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MARÍA MAGDALENA
-Por Hna. Francisca Pratillo, fsp-

No hay una figura bíblica más menospreciada y maltratada que Magdalena o Myriam de Magdala. Las incrustaciones seculares han empañado y desvanecido su imagen. La tradición que ha llegado hasta nuestros días la ha convertido en una prostituta redimida, la eterna penitente.

El error exegético del que fue víctima María Magdalena se ha extendido en el espacio y en el tiempo. Esto sucedió porque en la página evangélica lucana «que precede» a la relativa a las mujeres que siguen a Jesús, entre ellas María Magdalena (cf. Lc 8,1-3), se presenta el famoso gesto de la unción que una anónima pecadora realiza con amor hacia Jesús en casa de Simón el fariseo (cf. Lc 7,36-50). La proximidad textual entre estas dos mujeres ha creado confusión con la consiguiente (e indebida) identificación que ya se transmitido por siglos: la Magdalena es la pecadora/prostituta. En un tiempo no había división en capítulos y versículos, por lo que aparecía como texto único y todo seguido.

El Papa Francisco quiso poner orden, haciendo un gesto significativo en relación a María Magdalena. El 3 de junio de 2016 un decreto declara la celebración de santa María Magdalena «fiesta litúrgica». Una decisión que, en el contexto eclesial actual, exige a una reflexión más profunda sobre la dignidad de la mujer en la nueva evangelización.

Tras estas breves líneas con carácter histórico, busquemos ahora a María Magdalena entre las líneas del Evangelio según san Juan, el evangelista que más luz ha arrojado sobre esta figura femenina. Hasta el capítulo 19 el cuarto Evangelio guarda silencio, no dedica una sola palabra para María Magdalena. Por lo tanto, la Magdalena permanece desconocida para el lector hasta la pasión el Señor Jesús ¿Qué quiere comunicar el evangelista con esta elección «no poco?». Miremos los textos que captan su presencia silenciosa:

– En la cruz: «Estaban su madre, la hermana de su madre, María madre de Cleofás y María Magdalena» (Jn 19,25).

– En el sepulcro: «En el primer día de la semana, muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena va al sepulcro y observa que la piedra esta retirada del sepulcro. María, en cambio, estaba afuera, llorando, junto al sepulcro» (Jn 20, 1.11).

– En el jardín: Jesús le dice: « ¡María!». Ella se vuelve y le dice en hebreo: « ¡Rabbuní!» - que significa: « ¡Maestro!» (Jn 20,16).

– En la primera comunidad. «María Magdalena fue anunciar a los discípulos: “¡He visto al Señor!” y me ha dicho esto» (Jn 20,18).

La posición física de María Magdalena dice mucho sobre su personalidad y sobre el modo de seguir a su Maestro. En ambos casos, el texto dice que María Magdalena «estaba» (heistékei). Juan usa el verbo griego hístemi (conjugado al pluscuamperfecto) para indicar una acción que permanente en su efecto. El abanico de significados de este verbo es muy amplia y va desde permanecer hasta ser estable, desde estar al lado al quedarse quieto (con la solidez de una roca), del sostener con fuerza hasta el ser constante, fiel. Así es, en silencio, María está junto a la cruz y en el sepulcro: los dos lugares de la máxima debilidad de Dios. ¡Todos huyen, ella no! La verdadera discípula permanece siempre cerca del amado, atravesando con él el valle oscuro del absurdo.

El cuarto Evangelio describe a María Magdalena como la mujer que da espacio al exceso de amor, permaneciendo inmóvil junto a la cruz y al sepulcro: allá donde Dios la necesita. El cardenal Carlo María Martini añadiría estas palabras que actúan como una especie de síntesis: «La historia de María Magdalena es el signo del exceso cristiano, de la superación, es el signo de una verdad profunda: el verdadero equilibrio no se puede alcanzar sino yendo más allá con algún gesto valiente. Solo el exceso salva». Del prefacio romano: El cual se apareció visiblemente en el huerto a María Magdalena, pues ella lo había amado en vida, lo había visto morir en la cruz, lo buscaba yacente en el sepulcro, y fue la primera en adorarlo resucitado de entre los muertos; y él la honró ante los apóstoles con el oficio del apostolado para que la buena noticia de la vida nueva llegase hasta los confines del mundo.

 
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