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CREMENCIO MANSO, EVANGELIZADOR DE JAPÓN
-Tomado de Religion en Libertad-

Fallece a los 95 años Don Cremencio, el sacerdote y misionero burgalés que dedicó su vida llevando la caridad y el Evangelio al Japón de la posguerra.

En 1953, con un Japón que luchaba por la reconstrucción tras ser arrasado durante la Segunda Guerra Mundial y a pocos meses de que concluyese la ocupación oficial del país por los Estados Unidos, el pueblo católico necesitaba fe, pero también esperanza y caridad.

En el aspecto demográfico, las bombas de Hiroshima y Nagasaki se habían llevado por delante a una buena parte de la iglesia nipona, y la pobreza en los primeros años de posguerra fue atroz. Se calcula que, en 1945, antes de la bomba, había unos 12.000 católicos en Urakami. Tras el estallido, su catedral se hizo famosa por permanecer en pie, pero la comunidad perdió a unos 8.500 fieles.

Ocho años después, los cristianos no superaban las 185.000 personas, y la bomba atómica tuvo mucho que ver. En 1929 había unos 94.096 católicos nipones, de los cuales 63.698 residía en Nagasaki: la bomba eliminó a más de dos tercios de la Iglesia en Japón.

En este contexto, la labor asistencial y de reconstrucción aportada por la Iglesia fue crucial. Uno de los misioneros de la "primera hora" en el Japón de la posguerra fue el burgalés Cremencio Manso, llegado al país en 1953 y fallecido este 3 de abril. Allí permaneció durante 63 años, ejerciendo una labor que le mereció importantes condecoraciones, como fue la recepción de la Medalla de Honor de manos del mismo emperador Akihito.

Nacido en Villasandino en 1928, Manso fue ordenado sacerdote en 1951, a los 23 años. Poco después de ser ordenado fue uno de los impulsores e iniciadores del Instituto Español de Misiones Extranjeras. Tras ser enviado durante seis meses a Estados Unidos para aprender inglés, asistió al convenió de colaboración entre el entonces arzobispo de Burgos, Mons. Pérez Platero y el de Osaka, Pablo Taguchi, para potenciar la misión en las ciudades de Marugame y Sakaide, cerca de la devastada Hiroshima.

El 5 de enero de 1953, Manso desembarcó en el puerto de Yokohama, donde le esperaban otros dos sacerdotes madrileños, y pocos días después llegaron a la ciudad de Marugame, junto con el sacerdote japonés Takana.

 
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