MEDITACIÓN DIARIA
DEL EVANGELIO - MARZO 2023
-Por Padre Wilton G. Sánchez Castelblanco-
Intención del papa Francisco para el mes de marzo: Por las víctimas de abusos; oremos por los que sufren a causa del mal recibido por parte de los miembros de la comunidad eclesial; para que encuentren en la misma Iglesia una respuesta concreta a su dolor y sufrimiento.

MIÉRCOLES 01
San Albino, obispo
Jon 3, 1-10; Sal 50, 3-4.12-13.18-19; Lc 11, 29-32
Evangelio: En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del Hombre para esta generación. Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás».
Reflexión: Dios nos habla a través de los signos. El sentido de los mismos no es solamente mostrar su poder y soberanía sobre la naturaleza, sino invitar a la conversión. Para Jesús, la predicación de Jonás fue un gran signo que provocó la conversión de los ninivitas. Lo mismo la sabiduría de Salomón que sirvió como un signo para que lo visitara la reina de Saba y reconociera la bondad de Dios. Para Jesús es paradójico que, siendo él superior a ellos dos, su generación no fuera capaz de aceptar su mensaje de amor y misericordia. Estas palabras nos invitan a conmovernos con su mensaje, a dejar nuestras falsas seguridades y a optar por él y por su evangelio con entusiasmo.
Oración: Señor Jesús, danos ojos atentos a los signos de los tiempos y que nos adhiramos totalmente a tu propuesta de bienestar y vida plena.
JUEVES 02
Santa Inés de Praga
Est 14, 1.3-5.12-14; Sal 137, 1-3.7-8; Mt 7, 7-12
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. ¿Quién de ustedes si su hijo le pide pan, le va a dar una piedra? ¿Y si le pide pescado, le dará una serpiente? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! Por tanto, traten a los demás como quieran que ellos los traten a ustedes; en esto consiste la ley y los profetas».
Reflexión: La cuaresma es un tiempo propicio para revisar nuestra vida. Jesús nos invita a perseverar en la oración y a no desfallecer cuando no veamos sus efectos inmediatamente. Asimismo, en este año de encuentro y diálogo eclesial por lo convocatoria del sínodo, Jesús nos recalca una cuestión central: actuar con los demás como queremos que ellos nos traten a nosotros. Si esa actitud acompaña nuestro caminar por la vida, él dice que, con ello, damos plenitud y cumplimiento a todo lo que enseña la Sagrada Escritura, a la que él se refiere con el tratamiento clásico de «la ley y los profetas».
Oración: Padre del cielo, permite que nos alegremos por la misericordia que nos regalas para que seamos constructores de felicidad en la Iglesia y en la sociedad.
VIERNES 03
Santa Catalina Drexel
Ez 18, 21-28; Sal 129, 1-8; Mt 5, 20-26
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si la justicia de ustedes no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos. Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será procesado. Pero yo les digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “renegado”, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con tu adversario, llega pronto a un acuerdo mientras van de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo».
Reflexión: En la Biblia, el término justicia se refiere al modo de actuar de Dios y de los seres humanos. Aunque los escribas y fariseos acusan a Jesús de incumplir total o parcialmente la ley , él, por el contrario, deja claro que las exigencias éticas para sus discípulos son mucho mayores que las de los judíos de su tiempo. El mandamiento «No matarás» (Ex 20, 13 y Dt 20, 13) se interpretaba solo como una prohibición del homicidio y Jesús enseña que su propósito es regular la convivencia y el buen trato entre todos los seres humanos. Por eso, el auténtico discípulo no se limita a evitar el homicidio, sino cualquier tipo de agresión contra su prójimo.
Oración: Padre del cielo, ayúdanos a que, con nuestro trato, caminemos siempre junto a nuestros hermanos y no en contra de ellos.
SÁBADO 04
San Casimiro
Dt 26, 16-19; Sal 118, 1-2.4-5.7-8; Mt 5, 43-48
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Ustedes han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y odiarás a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Así serán hijos del Padre que está en el cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué premio recibirán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludan solo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sean perfectos como su Padre celestial es perfecto».
Reflexión: El Levítico prescribe el mandamiento «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (19, 18). No obstante, Jesús deja entrever que algunos, malinterpretándolo, consideraban que, si bien había que amar al prójimo, se podía odiar a los enemigos. Jesús deja en claro que la comunidad de sus discípulos no puede ser una simple asociación de elogios mutuos o de intercambio de favores. El desprecio hacia cualquier ser humano nos aparta de Dios. Caminar juntos significa hacer buenas obras y mantener buenas actitudes con todos, incluso con quienes nos son hostiles. Esto es lo que marca el camino a la perfección, hacia la cual nos invita Jesús.
Oración: Padre de bondad, te pedimos por quienes están privados de su libertad para que también ellos encuentren tu amor y misericordia.
DOMINGO 05
II de Cuaresma
Gn 12, 1-4a; Sal 32, 4-5.18-20.22; 2 Tm 1, 8b-10; Mt 17, 1-9
SALTERIO II
Evangelio: Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres carpas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo». Al oírlo, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no teman». Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No cuenten a nadie esta visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos».
Reflexión: En el evangelio de Mateo, el anuncio de la pasión y el episodio de la transfiguración están estrechamente ligados. En efecto, luego del desconcierto que causó aquel anuncio y las exigencias del seguimiento de Jesús, con el relato de hoy se nos invita a seguir al maestro de Galilea con entusiasmo. Aunque la cruz es el camino, la destrucción total de sí mismo no es el destino final del ser humano. Jesús nos llama a negarnos a nosotros mismos, a tomar la cruz y seguirlo; mas, para motivarnos, nos deja entrever nuestro destino último: la resurrección. Por tanto, vale la pena seguirlo, pues incluso las Escrituras (Moisés y Elías) dan testimonio de él. Además, él es el Hijo amado del Padre, escuchémoslo.
Oración: Padre del cielo, concédenos progresar en el camino sinodal, para que todos juntos contribuyamos a la realización de tu voluntad en el mundo.
LUNES 06
Santa María Eugenia Smet (M. Providencia)
Dn 9, 4b-10; Sal 78, 8-9.11.13; Lc 6, 36-38
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Sean compasivos como el Padre de ustedes es compasivo; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará; recibirán sobre el regazo una medida generosa, colmada, sacudida, rebosante. Porque la medida con que ustedes midan, también se usará para ustedes».
Reflexión: En esta sección del discurso del llano, Jesús enuncia cinco mandamientos, pero justificando sus motivos. Tenemos que ser misericordiosos porque así lo es nuestro Padre del cielo. El creyente está llamado a no juzgar y Jesús indica la razón: para no ser juzgados. Igualmente, si no queremos ser condenados, tampoco debemos condenar a nadie. Y al final propone dos normas formuladas de manera positiva. Un creyente que implora frecuentemente el perdón de Dios está llamado a perdonar siempre. Asimismo, si queremos recibir dones, carismas y gracias de Dios, tenemos que dar también con generosidad. Si los cumpliéramos, la Iglesia podría vivir en fraternidad y sinodalidad, rebozando misericordia, perdón y solidaridad.
Oración: Espíritu Santo, infúndenos tus dones para que tratemos a nuestro prójimo con respeto, confianza y misericordia.
MARTES 07
Beata M. Antonia de Paz y Figueroa (Mama Antula)
Is 1, 10.16-20; Sal 49, 8-9.16-17.21.23; Mt 23, 1-12
Evangelio: En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: hagan y cumplan todo lo que les digan; pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos hacen fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos ni siquiera a moverlos con un dedo. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Ustedes, en cambio, no se dejen llamar “maestro”, porque uno solo es su Maestro, y todos ustedes son hermanos. Y en la tierra a nadie llamen “padre”, porque uno solo es el Padre de ustedes, el del cielo. No se dejen llamar “consejeros”, porque uno solo es su Consejero, Cristo. El primero entre ustedes sea servidor de los demás. El que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido».
Reflexión: Los escribas y fariseos gozaban de gran reconocimiento social. En esta ocasión, Jesús no critica sus enseñanzas, sino sus actitudes. Él señala a sus discípulos que pueden prestar oído a lo que dicen, pero no imitar lo que hacen con los demás. Jesús no quiere que sus seguidores opten por imponerse entre sus semejantes. No hay seres humanos que por sus conocimientos, posesiones o condiciones étnicas, religiosas o políticas sean mayores que los otros. Por eso, aquí Jesús nos invita a no pasar por encima de los demás, sino a lo contrario: a servir de corazón a nuestros semejantes. ¿Qué actitudes podemos modificar para poder mostrar a los demás nuestro auténtico espíritu de servicio?
Oración: Dios de amor, danos el don de la humildad para que con nuestro trato hagamos sentir a todos como hermanos.
MIÉRCOLES 08
San Juan de Dios, religioso
Jr 18, 18-20; Sal 30, 5-6.14-16; Mt 20, 17-28
Evangelio: En aquel tiempo, mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, llevó consigo a los Doce, y les dijo por el camino: «Miren, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará». Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para hacerle una petición. Él le pregunto: «¿Qué deseas?». Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Pero Jesús respondió: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber?». Contestaron: «Podemos». Él les dijo: «Mi cáliz lo beberán; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para quienes lo tiene reservado mi Padre». Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Ustedes saben que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes las oprimen. No ha de ser así entre ustedes: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, que sea su esclavo. De la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».
Reflexión: El destino final del Hijo del Hombre es la resurrección, pero está precedido por la traición, la condena, la tortura y la muerte. No obstante, parece que los hijos de Zebedeo quieren saltarse el camino que conduce a la meta. Su petición es tan absurda que ni siquiera la hacen directamente, sino a través de su madre. Jesús rechaza esa actitud: «No saben lo que piden», y aclara que la gloria de la resurrección es un don del Padre, no un logro concedido al mejor discípulo. Es frecuente encontrar personas que, como los hijos del Zebedeo, se consideran merecedores de los premios de Dios. El evangelio, en cambio, nos enseña que lo que recibimos de él es un don gratuito, que reflejan su amor y su misericordia.
oración: Señor Jesús, llénanos de confianza en los dones del Padre para que crezcamos en la alabanza de tu nombre.
JUEVES 09
Santa Francisca Romana, religiosa
Jr 17, 5-10; Sal 1, 1-4.6; Lc 16, 19-31
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado junto a la puerta, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio desde lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él, y gritó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abraham le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y, además, entre nosotros y ustedes se abre un abismo inmenso, para que no puedan pasar de ahí hasta nosotros”. El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento”. Abraham le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. El rico contestó: “No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán”. Abraham le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”».
Reflexión: Para enfatizar que no se puede servir a Dios y al dinero, Jesús nos ofrece esta parábola en la que ilustra la necedad de la confianza absoluta en el dinero. Para el cristiano, las riquezas materiales no son un fin, sino un instrumento para servir a los demás. Esta narración nos deja ver que, ya en los primeros tiempos de la Iglesia, era difícil hacer una opción por Dios dejando en un segundo lugar al dinero. No se puede caminar junto a quien es despreciado. El primer paso hacia la sinodalidad es el reconocimiento del otro, especialmente de aquel que, como Lázaro, se encuentra en situación de vulnerabilidad.
Oración: Señor Jesús, concédenos tu fuerza para que te reconozcamos como nuestro Señor con nuestras palabras y actitudes.
VIERNES 10
Cuarenta mártires de Sebaste
Gn 37, 3-4.12-13a.17b-28; Sal 104, 16-21; Mt 21, 33-43.45-46
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchen otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar en ella, construyó la casa del guardián, la arrendó a unos viñadores y se fue de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los viñadores, para recoger los frutos que le correspondían. Pero los viñadores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, en mayor número que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo, diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los viñadores, al ver al hijo, se dijeron: “Este es el heredero: lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos viñadores?». Le contestaron: «Hará morir sin compasión a esos malvados y arrendará la viña a otros viñadores que le entreguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No han leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que produzca sus frutos». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos. Y, aunque buscaban capturarlo, temieron a la gente, porque lo tenían por profeta.
Reflexión: Los personajes y el desarrollo de la parábola de los viñadores homicidas le confieren contundencia a la denuncia de Jesús contra las autoridades judías de su tiempo. Ellos, en vez de guardar fidelidad a los mandamientos de Dios, han cometido grandes abusos contra el pueblo que se les ha confiado. El punto más alto de su despotismo se manifiesta en la hostilidad contra Jesús, que culmina con su muerte en la cruz. Este episodio nos deja ver que, como era de suponerse, la denuncia no es bien recibida y se convierte en un nuevo elemento que provoca la oposición contra Jesús. ¿Cuál es la medida de nuestro compromiso con Jesús?
Oración: Espíritu Santo, concédenos la gracia de la perseverancia en nuestro camino de seguimiento de Jesucristo.
SÁBADO 11
San Eulogio
Mi 7, 14-15.18-20; Sal 102, 1-4.9-12; Lc 15, 1-3.11-32
Evangelio: En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde”. El padre les repartió los bienes. Pocos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, partió a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces a servir a casa de un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; pero nadie le daba de comer. Entonces recapacitó y se dijo: “¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Ahora mismo me pondré en camino e iré a la casa de mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus trabajadores”. Y se puso en camino hacia donde estaba su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y corrió a su encuentro, se lo echó al cuello y lo cubrió de besos. El hijo empezó a decirle: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; póngale un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido, y ha sido encontrado”. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando, al volver, se acercaba a la casa, oyó la música y el baile y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano y salvo”. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba convencerlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con prostitutas, haces matar para él el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Reflexión: El evangelio nos presenta esta hermosa parábola como respuesta al rechazo de los escribas y fariseos a la acogida que Jesús mostraba con los pecadores. Lamentablemente, en algunos ambientes, se mantienen esas actitudes farisaicas que obstaculizan a quienes quieren acercarse al camino de la salvación. Hoy Jesús nos sigue exhortando a alegrarnos por el regreso de tantos hijos pródigos que estaban perdidos y, por la gracia de Dios, han sido hallados, estaban muertos y han vuelto a la vida auténtica. No se trata de ser condescendientes con el pecado, sino compasivos con el pecador para propiciar su conversión. ¿Cuál es nuestra actitud ante quienes se alejan de Dios y de la Iglesia? ¿Cómo apoyamos su regreso?
Oración: Padre de amor, tú que nos acoges y nos abrazas a pesar de nuestros pecados, concédenos alegrarnos contigo por la conversión de nuestros hermanos.
DOMINGO 12
III de Cuaresma
Ex 17, 3-7; Sal 94, 1-2.6-9; Rm 5, 1-2.5-8; Jn 4, 5-42
F. B. Jn 4, 5-15.19b-26.39a.40-42. SALTERIO III
Evangelio: En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Porque los judíos no tienen trato con los samaritanos. Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo, ¿de dónde vas a sacar esa agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial que brota hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve». La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón de que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el que ahora tienes no es tu marido. En eso has dicho la verdad». La mujer le dice: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto a Dios en este monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde se debe dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén darán ustedes culto al Padre. Ustedes dan culto a uno que no conocen; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad» La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo». En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?». La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: «Vengan a ver un hombre que me ha dicho todo lo que hice; ¿será este el Mesías?». Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: «Maestro, come». Él les dijo: «Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen». Los discípulos comentaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?». Jesús les dice: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No dicen ustedes que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo les digo esto: Levanten los ojos y contemplen los campos, que están ya maduros para la cosecha; el que trabaja en la cosecha ya está recibiendo su salario y almacenando fruto para la vida eterna: de modo que el que siembra y el que cosecha se alegran. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro cosecha. Yo los envié a cosechar lo que no les costó ningún trabajo. Otros fueron los que trabajaron y ustedes son los que se han beneficiado del trabajo de ellos». En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que hice». Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».
Reflexión: El diálogo entre un judío (Jesús) y una samaritana parecía imposible. Sin embargo, el encuentro ocurre porque ambos dejan de lado sus prejuicios y se abren a la escucha del otro. Así, aunque la mujer no entiende cómo alguien sin acceso al agua de aquel pozo pueda ofrecer un agua viva, no se obstina en su punto de vista, sino que abre su mente y su corazón a las palabras de Jesús. Después, ella misma se convierte en una evangelizadora dando testimonio de Jesús ante sus paisanos, el primer paso para que, luego, ellos crean que Jesús es el salvador del mundo. Aunque no entendamos plenamente los misterios de Dios, si le abrimos nuestro corazón, podremos reconocerlo también como nuestro salvador.
Oración: Señor Jesús, tú que nos ofreces el agua viva, permite que nos adhiramos plena y decididamente a tu propuesta de amor.
LUNES 13
San Rodrigo de Córdoba
2 R 5, 1-15a; Sal 41, 2-3; 42, 3-4; Lc 4, 24-30
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús en la sinagoga de Nazaret: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Les garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando no hubo lluvia del cielo tres años y seis meses, y el hambre azotó a todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificada la ciudad con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Reflexión: Para ser sus discípulos, Jesús no nos pide una cercanía física, ética o cultural, sino una opción radical por seguirlo y vivir cada día según nuestra condición de Hijos de Dios. En el evangelio él nos ofrece algunos ejemplos de personajes bíblicos que, aunque no compartían las tradiciones judías, fueron destinatarios de la benevolencia de Dios. Así sucedió con Naamán, un general sirio, quien mediante la intervención del profeta Eliseo fue sanado de la lepra; y con la viuda de Sarepta, que fue preferida sobre muchas viudas en Israel. Jesús nos sigue llamando a superar nuestras prepotencias y a caminar juntos en el camino de la salvación.
Oración: Señor Jesús, haz que seamos tu auténtica familia viendo desde el amor, la fraternidad y la solidaridad.
MARTES 14
Santa Matilde
Dn 3, 25.34-43; Sal 24, 4-9; Mt 18, 21-35
Evangelio: En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?». Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El siervo, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”. El señor tuvo lástima de aquel siervo y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el siervo aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con ustedes mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
Reflexión: El perdón, que es siempre difícil de implementar, es una característica esencial de la vida cristiana. Pedro pregunta si este tiene un límite, y él mismo se atreve a sugerir número: siete veces, que en el mundo antiguo equivale a la perfección, como número máximo de veces para perdonar al hermano. Jesús no está de acuerdo con ese número. Para él hay que perdonar setenta veces siete; es decir, siempre. Con la parábola de este hombre que pide perdón sin estar dispuesto a perdonar a sus semejantes, Jesús nos deja en claro la necesidad de perdonar siempre de corazón, así como el Dios de la misericordia lo hace con nosotros.
Oración: Padre nuestro, perdona nuestras ofensas, pues, por nuestra parte, ya hemos perdonado a los que nos ofenden.
MIÉRCOLES 15
Santa Luisa de Marillac, religiosa
Dt 4, 1.5-9; Sal 147, 12-13.15-16.19-20; Mt 5, 17-19
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No crean que he venido a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar pleno cumplimiento. Les aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será considerado grande en el reino de los cielos».
Reflexión: Ante las acusaciones de trasgresión, Jesús aclara que él no ha venido a abolir la ley y los profetas, es decir, el Antiguo Testamento. Por el contrario, él ha venido a darle su cumplimiento definitivo, pues su propuesta no se limita a cumplir lo que dicen al pie de la letra los preceptos bíblicos, sino a develar su espíritu, que va mucho más allá. Por eso, su modo de actuar es superior al de los escribas y fariseos. Queda claro entonces que para Jesús no es suficiente cumplir lo que dice la Biblia de manera literal, sino ir más allá, comprender el mensaje de Dios que ella nos transmite para orientar nuestra conducta y nuestra vida.
Oración: Señor Jesús, ilumínanos con tu palabra para que seamos considerados grandes en el reino de los cielos.
JUEVES 16
San José Gabriel del Rosario Brochero, presbítero
Jr 7, 23-28; Sal 94, 1-2.6-9; Lc 11, 14-23
Evangelio: En aquel tiempo, Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Si echa fuera los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está dividido, ¿cómo sostendrá su reino? Ustedes dicen que yo expulso los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo expulso los demonios con el poder de Belzebú, los hijos de ustedes, ¿por arte de quién los expulsan? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero, si yo expulso los demonios con la fuerza de Dios, quiere decir que el reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si viene otro más fuerte que él y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama».
Reflexión: El evangelio nos muestra cómo Jesús actuó siempre en favor de los más desprotegidos, como aquel hombre poseído por el espíritu que le impedía comunicarse. Pero muchos criticaron a Jesús. Tal vez hubieran preferido que aquel hombre siguiera callado, quizás temían lo que podía decir. Hoy el Espíritu Santo sigue llenando de valentía y entusiasmos a muchos y los anima a dejar oír su voz. Dios nos ha creado a todos con el don del habla y quiere que nos podamos comunicar entre todos. ¿Estamos dispuestos a escuchar la voz de nuestros hermanos? ¿Cuál es nuestra actitud cuando surgen llamados al habla y a la escucha de voces en la Iglesia y la sociedad?
Oración: Espíritu Santo, otórganos siempre la capacidad de escucha para que sepamos oír a nuestros hermanos.
VIERNES 17
San Patricio, obispo
Os 14, 2-10; Sal 80, 6-11.14.17; Mc 12, 28b-34
Evangelio: En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todos tus fuerzas”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que éstos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Reflexión: La pregunta del escriba a Jesús termina en un diálogo y reconocimiento mutuo. Quizás aquel experto de la ley pensaba que Jesús tenía un conocimiento superficial de la Sagrada Escritura. Sin embargo, su respuesta sobre el mandamiento más importante de la ley le demuestra la profundidad de su enseñanza. Junto al mandamiento principal, Jesús recuerda la obligación del amor al prójimo. Ante tal respuesta, el escriba declara la superioridad de estas dos actitudes sobre una relación meramente externa con Dios. El amor a Dios se concretiza en acciones específicas de amor al prójimo. Y para nosotros, ¿qué es lo más importante delante de Dios? ¿Cómo es nuestra relación con nuestro prójimo?
Oración: Padre bueno, concédenos amarte sobre todas las cosas y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
SÁBADO 18
San Cirilo de Jerusalén, obispo y doctor
Os 6, 1-6; Sal 50, 3-4.18-21; Lc 18, 9-14
Evangelio: En aquel tiempo, para algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de mí que soy un pecador”. Les digo que este último bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido».
Reflexión: San Lucas nos muestra el propósito de la parábola: para aquellos que estaban convencidos de ser justos y, por eso, menospreciaban a los demás. La autoestima es positiva, pero, a veces, se la confunde con sentimientos de superioridad ante el resto. Así ocurre con los fariseos. Por ello, Jesús nos enseña que la oración, o cualquier otra actividad, que se realiza con prepotencia nos aleja de Dios y desvirtúa las pocas o muchas cosas buenas que le presentemos. Por el contrario, la humildad nos permite reconocer que necesitamos de su misericordia. ¿Cuál es nuestra actitud hacia nuestros hermanos de sangre o de la comunidad?
Oración: Señor Jesús, llénanos de la humildad que nos permite reconciliarnos contigo, con el mundo y con nuestros hermanos.
DOMINGO 19
IV de Cuaresma (Laetare)
1 S 16, 1b.6-7.10-13a; Sal 22, 1-6; Ef 5, 8-14; Jn 9, 1-41
F. B. Jn 9, 1.6-9.13-17.34-38. SALTERIO IV
Evangelio: En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó, este o sus padres para que naciera ciego?». Jesús contestó: «Ni este pecó ni sus padres, ha sucedido para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)». Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?». Unos decían: «Sí, es el mismo». Otros decían: «No es él, pero se le parece». Él respondía: «Soy yo». Y le preguntaban: «¿Y cómo se te han abierto los ojos?». Él contestó: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver». Le preguntaron: «¿Dónde está él?». Contestó: «No lo sé». Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?». Él contestó: «Que es un profeta». Pero los judíos no se creyeron que aquel había sido ciego y había recibido la vista hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este su hijo, el que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver?». Sus padres contestaron: «Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego; pero no sabemos cómo es que ahora puede ver, ni tampoco sabemos quién le dio la vista. Pregúntenselo a él, que es mayor y él mismo puede darles razón». Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado expulsar de la sinagoga a quien reconociera que Jesús era Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, pregúntenselo a él». Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Contestó él: «Si es un pecador, no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo». Le preguntan de nuevo: «¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?». Les contestó: «Lo he dicho ya, y no me han hecho caso; ¿para qué quieren oírlo otra vez?; ¿también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?». Ellos lo insultaron y le dijeron: «Discípulo de ese lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ese no sabemos de dónde viene». Replicó él: «Pues eso es lo raro: que ustedes no saben de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que da culto a Dios y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder». Le replicaron: «Tú que naciste lleno de pecado, ¿quieres darnos lecciones a nosotros?». Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del Hombre?». Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es». Él dijo: «Creo, Señor». Y se postró delante de él. Jesús añadió: «Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos». Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: «¿También nosotros estamos ciegos?». Jesús les contestó: «Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen que ven, su pecado persiste».
Reflexión: La grandeza de la señal realizada por Jesús no se debe tanto a que cure un ciego, sino a que le dé la vista por primera vez. Por ello, algunos dudan de la identidad de aquel hombre, pero él no se amilana. Después de su encuentro con Jesús da testimonio de él, a pesar de que las autoridades judías hostiles a Jesús tratan de intimidarlo. Al final, los acusadores terminan siendo acusados por Jesús. Ellos, que se consideraban los únicos capaces de ver la verdad de Dios, en realidad se han enceguecido por sus ínfulas de poder y prepotencia. ¿Estamos dispuestos a ver con claridad el mensaje de Jesús y a dar testimonio de él? ¿O nos encerramos en nuestros prejuicios que nos alejan de Dios y de los hermanos?
Oración: Señor Jesús, abre nuestros corazones y nuestro entendimiento para que podamos mostrar nuestra adhesión a ti.
LUNES 20
San José, esposo de la santísima Virgen María (Trasladada)
2 S 7, 4-5a.12-14a.16; Sal 88, 2-5.27.29; Rm 4, 13.16-18.22;
Mt 1, 16.18-21.24a o bien Lc 2, 41-51a
Evangelio: Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados ». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
Reflexión: Jesús es descendiente de David por la línea de san José. Pero, además de eso, san José se caracteriza por ser un hombre justo, de aquellos que meditan la ley del Señor día y noche. Él pensaba que, para cumplir la ley, debía repudiar a su esposa, por ser sospechosa de adulterio. Pero no se cerró en su idea, se abrió a la revelación de Dios y pudo comprender que las cosas no siempre son como aparecen. Cuando cambió su miedo por la confianza en Dios, pudo transformarse en ese gran protagonista que acogió a María y se convirtió así en un paradigma de esposo y padre. ¿Cuál es nuestra actitud ante las situaciones nuevas e inciertas que afrontamos cada día?
Oración: Santa María, tú que sufriste la incomprensión, ayúdanos a abrir nuestro corazón a la revelación del Padre.
MARTES 21
San Nicolás de Flue
Ez 47, 1-9.12; Sal 45, 2-3.5-6.8-9; Jn 5, 1-3.5-16
Evangelio: En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en hebreo “Betesda”. Esta tiene cinco pórticos, en ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo allí tendido, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda». Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y comenzó a andar. Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». Él les contestó: «El que me ha curado me dijo: Toma tu camilla y anda». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho toma tu camilla y anda?». Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús había desaparecido entre la muchedumbre que había allí. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor». Se fue aquel hombre a decir a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.
Reflexión: La curación del paralítico es el tercer signo que realiza Jesús en el evangelio de san Juan. En los dos anteriores, los discípulos en las bodas de Caná y el funcionario real y su familia luego de la curación de su hijo, creyeron en Jesús. No obstante, la situación ahora cambia, tal vez porque es el primer signo en Jerusalén. La hostilidad y rechazo de las autoridades judías quedan en evidencia. Ellos, en vez de alegrarse por su prójimo que ha recuperado su salud, buscan cargos para imputar a Jesús. Lo único en que se fijan es que incumple la ley al cargar su camilla en sábado. La cerrazón del corazón sigue impidiendo, incluso hoy, el seguimiento de Jesús. ¿Cuál es nuestra actitud?
Oración: Señor Jesús, cura nuestras parálisis para que te sigamos con entusiasmo animados por la alegría que nos ofreces.
MIÉRCOLES 22
Santa Lía
Is 49, 8-15; Sal 144, 8-9.13-14.17-18; Jn 5, 17-30
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo». Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo no respetaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: «Les aseguro: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre. Lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que él quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió. Les aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida. Les aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del Hombre. No se sorprendan, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para ser juzgados. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió».
Reflexión: Las autoridades judías acusan a Jesús de blasfemo por atribuirse la condición de Hijo de Dios. No obstante, Jesús no se amilana; al contrario, sigue adelante con su predicación y de acusado pasa a acusador. Él demuestra que quienes ofenden a Dios no son los que trabajan en favor de su prójimo, sino aquellos que rechazan la vida ofrecida por Jesús. Pero también insiste en la posibilidad de todo ser humano de cambiar de rumbo y creer en él. Si escuchamos, es decir, si obedecemos la voz del Hijo de Dios, podemos pasar de la muerte del pecado a la vida del amor, la fe y la fraternidad. ¿Cómo estamos dispuestos a escuchar la voz del Hijo de Dios?
Oración: Padre de la vida, concédenos ser dignos de la salvación que nos ofreces por medio de la escucha y adhesión a la palabra de tu Hijo.
JUEVES 23
San José de Oriol
Ex 32, 7-14; Sal 105, 19-23; Jn 5, 31-47
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio que da de mí. Ustedes mismos enviaron mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, ustedes quisieron gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz, ni han visto su rostro, ni su palabra habita en ustedes, porque no creen al que él ha enviado. Ustedes investigan las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, sin embargo, ¡ustedes no quieren venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, a ustedes yo los conozco y sé que el amor de Dios no está en ustedes. Yo he venido en nombre de mi Padre, y ustedes no me reciben; pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir. ¿Cómo pueden creer ustedes que aceptan gloria unos de otros y no buscan la gloria que viene del único Dios? No piensen que yo los voy a acusar ante el Padre, hay uno que los acusa: Moisés, en quien ustedes han puesto su esperanza. Porque si creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque él escribió de mí. Pero, si no dan fe a sus escritos, ¿cómo darán fe a mis palabras?».
Reflexión: Los judíos acusaban a Jesús de ilegitimidad, pero él nos enseña que, en realidad, hay muchos motivos y testimonios que confirman su condición de Hijo de Dios y salvador de la humanidad. Así lo confirma, por ejemplo, la predicación de Juan Bautista, pero también hay testigos más autorizados, como lo son las obras realizadas por Jesús mismo. Además, el Señor no va en contra del Padre o de las Escrituras, sino que está avalado, precisamente, por ellos. El verdadero creyente en Dios, lo es también en su Hijo, y el auténtico lector de la Sagrada Escritura se adhiere a aquel de quien esta da testimonio. Y nosotros, ¿estamos en capacidad de dar razón de nuestra fe?
Oración: Padre del cielo, danos la sabiduría necesaria para entender la Sagrada Escritura y vivir tu mensaje de amor que allí nos has revelado.
VIERNES 24
San Oscar Arnulfo Romero, mártir
Sb 2, 1a.12-22; Sal 33, 17-21.23; Jn 7, 1-2.10.25-30
Evangelio: En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después que sus parientes marcharon a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: «¿No es este al que intentan matar? Pues miren cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es en realidad el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene». Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, alzó la voz: «A mí me conocen y conocen de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ese ustedes no lo conocen; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado». Entonces intentaban detenerlo; pero nadie se atrevió, porque todavía no había llegado su hora.
Reflexión: La fiesta de las Tiendas era una de las más populares de Israel. Duraba siete días. No obstante, esta alegría se transformó en rechazo contra Jesús, pues las autoridades judías seguían poniendo en tela de juicio su autenticidad. Argumentaban que no podía ser el Cristo porque, supuestamente, conocían el origen de Jesús. Pero es eso en lo que se equivocan, pues, más que por lazos étnicos o culturales, la procedencia de Jesús se explica por su total pertenencia a Dios de quien es Hijo. Él deja claro que no ha venido por sí mismo. Y nosotros, ¿le pertenecemos a Dios?
Oración: Señor Jesús, haz que nuestra adhesión a ti sea cada vez más fuerte y se exprese en acciones de amor.
SÁBADO 25
La Anunciación del Señor
Is 7, 10-14; 8,10; Sal 39,7-11; Hb 10, 4-10; Lc 1, 26-38
Evangelio: A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el ángel.
Reflexión: Ante la seguridad con que el ángel Gabriel comunica a María el mensaje de Dios, ella reacciona con sorpresa y miedo. La alegría no es posible cuando hay incertidumbre. Por eso, solo el anuncio del nacimiento del Hijo de Dios pudo disipar las dudas. Quien iba a nacer no era un ser humano más, sino el Hijo del Altísimo y María no iba a quedar al arbitrio del azar, sino que el Espíritu Santo lo cubriría con su sombra. El anuncio de la encarnación del Hijo de Dios sigue alegrando nuestro mundo. ¿Provocan lo mismo nuestros anuncios o, por el contrario, generan miedo e incertidumbre?
Oración: Llena, Señor, nuestros corazones con tu gracia y que la encarnación de tu Hijo sostenga nuestra esperanza.
DOMINGO 26
V de Cuaresma
Ez 37, 12-14; Sal 129, 1-8; Rm 8, 8-11; Jn 11, 1-45
F. B. Jn 11, 3-7.17.20-27.33b-45. SALTERIO I
Evangelio: En aquel tiempo, había un hombre enfermo que se llamaba Lázaro, natural de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas mandaron a Jesús este mensaje: «Señor, tu amigo está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». Los discípulos le replicaron: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?». Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz». Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo». Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará». Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de que no hayamos estado allí, para que crean. Y ahora vamos a su casa». Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él». Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama». Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en el pueblo, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió profundamente y se estremeció. Después preguntó: «¿Dónde lo han enterrado?». Le contestaron: «Señor, ven a verlo». Y Jesús lloró. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!». Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera este?». Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cueva tapada con una piedra. Dijo Jesús: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la piedra. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera». El muerto salió, con los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo ir». Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Reflexión: La resurrección de Lázaro es el último de los siete signos de Jesús en el cuarto evangelio y en el que manifiesta la plenitud de su poder. En las ocasiones anteriores había mostrado su autoridad sobre el mundo creado, pero ahora su intervención parece inútil. Al llegar donde Lázaro, él ya llevaba muerto cuatro días. Sin embargo, la respuesta de Marta nos enseña que la confianza en Jesús nos puede hacer testigos de la obra de Dios. Ella afirmó con profunda fe: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Al culminar este tiempo de Cuaresma, ¿ha crecido nuestra fe? ¿Confiamos plenamente en Jesús?
Oración: Señor Jesús, tú que eres la vida, haznos salir de los sepulcros del egoísmo, la injusticia y la indiferencia.
LUNES 27
Beato Peregrino de Falerone
Dn 13, 1-9.15-17.19-30.33-62; F. B. Dn 13, 41-62;
Sal 22, 1-6; Jn 8, 1-11
Evangelio: En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, entonces se sentó y les enseñaba. Los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron retirando uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que permanecía allí frente a él. Incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».
Reflexión: La mujer que presentan a Jesús no es inocente; pero, el narrador nos muestra que sus acusadores están más interesados en aniquilarla que en cumplir la ley. De paso, buscan un motivo para acusar a Jesús, pues confiaban en que la defendería y, por tanto, quebrantaría la ley. Sin embargo, Jesús demuestra que él es el único inocente y, en consecuencia, el único capaz de condenarla. Por eso, pone en práctica lo que siempre anunció: que él vino a salvar, no a condenar, y comienza por aquella mujer. El perdón y la acogida que el Maestro le ofrece le permite realizar lo que le indica al final: «No vuelvas a pecar». ¿Cuál es nuestra actitud ante nuestros hermanos que cometen errores pequeños o graves?
Oración: Padre de misericordia, tú que no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve, danos también a nosotros un corazón misericordioso.
MARTES 28
San Sixto III, papa
Nm 21, 4-9; Sal 101, 2-3.16-21; Jn 8, 21-30
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y ustedes me buscarán, y morirán en pecado. Donde yo voy, ustedes no pueden ir». Y los judíos comentaban: «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy, ustedes no pueden ir”?». Jesús continuó: «Ustedes son de aquí abajo, yo soy de allá arriba: ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho que ustedes morirán en sus pecados: pues, si no creen que yo soy, morirán en sus pecados». Ellos le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: «Esto es precisamente lo que les estoy diciendo. De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar; pero aquel que me envió es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del Hombre, entonces sabrán que Yo Soy, y que no hago nada por mí mismo, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.
Reflexión: Las autoridades judías siguen sin comprender las palabras de Jesús, no entienden por qué no pueden ir a donde va él. Pero de eso se trata la propuesta de Jesús, de que todos vayan tras él. No es un seguimiento físico o espacial, sino moral, que solo lo pueden realizar quienes tienen lazos estrechos de pertenencia a él. Como las ovejas solo siguen al pastor al que pertenecen, así también solo podemos seguir a Jesús si, en realidad, somos suyos. Solo con la cruz, en la cual el Hijo del Hombre es levantado, podemos entender plenamente el misterio de la salvación. Si la abrazamos, entonces comprendemos a Jesús y podemos decir somos auténticos discípulos suyos.
Oración: Señor Jesús, tú que fuiste elevado en la cruz para la salvación de todos, concédenos poder ir siempre a tu encuentro.
MIÉRCOLES 29
Santa Gladys
Dn 3, 14-20.91-92.95; Sal: Dn 3, 52-56; Jn 8, 31-42
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si se mantienen en mi palabra, serán de verdad discípulos míos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». Le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Serán libres”?». Jesús les contestó: «Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo, en cambio, se queda para siempre. Y si el Hijo los hace libres, serán realmente libres. Ya sé que ustedes son descendencia de Abraham; sin embargo, tratan de matarme, porque mi palabra no ha penetrado en ustedes. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero ustedes hacen lo que han oído a su padre». Ellos replicaron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dijo: «Si ustedes fueran hijos de Abraham, harían lo que hizo Abraham. Sin embargo, tratan de matarme a mí, que les he dicho la verdad que oí de Dios, y eso no lo hizo Abraham. Ustedes obran como su padre». Le replicaron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo padre: Dios». Jesús les contestó: «Si Dios fuera su padre, me amarían a mí, porque yo he salido y vengo de Dios. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió».
Reflexión: Si un esclavo no se considera tal, no puede ser liberado. Eso sucedió con las autoridades judías de Jerusalén que rechazaron la palabra liberadora de Jesús, pues creían que ya eran libres cuando, en realidad, eran esclavos de sus tradiciones, su prepotencia y su orgullo. Jesús nos quiere libres porque el hombre libre toma sus propias decisiones. Dios no quiere un reino de esclavos que lo adoren servilmente, sino una Iglesia en la cual cada uno sea libre y pueda servirlo a él y al prójimo sin fingimientos. ¿A qué esclavitudes estamos sometidos? ¿Estamos dispuestos a dejarnos liberar integralmente por Jesús?
Oración: Padre creador, tú que nos has llamado a la vida, regálanos la gracia de poder servirte y amarte con libertad.
JUEVES 30
San Juan Clímaco
Gn 17, 3-9; Sal 104, 4-9; Jn 8, 51-59
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Les aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre». Los judíos le dijeron: «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abraham murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no conocerá lo que es morir para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?». Jesús contestó: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien ustedes dicen: “Es nuestro Dios”, y, sin embargo, no lo conocen. Yo sí lo conozco, y si dijera: “No lo conozco” sería, como ustedes, un mentiroso; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abraham, el padre de ustedes, se regocijó pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría». Los judíos le dijeron: «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?». Jesús les dijo: «Les aseguro, antes que Abraham existiera, Yo soy». Entonces, tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.
Reflexión: Jesús nos recuerda que, si conservamos y custodiamos su palabra, entonces la muerte no tendrá poder sobre nosotros. Las actitudes de sus opositores demuestran que ellos no la custodiaban. Su soberbia les impidió aceptar a Jesús y su mensaje, lo que los alejó de su propuesta de vida. Estos últimos días de la Cuaresma estamos invitados a tener una relación estrecha con la palabra de Jesús. Cuando comprendemos que el camino que ella nos traza nos conducen a la vida eterna, nos alegramos como Abraham, quien vio el día del Señor y se llenó de alegría. ¿Custodiamos cada día con amor y diligencia la palabra de Jesús?
Oración: Señor Jesús, danos siempre palabras de vida eterna para que caminemos con alegría en el mundo junto a nuestros hermanos.
VIERNES 31
San Benjamín, diácono
Jr 20, 10-13; Sal 17, 2-7; Jn 10, 31-42
Evangelio: En aquel tiempo, los judíos de nuevo agarraron piedras para apedrear a Jesús. Él les dijo: «Muchas obras buenas, por encargo de mi Padre, les he mostrado: ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?». Los judíos le contestaron: «No te apedreamos por ninguna obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios». Jesús les respondió: «¿No está escrito en la ley de ustedes: “Yo les digo: ustedes son dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿dicen ustedes que blasfema por haber dicho que es hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean, pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que comprendan y sepan que el Padre está en mí, y yo en el Padre». Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escapó de las manos. Jesús se fue de nuevo a la otra orilla del Jordán, al lugar donde anteriormente había estado bautizando Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: «Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo acerca de este hombre era verdad». Y muchos allí, creyeron en él.
Reflexión: Jesús se enfrenta a sus agresores con la contundencia de sus argumentos. Les hace ver que no tienen motivos para agredirlo y, por eso, les pregunta por cuál de sus buenas obras lo apedrean. Transformó el agua en vino; curó al hijo de un funcionario, al paralítico y al ciego; sació a la multitud; y caminó sobre las aguas. Pero, a pesar de eso, las autoridades de su tiempo no lo acogieron, sino que consideraron sus buenas obras como una afrenta. También hoy muchos prefieren rechazar la bondad de los demás que dejarse transformar por ella. La violencia parece tener la última palabra, pero el misterio pascual de Jesucristo nos mostrará su triunfo total y definitivo sobre el pecado y la muerte.
Oración: Espíritu Santo, ilumínanos para que, guiados por las buenas obras de Jesús, crezcamos en bondad y fraternidad.
SÁBADO 01 - ABRIL
San Hugo
Ez 37, 21-28; Sal: Jr 31, 10-13; Jn 11, 45-57
Evangelio: En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación». Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: «Ustedes no comprenden nada; no se dan cuenta que les conviene que solo un hombre muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera». Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos. Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: «¿Qué les parece? ¿No vendrá a la fiesta?». Los sumos sacerdotes y fariseos habían dado órdenes de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, les avisara para detenerlo.
Reflexión: Debido a la resurrección de Lázaro, muchos creyeron en Jesús, pero otros reaccionan con hostilidad y lo acusan ante las autoridades judías que, finalmente, deciden su muerte. El juicio de Jesús, en consecuencia, solo sería una mera formalidad, pues ya tenían concertado acabar con él. Esperan que llegue a Jerusalén, pero no por su proyecto de liberación y salvación, sino para intentar frustrar el plan de Dios. Esta es la antesala que nos prepara para meditar mañana la pasión del Señor. ¿Cómo nos estamos preparando para celebrar y vivir la salvación que Dios nos ofrece por medio de la entrega de su Hijo?
Oración: Señor Jesús, permítenos acompañarte en tu misterio pascual con actitudes de entrega amorosa en favor de nuestros hermanos.
DOMINGO 02 - ABRIL
Domingo de Ramos
Procesión de las palmas: Mt 21, 1-11 Misa: Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9.17-20.23-24; Flp 2, 6-11; Mt 26, 14—27, 66
F. B. Mt 27, 11-54. PROPIO. SALTERIO II
Pasión de nuestro Señor Jesucristo
= Sacerdote C = Cronista S = Otros personajes
¿Qué están dispuestos a darme si se lo entrego?
C. En aquel tiempo uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: S. «¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?». C. Ellos acordaron darle treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
¿Dónde quieres que te preparemos la Pascua?
C. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: S. «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». C. Él contestó: «Vayan a la ciudad, a la casa de Fulano y díganle: “El Maestro dice: Mi hora está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”». C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Uno de ustedes me va a entregar
C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar». C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: S. «Señor, ¿acaso seré yo?». C. Él respondió: «El que ha mojado su pan en el mismo plato que yo, ese me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido». C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: S. «¿Soy yo acaso, Maestro?». C. Él respondió: «Tú lo has dicho».
Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre
C. Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: «Tomen, coman: esto es mi cuerpo». C. Y tomando una copa, pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo: «Beban todos de ella; porque esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y les digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre». C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.
Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño
C. Entonces Jesús les dijo: «Esta noche van a caer todos por mi causa, porque está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Pero cuando resucite, iré antes que ustedes a Galilea». C. Pedro replicó: S. «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré». C. Jesús le dijo: «Te aseguro que esta noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». C. Pedro le replicó: S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
Empezó a entristecerse y a angustiarse
C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo: «Siéntense aquí, mientras voy allá a orar». C. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo: «Me muero de tristeza: quédense aquí y velen conmigo». C. Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí este cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres». C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No han podido velar una hora conmigo? Velen y oren para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil». C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». C. Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque los ojos se les cerraban de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo: «Ya pueden dormir y descansar. Miren, está cerca la hora, y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense, vamos! Ya está cerca el que me entrega».
Echaron mano a Jesús para detenerlo
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tumulto de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: S. «Al que yo bese, ese es; deténganlo». C. Después se acercó a Jesús y le dijo: S. «¡Te saludo, Maestro!». C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿a qué vienes?». C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: «Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar». C. Entonces dijo Jesús a la gente: «¿Han salido ustedes a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvieron». C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Verán que el Hijo del Hombre
C. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, entró y se sentó con los criados para ver en qué terminaría todo aquello. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, que dijeron: S. «Este ha dicho: “Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”». C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?». C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: S. «Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». C. Jesús respondió: «Tú lo has dicho. Más aún, yo les digo: Desde ahora ustedes verán que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo». C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acaban de oír la blasfemia. ¿Qué deciden?». C. Y ellos contestaron: S. «Es reo de muerte». C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo: S. «Adivina, Mesías; ¿quién te ha pegado?».
Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo: S. «También tú andabas con Jesús el Galileo». C. Él lo negó delante de todos, diciendo: C. «No sé qué quieres decir». C. Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí: S. «Este andaba con Jesús el Nazareno». C. Otra vez negó él con juramento: S. «No conozco a ese hombre». C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: S. «Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento». C.Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo: S. «No conozco a ese hombre». C. Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Entregaron a Jesús a Pilato, el gobernador
C. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
Son precio de sangre
C. Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo: S. «He pecado, he entregado a la muerte a un inocente». C. Pero ellos dijeron: S. «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!». C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron: S. «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre». C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, precio que le pusieron los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor».
¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó: S. «¿Eres tú el rey de los judíos?». C. Jesús respondió: «Tú lo dices». C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó: S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?». C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato: S. «¿A quién quieren que les ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?». C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: S. «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él». C.Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente de que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó: S. «¿A cuál de los dos quieren que les ponga en libertad?». C. Ellos dijeron: S. «A Barrabás». C. Pilato les preguntó: S. «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?». C. Contestaron todos: S. «¡Crucifícalo!». C. Pilato insistió: S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?». C. Pero ellos gritaban más fuerte: S. «¡Crucifícalo!». C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo: S. «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá ustedes!». C. Y el pueblo contestó: S. «¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!». C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la tropa: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo: S. «¡Salve, rey de los judíos!». C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Crucificaron con él a dos bandidos
C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. C. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron de beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz
C. Los que pasaban lo injuriaban y decían, moviendo la cabeza: S. «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo: S. «A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?». C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Elí, Elí, lamá sabaktaní
C. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron las tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: «Elí, Elí, lamá sabaktaní». C. Lo que quiere decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron: S. «A Elías llama este». C. Uno de ellos fue corriendo; enseguida, tomó una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían: S. «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». C. Entonces Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. En esto, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: S. «Verdaderamente este era Hijo de Dios». C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
José puso el cuerpo de Jesús en el sepulcro nuevo
C. Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del sepulcro.
Ahí tienen la guardia: vayan y aseguren el sepulcro
C. A la mañana siguiente, pasado el día de la preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron: S. «Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: “A los tres días resucitaré”. Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: “Ha resucitado de entre los muertos”. El último engaño sería peor que el primero». C. Pilato contestó: S. «Ahí tienen ustedes la guardia: vayan y aseguren el sepulcro lo mejor que puedan». C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.
Reflexión: Hoy escuchamos la parte más solemne y trascendental de todo el evangelio. El Hijo de David, que había sido aclamado por las multitudes, realiza la acción definitiva de salvación por la ofrenda de sí mismo. Su sangre no es señal de derrota y destrucción, sino que, por la Eucaristía, se constituye en sangre derramada para la salvación de todos. Él hubiera podido elegir un final diferente para su misión, pero se entregó a la voluntad del Padre. Su opción es incomprendida por todos, incluso por sus discípulos. Pero, a pesar de todo, Jesús sigue adelante con su propuesta de amor y donación para mostrarle al centurión y a todos que el Hijo de Dios no se guarda nada para sí y que entrega todo lo que tiene, incluso lo más preciado: su propia vida.
Oración: Jesús, Hijo de Dios, que tu cruz no nos escandalice, sino que nos lleve a aceptar nuestra propia cruz y a vivir alegres tu propuesta de amor y donación sin límites.
LUNES 03 - ABRIL
Lunes Santo
Is 42, 1-7: Sal 26, 1-3.13-14; Jn 12, 1-11
Evangelio: Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y los secó con su cabello. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa se llevaba lo que iban echando en ella. Jesús dijo: «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tienen». Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se les iban y creían en Jesús.
Reflexión: La unción con perfumes era el último acto de respeto a los difuntos. Si bien a Jesús no pudieron ungirlo el primer día de la semana, él recibe ese homenaje con anticipación. San Juan, además, destaca que el perfume llenó toda la casa. Así ocurre cuando nuestra relación con él es sincera. Su palabra llega por doquier y los efectos de su resurrección alcanzarán los confines del mundo por medio de la predicación y el testimonio de los discípulos. Ese buen aroma simboliza la alegría por la presencia de Jesús. ¿Qué podemos hacer para contrarrestar la fetidez de la injusticia, la violencia y el pecado? ¿Cómo inundamos del buen olor de Cristo a nuestra casa y a la sociedad?
Oración: Señor Jesús, ayúdanos servir con sinceridad a los pobres y necesitados para que llegue a todos la fragancia de tu evangelio. |