para aquellos que viven desolados.

Martes 02 abril
Octava de Pascua
Hch 2, 36-41; Sal 32, 4-5.18-20.22; Jn 20, 11-18

Evangelio: En aquel tiempo, fuera, junto al sepulcro, estaba María Magdalena, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntaron: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les contestó: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Dicho esto, dio media vuelta y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, pensando que era el jardinero, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: «¡María!». Ella lo reconoce y le dice en hebreo: «¡Raboni!», que significa: «¡Maestro!». Jesús le dijo: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre de ustedes, al Dios mío y Dios de ustedes”». María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto».

Reflexión: María Magdalena es una figura clave en los acontecimientos de la resurrección y desempeñó un papel crucial en la Iglesia naciente. Ella es la primera persona que se encuentra con el Resucitado, representa a la Iglesia que busca a su Señor en medio de las crisis. También podemos notar un paralelismo con el discípulo amado, quien creyó con solo ver los signos de la tumba vacía. María Magdalena, en cambio, despertó a la fe al escuchar al Señor que la llamaba por su nombre. Por medio del amor, la fe se convierte en una experiencia personal del Resucitado: «A quien me ama el Padre lo amará y yo también lo amaré y me manifestaré a Él» (Jn 14, 21).

Oración: Señor, danos la gracia de conocerte a profundidad para que seamos testigos creíbles de tu resurrección.

Miércoles 03 abril
Octava de Pascua
Hch 3, 1-10; Sal 104, 1-4.6-9; Lc 24, 13-35

Evangelio: Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a un pueblo llamado Emaús, distante unos once kilómetros de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué es lo que vienen conversando por el camino?». Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?». Él les preguntó: «¿Qué ha pasado?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que Él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a Él no lo vieron». Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes son ustedes para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura. Ya cerca del pueblo donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le insistieron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque ya atardece y está anocheciendo». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció. Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Reflexión: Como nosotros, Lucas también se preguntaba por la presencia de Dios en el mundo a la hora de platear su catequesis. Su respuesta se basaba en una convicción: Dios está presente cuando dos o tres nos reunimos en su nombre, cuando meditamos su Palabra, cuando acogemos al sin techo o compartimos el pan con el hambriento, cuando celebramos la Eucaristía... En este texto vemos cómo Jesús se presenta a su comunidad abatida a causa de su muerte. El encuentro con el Resucitado devuelve la esperanza a los discípulos de Emaús. Pero notemos que ese encuentro es comunitario, porque «¡ay del solo si cae, no tiene quien lo levante!» (Qo 4, 10). En cambio, quienes afrontan las crisis en comunidad descubrirán la presencia del Señor entre ellos.

Oración: Señor, fortalece los lazos fraternos de tu Iglesia para que sintamos y seamos portadores de tu presencia.

Jueves 04 abril
Octava de Pascua
Hch 3, 11-26; Sal 8, 2.5-9; Lc 24, 35-48

Evangelio: En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a ustedes». Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué se asustan?, ¿por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona. Tóquenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría y el asombro, les dijo: «¿Tienen ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que les decía mientras estaba con ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Cristo padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto».

Reflexión: La fe en la Resurrección es un don, pero no es fácil acogerlo. Como hemos visto, la primera sorpresa que se llevaron los discípulos es descubrir la tumba de Jesús vacía; pero, por sí solo, ese hecho se prestaba a múltiples interpretaciones, como la del robo del cuerpo. La fe en sí nace de una experiencia, del encuentro con el Resucitado que ocurre por iniciativa suya. Él es quien nos concede la gracia de reconocer su presencia entre nosotros, como hace con los discípulos de Emaús o la comunidad reunida en Jerusalén. Pero no es fácil reconocerlo, el miedo, las dudas, la tristeza suelen interponerse. Unos quedaron atónitos, otros se llenan de dudas y otros creen ver un fantasma.

Oración: Señor Jesús, disipa nuestras dudas y temores cuando nos sobrevengan tiempos difíciles y parezca que estás ausente.

Viernes 05 abril
Octava de Pascua
Hch 4, 1-12; Sal 117, 1-2.4.22-27; Jn 21, 1-14

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Y se apareció de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dijo: «Me voy a pescar». Ellos contestaron: «También nosotros vamos contigo». Fueron pues y subieron a la barca; pero aquella noche no pescaron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?». Ellos contestaron: «No». Él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán». La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la abundancia de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dijo a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban solo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra, vieron unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos peces que acaban de pescar». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: «Vengan a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, y lo mismo hizo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

Reflexión: Evangelización y Eucaristía son dos pilares de la fe en el Resucitado. La Eucaristía constituye el principio y fin que da sentido a la comunidad cristiana. Por eso, vemos que la «pesca» de la Iglesia concluye con la comida: «Vengan a comer». Pedro, aunque había negado a Jesús, sigue siendo el líder y guía de la comunidad; él la orienta para que se reúna entorno de la permanente presencia de Cristo resucitado. En la Eucaristía le ofrecemos nuestro pan y vino, pero Él es nuestro anfitrión; la iniciativa divina y la acción humana se juntan. Jesús nos ofrece el don de su cuerpo y, por medio de la comunión, nos hace partícipes de su vida y su misión evangelizadora.

Oración: Señor, danos la gracia de compartir lo que somos y lo que tenemos, y que siempre estemos dispuestos a hacer tu voluntad.

Sábado 06 abril
Octava de Pascua
Hch 4, 13-21; Sal 117, 1.14-21; Mc 16, 9-15

Evangelio: Jesús, que había resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. Ellos, al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. Después se apareció con aspecto diferente a dos de ellos que iban caminando hacia el campo. También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron. Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: «Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación».

Reflexión: Nuestra fe en Jesús orienta nuestra vida cristiana. Sin embargo, hemos de saber que los primeros cristianos, desde el principio, afrontaron desafíos. Pronto debieron hacer frente a persecuciones, algunas comunidades, incluso, tuvieron que profesar su fe en la clandestinidad. Una de las preguntas debió ser cómo articular la victoria de Cristo resucitado con la persistente presencia del mal en el mundo. Solo quedaba un camino: vivir desde la fe-confianza en el Señor que sigue actuando en el mundo por medio de sus discípulos. Aunque el Evangelio no se impone a la fuerza, es por medio de ellos como Jesús sigue manifestando el Reino de Dios y la salvación para quienes creen y se bauticen

Oración: Señor, fortalece nuestra confianza en ti para que, como Iglesia, sigamos haciendo presente tu Reino en el mundo.

Domingo 7 abril
II de Pascua o de la Divina Misericordia
Hch 4, 32-35; Sal 117, 2-4.16-18.22-24; 1 Jn 5, 1-6; Jn 20, 19-31
Salterio II

Evangelio: Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes ustedes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedan retenidos». Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a ustedes». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo: aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

Reflexión: A veces, dudamos de la Palabra del Señor, pero, con frecuencia, también nos resistimos a creer en el testimonio de la comunidad. Este es el caso de Tomás, la palabra de sus condiscípulos no le parece creíble. Quiere ver signos tangibles por sí mismo, su guía es el dicho «No creer hasta ver». Nada que hacer entonces, deben esperar hasta una nueva manifestación del Señor. Cuando eso ocurre una semana después, Tomás ablanda su corazón y confiesa: «Señor mío y Dios míos», todo un acto de fe. El reto, por tanto, es también que el testimonio de la comunidad sea creíble.

Oración: Señor, danos la gracia de ser buenos testigos de tu vida y tu Palabra.

 

Lunes 08
La Anunciación del Señor

Is 7, 10-14; 8, 10b; Sal 39, 7-11; Hb 10, 4-10; Lc 1, 26-38

Evangelio: A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su Reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el ángel.

Reflexión: El proyecto de Dios se hace realidad con el sí de María, con su aceptación de ser la madre del Salvador. La salvación, por tanto, se hace realidad por medio de la Palabra, la divina (la voz del ángel) y la humana (María). La realización de las promesas de Dios pasa, entonces, por nuestra frágil humanidad. María es honesta y confiesa sus limitaciones, pero el ángel la reconforta apelando al ejemplo de su prima Isabel. El Espíritu del Señor va guiando la voluntad humana para que esta realice el deseo de Dios. Sin embargo, lo sabemos, Dios respeta las decisiones humanas, busca nuestra libre aceptación de su voluntad.

Oración: Señor, orienta nuestras vidas para estar atentos a tu llamado y prestos para los caminos por donde nos quieres llevar.

Martes 09
Santa Casilda de Toledo
Hch 4, 32-37; Sal 92, 1-2.5; Jn 3, 5a.7b-15

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «Ustedes tienen que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu». Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede suceder eso?». Jesús le contestó: «Tú eres el maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Te aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna».

Reflexión: ¿Qué es lo que nos permite comprender nuestra experiencia de Dios? Existen tres aspectos: lo que viene de lo alto, el nacimiento espiritual y el pneuma o espíritu. Muchas veces vivimos demasiado centrados en nosotros mismos. Conviene salir del círculo y abrirnos a la gracia de Dios. Así podremos experimentar un nuevo nacimiento. Al respecto, la expresión de Juan resalta la radical impotencia del hombre y la gratuidad-novedad del don. «Nacer de lo alto», o mejor ser engendrado de lo alto, significa nacer a la vida nueva de hijos e hijas; ese es el don del Padre.

Oración: Señor, concédenos el don de renacer desde el Espíritu para transformarnos en hombres o mujeres nuevos.

Miércoles 10
San Miguel De Los Santos
Hch 5, 17-26; Sal 33, 2-9; Jn 3, 16-21

Evangelio: Dijo Jesús: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él. El que cree en Él no es condenado; por el contrario, el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».

Reflexión: No basta afirmar que creemos en Dios, sino preguntarnos en qué Dios creemos. ¿Es el que nos ha revelado Jesús, que se caracteriza por su bondad y misericordia infinitas? ¿O seguimos manteniendo la imagen de un Dios vengativo y castigador? Si fuera este último, tendríamos que haber esperado un castigo por la ejecución de un inocente (Jesús). En cambio, lo que sabemos es que Dios entrega a su Hijo como expresión suprema de su amor: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único» (Jn 3, 16). Y san Pablo dirá: «¡Me amó y se entregó a la muerte por mí!» (Ga 2, 20), «Dios nos ha mostrado su amor, ya que cuando éramos pecadores Cristo murió por nosotros» (Rm 5, 6-8).

Oración: Señor, ayúdanos a caminar por el mundo llevando tu amor y tu misericordioso.

Jueves 11
San Estanislao, obispo y mártir
Hch 5, 27-33; Sal 33, 2.9.17-20; Jn 3, 31-36

Evangelio: Jesús le dijo a Nicodemo: «El que viene de lo alto está por encima de todos; pero el que viene de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios envió habla las palabras de Dios, porque Dios le ha concedido el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él».

Reflexión: La idea central del Evangelio de Juan es que Dios se nos ha dado a conocer encarnándose en la persona de Jesús. Es en Él en quien nos ha hablado Dios en plenitud. Por eso, Jesús nos pide que acojamos su testimonio, pero ¿qué significa eso? Significa reconocerlo como la verdad y mantenerse fiel a Él, consiste en sellar con Él una alianza. Reconocer y acoger su Palabra es verlo como el enviado definitivo de Dios, el Hijo unigénito. Más aún, consiste no solo en verlo como un mediador de la alianza con Dios, sino como la alianza misma; de modo que unirse a Él es unirse a Dios. Es confesarlo como el Emmanuel, el Dios-con-nosotros.

Oración: Padre santo, danos la gracia de recibirte aceptando a tu Hijo unigénito en nuestros corazones.

Viernes 12
San Julio I, Papa
Hch 5, 34-42; Sal 26, 1.4.13-14; Jn 6, 1-15

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde compraremos panes para dar de comer a toda esta gente?». Lo decía para ponerlo a prueba, pues bien sabía Él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios no bastan para que a cada uno le toque un pedazo de pan». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es eso para tantos?». Jesús dijo: «Digan a la gente que se siente». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, pronunció la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; hizo lo mismo con el pescado y les dio todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recojan los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie». Los recogieron, y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. La gente, entonces, al ver la señal milagrosa que había hecho, decía: «Este es, verdaderamente, el Profeta que tenía que venir al mundo». Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, Él solo.

Reflexión: Este signo lo realiza Jesús en Galilea, una región pobre. Como siempre, lo sigue una multitud de personas necesitadas que han oído o visto cómo cura a los enfermos. Al otro lado del mar de Tiberiades, se reúne toda la gente y, al ver Jesús que eran muchos, le comenta su preocupación a Felipe: «¿Dónde compraremos panes para dar de comer a toda esta gente? Lo decía para ponerlo a prueba, pues bien sabía Él lo que iba a hacer» (vv. 5-6). Jesús se preocupa de la gente y toma la iniciativa. Su diálogo con Felipe era solo para demostrar la dificultad del ser humano para resolver los problemas de la vida, representados por el hambre.

Oración: Señor, que nunca nos falte el pan material y el pan del espíritu.

Sábado 13
Nuestra Señora del Valle de Catamarca
Feria: Hch 6, 1-7; Sal 32, 1-2.4-5.18-19; Jn 6, 16-21
Propio de la Virgen: Hch 1, 12-14; Sal Lc 1, 46-55, Lc 1, 26-38

Evangelio: Al atardecer de ese mismo día de la multiplicación de los panes, los discípulos de Jesús bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Era ya de noche, y Jesús aún no se había reunido con ellos. Soplaba un viento fuerte y las aguas del mar comenzaron a encresparse. Habían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el agua, y se asustaron. Pero Él les dijo: «Soy yo, no tengan miedo». Ellos quisieron subirlo a la barca, pero la barca tocó tierra enseguida, en el sitio adonde iban.

Reflexión: La multiplicación de los panes fue un signo magnífico, pero los discípulos aún no acababan de entender su significado, estaban desconcertados. ¿Cómo era posible que no aprovechara la oportunidad de ser proclamado rey? Él no concuerda con la imagen del Mesías que el pueblo y, particularmente, los discípulos tenían en mente. Por eso, decepcionados, parecen desinteresarse de Jesús y se marchan solos en la primera barca que encuentran. Ni siquiera se detienen a evaluar las consecuencias de esa decisión precipitada. De esa forma, se adentran en la noche y sus peligros, de donde solo Jesús puede rescatarlos.

Oración: Señor, danos la gracia de no instalarnos en nuestras decepciones y quejas.

Domingo 14 de abril

III de Pascua
Hch 3, 13-15.17-19; Sal 4, 2.7.9; 1 Jn 2, 1-5a; Lc 24, 35-48 - Salterio III

Evangelio: En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a ustedes». Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué se asustan?, ¿por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona. Tóquenme y vean que un espíritu no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría y el asombro, les dijo: «¿Tienen ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que les decía mientras estaba con ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Cristo padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto».

Reflexión: La fe en la Resurrección es un don, pero no es fácil acogerlo. Como hemos visto, la primera sorpresa que se llevaron los discípulos es descubrir la tumba de Jesús vacía; pero, por sí solo, ese hecho se prestaba a múltiples interpretaciones, como la del robo del cuerpo. La fe en sí nace de una experiencia, del encuentro con el Resucitado que ocurre por iniciativa suya. Él es quien nos concede la gracia de reconocer su presencia entre nosotros, como hace con los discípulos de Emaús o la comunidad reunida en Jerusalén. Pero no es fácil reconocerlo, el miedo, las dudas, la tristeza suelen interponerse. Unos quedaron atónitos, otros se llenan de dudas y otros creen ver un fantasma.

Oración: Señor Jesús, disipa nuestras dudas y temores cuando nos sobrevengan tiempos difíciles y parezca que estás ausente.

Lunes 15
San Damián de Molokai
Hch 6, 8-15; Sal 118, 23-24.26-27.29-30; Jn 6, 22-29

Evangelio: Después que Jesús dio de comer a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había subido en la barca con sus discípulos, sino que sus discípulos habían partido solos. Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del lugar donde habían comido el pan después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del mar, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Les aseguro: no me buscan por los signos que vieron, sino porque comieron pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que les dará el Hijo del Hombre; porque es Él a quien el Padre Dios lo ha marcado con su sello». Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es esta: que crean en quien Él ha enviado».

Reflexión: Jesús nos ofrece un alimento que nos da la vida eterna: su Palabra y su carne. Es este el criterio desde el que debemos entender el discurso del pan de vida. El pan hace presente el signo de Dios. Podemos acudir a Jesús para pedirle el pan material o porque hemos visto en el pan el signo del enviado del Padre que ha descendido del cielo para darse a sí mismo, a fin de que quien lo coma tenga vida eterna. Y el poder que tiene para ello lo explica Jesús mismo: Dios, su Padre, lo ha acreditado para esa misión.

Oración: Señor, ilumina nuestros corazones para que sepamos acoger el pan de vida eterna que tú nos ofreces.

Martes 16
Santa Bernardita Soubirous
Hch 7, 51—8, 1a; Sal 30, 3-4.6-8.17.21; Jn 6, 30-35

Evangelio: En aquel tiempo, la gente preguntó a Jesús: «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo”». Jesús les replicó: «Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo, es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed».

Reflexión: Muchas veces pedimos signos al Señor para creer, como los interlocutores de Jesús en este pasaje. Argumentan que ya tienen a Moisés, cuya autoridad quedó demostrada con el signo del maná en el desierto. Jesús tendría que mostrar uno mayor para ser aceptado. Una actitud similar había sido la de la samaritana: «¿Acaso te consideras más importante que nuestro padre Jacob, que construyó ese pozo, del que bebió él, sus hijos y sus ganados?» (Jn 4, 12). Los galileos de Cafarnaún también conciben como más seguro a Moisés, pero sin advertir que él se había convertido en algo del pasado, no del presente; una ideología, que servía a una religión falseada y a una moral de conveniencia. Jesús era la verdadera novedad.

Oración: Señor, ayúdanos a que nuestra conducta sea un referente para otras personas que te buscan.

Miércoles 17
Santa Kateri Tekakwitha
Hch 8, 1b-8; Sal 65, 1-7; Jn 6, 35-40

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. Pero, como les he dicho, me han visto y no creen. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Esta es la voluntad del que me envió: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».

Reflexión: El pasaje de hoy es la continuación del evangelio de ayer. Los oyentes de Jesús le demandan que sus obras tengan eficacia para poder creerle. No muestran la apertura necesaria para comprender que Jesús es mucho más grande que Moisés. Por esa razón, le exigen un signo que los convenza de su autoridad. En respuesta, como hizo con la samaritana, a quien le ayudó a pasar del deseo por agua material al del agua viva que sacia toda sed existencial, también busca que los galileos hagan el mismo camino. Es decir, dejar de pensar solo en el pan que sacia el hambre corporal para acoger el alimento nuevo, que se comparte para dar de comer a la multitud y comunica la vida eterna.

Oración: Padre celestial, ayúdanos a acoger a tu Hijo como el pan del cielo que nos da la vida eterna.

Jueves 18
Santa Atanasia
Hch 8, 26-40; Sal 65, 8-9.16-17.20; Jn 6, 44-51

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios». Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ese ha visto al Padre. Les aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Los padres de ustedes comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de Él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

Reflexión: Los judíos no pueden aceptar que Jesús pretenda llamarse a sí mismo el pan bajado del cielo e insinúe que Dios habla en Él, que Él es la Palabra del Dios vivo. Rechazan la afirmación de Jesús «Yo soy el pan que ha bajado del cielo», porque para ellos el pan del cielo (o el pan de Dios) es la ley dada a Moisés. Al cumplirla, los israelitas demostraban su pertenencia al pueblo escogido y se sentían seguros de la salvación. Jesús, sin embargo, insiste: «Nadie pude venir a mí si el Padre que me envió no se lo concede». Con eso, afirma que el encuentro con Él es una gracia dada por Dios, por la cual alcanzamos la verdadera vida: «Yo lo resucitaré en el último día».

Oración: Señor Jesús, despierta en nosotros la fe para que te acojamos como el pan que nos trae la vida eterna.

Viernes 19
San Expedito
Hch 9, 1-20; Sal 116, 1-2; Jn 6, 52-59

Evangelio: En aquel tiempo, discutían los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el maná que comieron sus padres, y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

Reflexión: Las palabras de Jesús resultan duras para sus interlocutores. Al decir que Él es el pan vivo bajado del cielo, se pone por encima de la ley de Moisés y todas las instituciones judías que ofrecían el camino de salvación. Tampoco es concebible eso de comer su cuerpo y menos aún beber su sangre, algo prohibido por la ley (Lv 17, 10-12). Pero Jesús, en lugar de amilanarse, refuerza aún más su afirmación: «Yo les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes». Con eso, recalca que la fe verdadera consiste en alimentarse de su persona, nutrirse de sus actitudes y de su modo de vida. Eso es lo que da al ser humano la vida plena, que consiste en participar en la misma vida-amor de Dios.

Oración: Amado Padre, que no temamos acoger la Palabra de tu Hijo, aunque a veces vaya contra nuestros criterios e intereses.

Sábado 20
Santa Inés de Montepulciano
Hch 9, 31-42; Sal 115, 12-17; Jn 6, 60-69
¿A quién vamos a acudir?

Evangelio: En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne de nada sirve. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y, a pesar de esto, algunos de ustedes no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos discípulos suyos se retiraron y ya no andaban con Él. Entonces Jesús dijo a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

Reflexión: La insinuación de Jesús de que la meta final de su obra será la entrega de su persona en una muerte de cruz resultó insoportable también para muchos de sus discípulos. No podían concebir un amor que llega hasta la entrega de la propia vida, menos todavía si se trata del Mesías. Y lo que les resulta más temible aún es que con sus palabras «comer su carne y beber su sangre», Jesús les advierta que ellos también están llamados a hacer suyo su camino de entrega. Eso es lo que daría cuenta que de verdad creen en Él. Entonces se produce la deserción; muchos se marchan protestando: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Pedro, sin embargo, nos da las razones precisas porque debemos permanecer con Él.

Oración: Señor, nosotros sabemos que tú tienes Palabras de vida eterna, permite que nunca nos apartemos de ti.

 

Domingo 21 de abril

IV de Pascua
Hch 4, 8-12; Sal 117, 1.8-9.21-23.26.28-29; 1 Jn 3, 1-2; Jn 10, 11-18
Salterio IV

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este rebaño, también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: ese mandato he recibido de mi Padre».

Reflexión: En sus orígenes, Israel fue un pueblo nómada y pastoril. Por eso, la imagen del pastor era muy querida. Los profetas la utilizan con frecuencia para referirse a Dios como el guía y protector de su pueblo, especialmente, en contraposición con los malos gobernantes. Ezequiel, en tiempos del exilio, anuncia, por ejemplo, que Dios mismo asumirá el pastoreo de Israel: «Yo las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de entre las naciones y las llevaré a su tierra; las apacentaré en los montes de Israel» (Ez 34, 13). Asimismo, los profetas anunciaron la promesa de que vendrá un buen pastor, descendiente de la familia de David, que conduciría a Israel por los caminos de la verdad y la justicia (vv. 23-31).

Oración: Te pedimos, Señor, por todos los pastores de nuestra Iglesia para que sus corazones sean cada vez más semejantes al tuyo.

Lunes 22
San Lucio
Hch 11, 1-18; Sal 41, 2-3; 42, 3-4; Jn 10, 1-10

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guardián, y las ovejas escuchan su voz, y Él va llamando por su nombre a las ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entra por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».

Reflexión: La parábola del Buen Pastor devela de qué forma el trato de Jesús hacia los pobres, los pecadores y los excluidos refleja el corazón de Dios. Su voluntad consiste en salir a buscar lo que está perdido. Por eso, Él expresa gran júbilo cuando un descarriado o excluido es integrado en la comunidad. La vida de Jesús, como Buen Pastor, estuvo dedicada a unir a las personas, a hacerles sentir el amor de su Padre para incentivar que se traten fraternalmente, por encima de cualquier diferencia. La entrega de su vida fue por todas las naciones, no solo por el pueblo judío. Su meta fue conseguir la unión de todos los hijos de Dios que estaban dispersos (Jn 11, 51).

Oración: Señor, dame la gracia de dejarme encontrar por tu infinita misericordia.

Martes 23
Santos Jorge, mártir, y Adalberto, obispo y mártir
Hch 11, 19-26; Sal 86, 1-7; Jn 10, 22-30

Evangelio: Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo, por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dilo francamente». Jesús les respondió: «Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero ustedes no creen, porque no son ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno».

Reflexión: Jesús toma una posición firme ante la pregunta mal intencionada de sus adversarios. Lo que buscan es cuestionar su condición mesiánica; pero Jesús no cae en la trampa, evita contestar de forma directa. Remite, más bien, a sus obras, de las que gran parte del pueblo ha sido testigo. Desbarata entonces sus pretensiones de ridiculizarlo ante la gente, porque, en este caso, los ciegos son solo aquellos que no quieren ver. En cambio, quienes sí pueden reconocer la auténtica identidad de Jesús son los pobres o las ovejas perdidas que, al final, aceptan su Palabra; es decir, las ovejas que están abiertas a la fe.

Oración: Señor Jesús, queremos pertenecer a tu rebaño, por eso, aumenta nuestra fe.

Miércoles 24
San Fidel de Sigmaringa, presbítero y mártir
Hch 12, 24—13, 5; Sal 66, 2-3.5-6.8; Jn 12, 44-50

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús exclamó: «El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo como luz he venido al mundo, para que todo el que crea en mí, no permanezca en tinieblas. Al que escuche mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo. El que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por mi cuenta; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y hablar. Y yo sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, las palabras que digo, las digo como me ha encargado el Padre».

Reflexión: Quien enraiza su vida en Jesús entra en relación con el Dios de la vida: «Quien cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me envió». Jesús, por tanto, es nuestro camino hacia Dios. Todo esto Él lo dice con plena convicción, seguro de su misión: «Quien me ve, ve a quien me envió». El evangelista Juan es insistente en esta idea, Jesús es el revelador del Padre, quien lo ve, ve a Dios, al invisible, a Aquel a quien nadie ha visto jamás. Jesús, el Hijo, nos hace accesible al Inaccesible. Ya no es la ley la que cumple ese fin, como sostenían los fariseos. Es en Jesús en el que conocemos quién es Dios y cómo nos ama.

Oración: Padre misericordioso, ayúdanos a crecer día a día en el conocimiento y amor a tu Hijo para que te conozcamos mejor.

Jueves 25
San Marcos, evangelista
1 P 5, 5b-14; Sal 88, 2-3.6-7.16-17; Mc 16, 15-20

Evangelio: En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, los acompañará estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos». Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Reflexión: En nuestras vidas encontramos innumerables indicios de la presencia del Resucitado. Él se hace presente a través de distintos signos de vida: su perdón otorgado por mediación del sacerdote, la sanación a través del talento de un buen médico, la superación de nuestra ignorancia gracias a la enseñanza de maestros preparados... Pero no todo es recibir, hoy el Señor nos invita también a estar donde nadie quiere estar, a proclamar su Palabra y a mostrar compasión y misericordia por los demás. Por lo tanto, no nos quedemos mirando al cielo, hagamos fructíferos los dones que el Señor nos ha dado. Debemos bajar a tierra firme para hacer visible a Jesús resucitado.

Oración: Señor, transforma nuestras vidas para que sean signos visibles de tu presencia.

Viernes 26
Nuestra Señora del Buen Consejo
Hch 13, 26-33; Sal 2, 6-11; Jn 14, 1-6

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No se angustien; crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay lugar para todos; si no fuera así, ¿les habría dicho que voy a prepararles sitio? Cuando vaya y les prepare sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes. Y adonde yo voy, ya saben el camino». Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le responde: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí».

Reflexión: Cuando Juan escribe su Evangelio, las primeras comunidades atravesaban momentos muy críticos y su fe se hallaba puesta a prueba por las persecuciones que las autoridades y sus conciudadanos judíos habían desencadenado contra ellos. Jesús ya no estaba presente físicamente y necesitaban su apoyo. En ese contexto, recordaron las palabras que les había dicho en su última cena: «No se angustien. Crean [confíen] en Dios, crean también en mí». Desde entonces ese será el referente con que los cristianos afrontarán situaciones similares. La base de su confianza es la convicción de que, a partir de su resurrección, Jesús ha iniciado una nueva forma de existencia que le permite estar siempre presente a nuestro lado.

Oración: Señor, ayúdanos a entender esta nueva forma de tu existencia para que anunciemos y testimoniemos tu Evangelio llenos de fe.

Sábado 27
Santo Toribio de Mogrovejo, obispo
2 Tim 1, 13-14; 2, 1-3; Sal 95, 1-10; Mt 9, 35-38

Evangelio: Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”.

Reflexión: Jesús se conmueve ante la multitud necesitada de escucha y atención y se hace cercano, curando sus dolencias. Cada uno de nosotros recibe de Jesús la misión de orar pidiendo al Señor por las vocaciones para la Iglesia: consagrados y laicos santos.

Oración: Padre amado, mira a tu pueblo herido. Concédenos pastores y trabajadores según tu corazón que puedan manifestar tu rostro y tu misericordia a todos.

Domingo 28 de abril

V de Pascua - Beata Chiquitunga
Hch 9, 26-31; Sal 21, 26-28.30-32; 1 Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8 - Salterio I

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñador. Si alguna de mis ramas no da fruto, Él la arranca; y poda las que dan fruto, para que den más fruto. Ustedes ya están limpios por las palabras que les he hablado; permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Como la rama no puede producir frutos por sí misma si no permanece en la vid, así tampoco pueden ustedes producir fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes las ramas; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como ramas secas; luego las recogen y las echan al fuego, y arden. Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les dará. Con esto recibe gloria mi Padre, en que ustedes den fruto abundante; así serán discípulos míos».

Reflexión: La comunidad joánica tenía un especial afecto a la comparación de la vid y los sarmientos, pues se caracterizaba por ser una comunidad de iguales, tal como los sarmientos de la vid. Su fundamento era la realización de una igualdad que se concretizaba por medio de la unión con Jesús y en la producción de los frutos, es decir, la puesta en práctica de las enseñanzas del Señor. Esto es lo que quiere decir «si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les dará». De lo contrario, la vida cristiana solo será un nombre, una vid frondosa sin frutos que glorifiquen al Padre.

Oración: Señor, danos la gracia de darnos cuenta que nada podemos sin ti; porque sin ti hasta lo bueno que hagamos va perdiendo sentido.

Lunes 29
Santa Catalina de Siena, virgen y doctora
Hch 14, 5-18; Sal 113 B, 1-4, 15-16; Jn 14, 21-26

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que acepta mis mandamientos y los cumple, ese me ama; al que me ama lo amará mi Padre y yo también lo amaré, y me manifestaré a él». Le dijo Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te manifiestes a nosotros y no al mundo?». Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió. Les he hablado de esto mientras permanezco con ustedes, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les recuerde todo lo que les he dicho».

Reflexión: El ejercicio de nuestra vida cristiana supone obediencia al mandamiento del amor y tiene que estar animada y conducida por el Espíritu Santo enviado por Jesús desde el Padre. De esa forma, nuestra vida cristiana se hace morada de Dios. Aquí Jesús promete el envío del Espíritu Santo como memoria que ilumine la historia de la salvación. Eso es lo que hace realidad su ofrecimiento: «El que acepta mis mandamientos y los cumple, ese me ama; al que me ama lo amará mi Padre y yo también lo amaré, y me manifestaré a él». Ese es el fin de ser discípulos suyos.

Oración: Señor, ábrenos el corazón para acoger a tu Espíritu Santo.

Martes 30
San Pío V, Papa
Hch 19, 14-28; Sal 144, 10-13.21; Jn 14, 27-31a

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde. Me han oído decir: “Me voy y volveré a ustedes”. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean. Ya no hablaré mucho con ustedes, pues se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y obro como Él me ha ordenado».

Reflexión: Cuando dejamos que Jesús entre en nuestra vida sentimos la paz que nos trae el Espíritu del Señor. Entonces se disipan las tinieblas y el miedo, por más grandes que nos parezcan. El referente de la acción del Espíritu es la vida de Jesús, todo lo que dijo e hizo para hacer presente el Reino de Dios; es decir, su vida vivida desde el amor del Padre, que incluso lo llevó a entregarla en una muerte de cruz para obtenernos la salvación. No olvidemos que el Espíritu habita en nuestro ser más profundo. Por lo tanto, no tengamos miedo ante situaciones adversas porque Dios nos transmite su paz, que es muy distinta de la que ofrece el mundo.

Oración: Señor, ayúdanos a vencer las insidias del mal espíritu en nuestras vidas y dejemos que tu inundes nuestros corazones.

Miércoles 01 de Mayo
San José, obrero
Gn 1, 26—2, 3; o bien Col 3, 14-15.17.23-24;
Sal 89, 2-4.12-14.16; Mt 13, 54-58

Evangelio: En aquel tiempo, fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: «¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?». Y aquello les resultaba escandaloso. Jesús les dijo: «Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta». Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe.

Reflexión: Jesús parte a Nazaret a predicar, pero no le va bien; es rechazado por sus paisanos. Ocurre lo que Él dijera en otra ocasión: «Miran, pero no ven; escuchan, pero no oyen ni comprenden» (Mt 13, 13). Sus orígenes, la pobreza y sencillez de su familia, su oficio de carpintero no encajan con la imagen de un profeta eminente, menos aún con la del Mesías. Sin embargo, Jesús no se desanima, prosigue con su misión de curar y sanar, predicar y liberar. Sus destinatarios principales son los pobres y humildes como Él. Aunque no haya hallado aceptación entre sus paisanos, gracias a Jesús, podemos decir que la pobreza y la humildad tienen una fuerza evangelizadora.

Oración: Señor Jesús, danos tu valentía y fuerza de espíritu para que nunca nos avergoncemos de ser seguidores tuyos.

Jueves 02 de mayo
San Atanasio, obispo y doctor
Hch 15, 7-21; Sal 95, 1-3.10; Jn 15, 9-11

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría sea completa».

Reflexión: Dios es padre y madre y, por tanto, nos ama incondicionalmente. Pero ¿estamos dispuestos a creer que, de verdad, Dios nos ama así? Siendo honestos, con frecuencia, nos cuesta entender esa imagen de Dios. En nuestra mente pesan demasiado las experiencias propias o ajenas de amores mezclados con intereses egoístas y afanes de dominio. Por eso, no es fácil imaginar un amor absolutamente limpio, generoso y desinteresado. En lo religioso, muchas veces, imaginamos a Dios como un jefe iracundo, listo para a condenar cualquier error; o también lo sentimos como un legislador o un juez implacable. Todo eso, pero menos un padre-madre que nos ama incondicionalmente.

Oración: Padre santo, cura nuestras ideas erradas para que te entendamos y aceptemos como lo que eres: amor puro e infinito.

VIERNES 03 de mayo
Santos Felipe y Santiago, apóstoles
1 Co 15, 1-8, Sal 18, 2-5; Jn 14, 6-14
Hace tanto tiempo que estoy con ustedes,

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto». Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace sus obras. Créanme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, crean por las obras. Les aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidan en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre, yo lo haré».

Reflexión: Jesús es el camino porque Él mismo es la verdad y la vida; es el camino hacia la fuente y plenitud de la verdad y de la vida, que es Dios, meta de nuestro peregrinar en el mundo. Por eso afirma: «Nadie va al Padre sino por mí». Él es la vida porque vive en el Padre, hasta el punto de que quien lo ve a Él ve al Padre. De allí que también diga: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). El Padre ha dado esta vida al Hijo, quien es el único capaz de concederla a los que creen en Él: «Quien cree en mí, aunque muera, vivirá» (Jn 11, 25). Nuestra fe, que se concretiza en el seguimiento de Jesús, nos conduce a la realización plena de la existencia humana, que consiste en el encuentro con Dios.

Oración: Señor, permitimos verte en la realidad de nuestras historias y en la cotidianeidad de cada día.

sábado 04 de mayo
San José María Rubio
Hch 16, 1-10; Sal 99, 1-3.5; Jn 15, 18-21

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya, pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, por eso el mundo los odia. Acuérdense de lo que les dije: “No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la de ustedes”. Y todo eso lo harán con ustedes a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».

Reflexión: Quien vive el amor desinteresado, pone al descubierto la insensatez del mundo. Quien hace vida el Evangelio de Jesús tendrá problemas, deberá atravesar la experiencia de la cruz. Pero eso no debe sorprendernos, Jesús ya nos lo dijo: no se puede vivir auténticamente la vida cristiana sin hallar conflictos. Claramente, no se trata de buscar persecuciones ni de huir de los problemas, porque eso terminaría impidiéndonos actuar. Mas tengámoslo claro, vivir el Evangelio es ya en sí advertirle al mundo que no es verdad todo lo que él ofrece. Con su sola conducta, el cristiano desenmascara la mentira de quienes intentan apagar la luz de la verdad por medio de la injusticia (Rm 1, 18).

Oración: Señor, danos la gracia de llevar tu Palabra allí donde nadie quiera ir.

Domingo 05 de mayo

VI de Pascua
Hch 10, 25-26.34-35.44-48; Sal 97, 1-4; 1 Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17
Salterio II

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer, todo lo que he oído a mi Padre. No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto, y su fruto dure. De modo que lo que pidan al Padre en mi nombre Él se lo concederá. Esto les mando: que se amen unos a otros».

Reflexión: A lo largo de la vida vamos aprendiendo a creer (confiar) en el amor de Dios. Algo a lo que Jesús mismo nos invita; «¡Si conocieras el don de Dios!» (Jn 4, 10), le dice a la samaritana. San Clemente Romano comenta también: «No es posible decir a qué alturas nos puede llevar el amor. El amor nos une a Dios; el amor “cubre multitud de pecados” (1 P 4, 8), el amor lo aguanta todo, lo soporta todo (1 Co 13, 7). El amor conduce a la perfección a los elegidos de Dios y, sin él, no hay nada que agrade a Dios. Por el amor, el Maestro nos atrae hacia Él. Por su amor a nosotros, Jesucristo nuestro Señor, según la voluntad de Dios, derramó su sangre por nosotros, ofreció su carne por nuestra carne, entregó su vida por nuestras vidas».

Oración: Señor, enséñanos a amar hasta el punto de ser capaces de dar la vida por nuestros semejantes.

Lunes 06 de mayo
Santo Domingo Savio
Hch 16, 11-15; Sal 149, 1-6.9; Jn 15, 26—16, 4a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Defensor, que les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí; y también ustedes darán testimonio, porque desde el principio están conmigo. Les he dicho esto para que no se escandalicen. Los expulsarán de las sinagogas; más aún, llegará la hora en que quien les dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Les he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, se acuerden de que yo se lo había dicho».

Reflexión: Poner en práctica la compasión y la misericordia tiene consecuencias, acarrea incluso persecuciones como bien lo experimentó la Iglesia naciente. Pero había un ancla que los sostenía: la fe firme en la presencia y la fuerza reconfortante del Espíritu Santo. Recordarían que Jesús les había dicho: «No se escandalicen», si al Maestro lo persiguieron también harán lo mismo con los discípulos. Una medida muy dolorosa para esos primeros cristianos que provenían mayoritariamente del judaísmo fue la expulsión de la sinagoga, la casa de oración y reunión para los judíos desde el exilio. Eso equivalía a la excomunión. El conflicto escaló después a persecuciones violentas. Solo la fuerza del Espíritu puede sostenernos en este tipo de situaciones.

Oración: Señor, que podamos sentir tu compañía siempre y en toda circunstancia, especialmente, en los momentos de sufrimiento.

Martes 07 de mayo
San Agustín Roscelli
Hch 16, 22-34; Sal 137, 1-3.7-8; Jn 16, 5-11

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberles dicho esto, la tristeza les ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que les digo es la verdad: les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Espíritu consolador. En cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes. Y cuando Él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, a la justicia y a la condena. En lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy al Padre, y no me verán; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado».

Reflexión: Convencernos de que aún es posible una relación profunda con el Señor Jesús nos concede una auténtica consolación. No obstante, la tentación para los cristianos es considerar que el tiempo presente es pobre, vacío de los bienes que Jesús ofreció mientras vivió en Palestina. Sin embargo, como nos lo aclara Juan, esos bienes siguen estando disponibles gracias a la acción del Espíritu Santo, quien nos otorga la sabiduría necesaria para discernir y distinguir lo falso (los caminos de éxito y felicidad que ofrece este mundo) de lo verdadero (el camino trazado por Jesús). A eso se refiere san Juan con «convencer al mundo con relación al pecado, a la justicia y al juicio». Convencer significa acusar, sacar a la luz el error del mundo.

Oración: Santo Espíritu, alimenta nuestra capacidad de discernimiento para que sepamos distinguir los caminos que son acordes con el Evangelio.

 
volver | subir
 
Dejá tu comentario:
Nombre:
Nota:
Comentario:
 
volver | subir
publicidad
barrita
barrita
barrita
barrita
barrita
barrita
barrita
barrita
barrita
vocacional
barrita
vivienda
barrita
barrita
gottau
barrita
barrita

FAMILIA CRISTIANA  |  LA REVISTA  |  NOTAS  |  ARCHIVO  |  GUIONES LITÚRGICOS  |  SANTO DEL MES  |  CONTACTO  |  LINKS  |  CHIQUIFAMILIA

Familia Cristiana, revista digital mensual - Larrea 44 (1030), Buenos Aires, Argentina - Telefax: (011) 4952-4333 - revista@familiacristiana.org.ar