MEDITACIÓN DIARIA
DEL EVANGELIO - NOVIEMBRE 2025
-Por Padre Jesús Antonio Weisensee Hetter-
Intención del Papa para el mes de noviembre: Oremos para que las personas tentadas por el suicidio encuentren en su comunidad el apoyo, el cuidado y el amor que necesitan y se abran a la belleza de la vida.

Sábado 01
Todos los Santos (S)
Ap 7, 2-4.9-14; Sal 23, 1-6; 1 Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12a
Evangelio: En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y Él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos ustedes cuando los insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos, porque su recompensa será grande en el cielo».
Reflexión: Celebrar la fiesta de todos los santos es la confirmación litúrgica de que el proyecto cristiano es viable y realizable, pues un santo es alguien que ha vivido en radicalidad el Evangelio. Cada uno de ellos es un testimonio tangible de que es posible vivir según la manera de ser y actuar de Jesús. Por eso, la Iglesia homenajea hoy a los santos que están en los altares (los canonizados) y a tantos cristianos que, aún sin haber sido canonizados, llevaron una vida acorde con el Evangelio y gozan hoy de la felicidad eterna de Dios. Ellos son nuestro modelo y nos inspiran a vivir a fondo la fe que profesamos.
Oración: Señor, que la vida de tus santos sea nuestra luz para vivir según tu Buena Noticia.
Domingo 02
XXXI del Tiempo Ordinario
Sb 11, 22—12, 2; Sal 144, 1-2.8-11.13-14; 2 Ts 1, 11—2, 2; Lc 19, 1-10
Evangelio: En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Vivía allí un hombre muy rico llamado Zaqueo, jefe de los publicanos. Trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más». Jesús le contestó: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa ya que también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Reflexión: Este relato está lleno de simbolismo. Zaqueo es un jefe rico, pero pequeño de estatura, por eso, sube a una higuera para ver a Jesús. Para la cultura hebrea, los publicanos representaban lo malo; la higuera, en cambio, simbolizaba la esperanza. El relato nos recuerda que, siempre habrá una forma de llegar a Jesús cuando miramos con esperanza sincera. Sin importar las murmuraciones, Jesús va a la casa de Zaqueo, pero primero lo invita a bajar, a entrar en un camino real de conversión. Antes de ingresar a su casa, Zaqueo toma una decisión: quiere que, en adelante, haya en ella más espacio para todos. Si a él se le consideraba perdido, su conversión es procurar que nadie más se pierda.
Oración: Señor, cuantas veces nos hemos sentido como Zaqueo, ayúdanos a vivir nuestra conversión como un acto continuo de gratuidad y generosidad hacia los demás.
O bien
Conmemoración de todos los Fieles Difuntos
Jb 19, 1.23-27a; Sal 24, 6-7.17-18.20-2; Flp 3, 20-21;
Mc 15, 33-39; 16, 1-6
Evangelio: Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní» (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «Está llamando a Elías». Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo: «Veamos si viene Elías a bajarlo». Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: «Realmente este hombre era Hijo de Dios». Pasado el sábado, María Magdalena, María, la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: «No se asusten. ¿Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Vean el sitio donde lo pusieron».
Reflexión: Para nosotros, la vida no es una sala de espera en la que nos resignamos a estar hasta que llegue el tren que nos lleve al más allá. Nosotros somos celebrantes de la vida. Gozamos con la presente y tratamos de vivirla con fuerza e ilusión, abiertos de par en par a Dios y al cariño y amistad de los demás hasta el final, que es el comienzo de otra Vida, así con mayúscula. Nos encaminamos hacia ella para continuar celebrando la Vida, aquella que ya no tiene fin, la Eucaristía definitiva donde comienza la plena comunión con Dios y con el prójimo.
Oración: Señor, la muerte no tiene la última palabra, ayúdanos a entender que es nuestra aliada para conseguir la vida verdadera.
Se puede escoger también otras lecturas que propone el Ritual de Exequias.
Lunes 03
San Martín de Porres
Rm 11, 29-36; Sal 68, 30-31.33-34.36-37; Lc 14, 12-14
Evangelio: En aquel tiempo, Jesús dijo a uno a de los principales fariseos que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».
Reflexión: Según Jesús, una característica que define a sus discípulos es la gratuidad, hacer sin esperar una retribución o recompensa. Un banquete es un momento propicio para entablar relaciones, establecer contactos o, por lo menos, asegurarnos una invitación semejante. ¿Cómo darle otro sentido? ¿Cómo evitar que solo sea otra prolongación más de nuestros intereses egoístas? Cambiando a los invitados, sugiere Jesús. «Invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos» y serás dichoso porque ellos no pueden corresponder a tu invitación. La recompensa será una vida llena de dicha verdadera y la felicidad eterna en la resurrección de los justos. Vale mucho esta recomendación de Jesús en un mundo en que casi siempre se actúa en función de nuestros intereses.
Oración: Señor, enséñanos a tener tus mismas disposiciones, a buscarte en los más desposeídos.
Martes 04
San Carlos Borromeo, obispo (MO)
Rm 12, 5-16a; Sal 130, 1-3; Lc 14, 15-24
Evangelio: En aquel tiempo, uno de los comensales dijo a Jesús: «¡Bienaventurado el que coma en el Reino de Dios!». Jesús le contestó: «Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados: “Vengan, que ya está preparado”. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: “He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor”. Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”. Otro dijo: “Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir”. El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado: “Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”. El criado dijo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio”. Entonces el señor dijo al criado: “Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa. Y les digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”».
Reflexión: Existe una gran distancia entre aceptar (de palabra) la invitación de Dios a su banquete del Reino y luego acudir a él. El Señor respeta nuestra libertad, quiere que cada quien decida acoger o no su llamado. Jesús, en la parábola, nos muestra tres negativas, por distintas razones. Su sí solo había sido por compromiso, en el fondo, no estaban dispuestos a acudir al banquete. Pero esto no frustra el proyecto de Dios, si unos se niegan, la invitación se abre a otros, sobre todo «a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos», el mismo grupo del pasaje de ayer. Pero también se extiende a todos los pueblos, los transeúntes de los caminos de todas las naciones.
Oración: Señor, danos buena disposición para acoger tu llamado al banquete de tu Reino.
Miércoles 05
Santa Ángela de la Cruz
Rm 13, 8-10; Sal 111, 1-2.4-5.9; Lc 14, 25-33
Evangelio: En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Así pues, todo aquel de entre ustedes que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
Reflexión: Jesús nos invita a todos a seguirlo para hallar vida plena en Él. A algunos los llama a un seguimiento más exigente y les pide una respuesta incondicional, sin titubeos. Su adhesión debe estar por encima de los vínculos familiares o el apego a los bienes. Por eso, seguir al Señor exige docilidad plena y confianza total. Esto requiere que seamos precavidos y nos aprovisionemos con todo lo necesario para el camino. Sí, necesitamos buena disposición, pero también apertura a la gracia de Dios, pues no todo depende de nuestro esfuerzo. El Señor capacita a los que llama, pero nos pide que le permitamos actuar en nosotros.
Oración: Señor, danos tu gracia para responder a tu llamado con plena disponibilidad.
Jueves 06
San Leonardo de Noblac, ermitaño
Rm 14, 7-12; Sal 26, 1.4.13-14; Lc 15, 1-10
Evangelio: En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alégrense conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alégrense conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. Les digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
Reflexión: Hoy leemos dos de las tres parábolas de la misericordia que Lucas reúne en el capítulo 15. Estas nos colocan frente a una pregunta capital: ¿rechaza Dios al pecador, como hacen los «justos» de este mundo? Así pensaban los fariseos y muchos cristianos aún hoy después de dos mil años de Evangelio. En vez de acoger, cerramos puertas, excluimos a quienes no se ajustan a nuestra moralidad. Pero resulta que Dios es diferente, como lo demostró Jesús con su propia vida. Él no solo está dispuesto a acoger al pecador, sino que sale en su búsqueda incansablemente. Y si este decide volver, no le espera una reprimenda, sino un banquete, una fiesta.
Oración: Señor, haz nuestro corazón semejante al tuyo para que repartamos misericordia más que menosprecio.
Viernes 07
Santa María, Madre y medianera de toda la Gracia
Rm 15, 14-21; Sal 97, 1-4; Lc 16, 1-8
Evangelio: En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”. El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”. Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él dijo: “Cien fanegas de trigo”. Le dice: “Toma tu recibo y escribe ochenta”. Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz».
Reflexión: Quien se llama discípulo de Cristo no puede ser «astuto». La astucia tiene un sentido negativo, pues lleva a hacer trampa, con tal de lograr un objetivo. No olvidemos que el diablo es astuto, es el padre de la mentira. Nosotros no debemos ser astutos como el personaje de la parábola de hoy, sino audaces. La persona audaz acomete empresas difíciles y, a pesar de los obstáculos con los que se encuentra, busca superarlos. Desde la fe en Cristo, la audacia nos lleva a buscar agradar a Dios en todo lo que hacemos sin acobardarnos ante las dificultades que hallemos en el camino. Necesitamos ser audaces para vencer tanta astucia. Audaces para ahogar el mal que los astutos propagan. Audaces para buscar siempre los medios queridos por Jesús, de modo que el Evangelio impregne toda la sociedad.
Oración: Señor, enséñanos a anunciar con audacia tu Evangelio.
Sábado 08
Santa Isabel de la Trinidad, religiosa
Rm 16, 3-7.9.16.22-27; Sal 144, 2-5.10-11; Lc 16, 9-15
Evangelio: En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Gánense amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando les falte, los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si no fueron fieles en la riqueza injusta, ¿quién les confiará la verdadera? Si no fueron fieles en lo ajeno, ¿lo de ustedes, quién se lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No pueden servir a Dios y al dinero». Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de Él. Y les dijo: «Ustedes se las dan de justos delante de los hombres, pero Dios conoce sus corazones, pues lo que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios».
Reflexión: El pasaje de hoy prosigue a la parábola que leímos ayer. Jesús continúa hablando sobre nuestra relación con las riquezas. Existen dos claves. Por un lado, lo lógico, no se «puede servir a dos señores», pues andaremos divididos, necesariamente tenemos que optar por uno. ¿A qué se refiere esto? «No pueden servir a Dios y al dinero», he allí la respuesta y la segunda clave, la decisión fundamental que hemos de tomar. Si hacemos del dinero nuestro ídolo, quedaremos sometidos a él, y ya sabemos todas las barbaridades que pueden cometerse cuando mamona (el dinero) gobierna nuestra vida. Jesús nos invita a darle su justo lugar a los bienes, siempre como medios, nunca como fines.
Oración: Señor, ayúdanos a ganarnos amigos con un corazón sincero y servirte con todo nuestro ser.
Domingo 09
XXXII del Tiempo Ordinario
2 M 6, 1; 7, 1-2.9-14; Sal 16, 1.5-6.8.15; 2 Ts 2, 16—3, 5; Lc 20, 27-38; F. B. Lc 20, 27.34-38
Evangelio: En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “el Dios de Abrahám, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”. No es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para Él todos están vivos».
Reflexión: Este pasaje podríamos calificarlo como uno de diálogo interreligioso. Todo está bien planteado desde una visión filosófica y antropológica. Pero la vida futura va más allá de la que conocemos aquí. Ni siquiera el matrimonio ya será necesario allí, afirma Jesús. La resurrección introduce una dimensión nueva y absoluta, que la razón humana nunca entenderá del todo. Pero la fe permite abrir los ojos de la mente y el corazón a toda persona que busca la verdad del amor, que es el sentido de la existencia humana y de la creación. Es un camino necesario y útil que debemos recorrer junto a hombres y mujeres de diferentes confesiones, credos y modos de pensar, para construir una sociedad de sana convivencia.
Oración: Señor, tú eres un Dios de vivos y no de muertos, ayúdanos a vivir bajo esta convicción.
O bien
Dedicación de la Basílica de Letrán (F)
Ez 47, 1-2.8-9.12; Sal 45, 2-3.5-6.8-9; 1 Co 3, 9c-11.16-17;
Jn 2, 13-22
Evangelio: Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los que vendían palomas les dijo: «Quiten esto de aquí; no conviertan en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora». Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». Jesús contestó: «Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré». Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Reflexión: La basílica de Letrán es la sede del obispo de Roma, el Papa. Simboliza la unión de la Iglesia universal bajo la guía del Sumo Pontífice, quien, como dice la tradición, preside en la caridad. En este día, el evangelio nos advierte del riesgo de convertir la casa de Dios en un mercado, hacer de la religión un medio más para nuestros intereses económicos. Así, su templo debe desempeñar la función que le corresponde: ser un lugar de oración y encuentro de la comunidad. Este espacio, a su vez, nos remite al auténtico templo, Cristo mismo, presencia definitiva de Dios entre nosotros.
Oración: Gracias, Señor, porque también a nosotros nos has constituido en moradas de tu presencia. Enséñanos a respetarnos como tales.
Lunes 10
San León Magno, Papa y doctor (MO)
Sb 1, 1-7; Sal 138, 1-10; Lc 17, 1-6
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tengan cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás». Los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y les obedecería».
Reflexión: Este breve pasaje reúne tres enseñanzas distintas de Jesús. En primer lugar, los escándalos, es decir, transformarse en obstáculo o impedimento para que los demás crezcan o maduren en la fe. El objetivo de la comunidad de hermanos es ayudarse a crecer, no lo contrario. En segundo lugar, el tema del perdón, pues donde hay relaciones también existen ofensas. ¿Qué hacer con ellas? Ya sabemos que la venganza solo genera una escalada de violencia cada vez mayor. La única salida viable es el perdón, perdonar siempre. Por último, la fe, ya que solo ella nos ayuda a mantener viva la esperanza, incluso nos permite derribar montañas de adversidades.
Oración: Señor, nosotros también lo necesitamos, por eso te pedimos que aumentes nuestra fe.
Martes 11
San Martín de Tours, obispo (MO)
Sb 2, 23—3, 9; Sal 33, 2-3.16-19; Lc 17, 7-10
Evangelio: En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿Quién de ustedes, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida ven y ponte a la mesa”? ¿No le dirán más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tienen que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo ustedes: cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Reflexión: ¿Podemos exigirle algo a Dios? ¿Tenemos méritos para presentarnos ante Él con reclamos? Comparado con todos sus favores y gracias, lo que nosotros podamos ofrecerle es ínfimo. De ahí, que no haya mérito que genere deuda alguna por parte de Dios; pues Él no nos debe nada, ya nos ha dado todo. Así, cuando nosotros vivimos sus mandamientos y hacemos alguna obra buena, eso no podemos cargarlo a las cuentas del Señor. Él nos da gratis y nos invita a vivir desde la gratuidad. Nuestras obras de amor tienen que ser la expresión natural de sentirnos amados por Él. Por ello, nuestro mayor orgullo está en hacer lo que debemos hacer.
Oración: Señor, enséñanos a hacer de nuestra vida una expresión constante de tu amor.
Miércoles 12
San Josafat, obispo y mártir (MO)
Sb 6, 1-11; Sal 81, 3-4.6-7; Lc 17, 11-19
Evangelio: Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Reflexión: De los diez curados, solo uno volvió a dar gracias, dice el evangelio de hoy. Se trata de un samaritano, un personaje mal visto por los judíos. Nada bueno, según creían, se podía esperar de ellos. Pero a menudo son los de fuera de nuestras comunidades, los de fuera de la Iglesia quienes nos dan mayores ejemplos de fe. Estamos tan acostumbrados a pedir y pedir, que con frecuencia olvidamos la gratitud. Esta actitud es central en nuestra vida porque todo es don, todo es gracia de Dios. Si solo nos concentramos en pedir, veremos únicamente nuestras carencias. La gratitud, en cambio, nos abre los ojos a la multitud de bendiciones que ya colman nuestra vida.
Oración: Gracias, Señor, porque tu bondad y tu misericordia son infinitas, tú nunca nos desamparas.
Jueves 13
San Artémides Zatti
Sb 7, 22—8, 1; Sal 118, 89-91.130.135.175; Lc 17, 20-25
Evangelio: En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús: «¿Cuándo va a llegar el Reino de Dios?». Él les contestó: «El Reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “Está aquí” o “Está allí”, porque, miren, el Reino de Dios está en medio de ustedes». Dijo a sus discípulos: «Vendrán días en que desearán ver un solo día del Hijo del Hombre, y no lo verán. Entonces se les dirá: “Está aquí” o “Está allí”; no vayan ni corran detrás, pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del Hombre en su día. Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación».
Reflexión: ¿Cuándo llegará el Reino de Dios? Al preguntárselo a Jesús, los fariseos tenían en mente una irrupción espectacular, gloriosa del Reino. Jesús, como respuesta, plantea tres cuestiones. Primero, no ceder al alarmismo. A lo largo de toda la historia, han surgido miles de vaticinadores de un fin del mundo catastrófico. Pero su segunda venida, dice Él, irrumpirá «como un relámpago», un breve resplandor que llenará con su luz al mundo entero. Segundo, el Reino de Dios ya está entre nosotros. No es solo futuro, es presente. Por eso, más que esperar, debemos participar en hacer de este mundo el Reino de Dios. Tercero, el Reino, a la vez, es promesa, un día irrumpirá a plenitud en la creación.
Oración: Señor, ayúdanos a que también nosotros, con nuestras actitudes, hagamos presente tu Reino en la sociedad actual.
Viernes 14
San Serapio de Algeria
Sb 13, 1-9; Sal 18, 2-5; Lc 17, 26-37
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del Hombre: comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. Así sucederá el día que se revele el Hijo del Hombre. Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas; igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará. Les digo que aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán». Ellos le preguntaron: «¿Dónde, Señor?». Él les dijo: «Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres».
Reflexión: El Señor volverá por sorpresa, plantea Jesús. ¿Cómo estar listos para ese momento? En un caso así, lo mejor es estar preparados siempre. Vivir de acuerdo con el Evangelio no es un recurso de último momento, es una forma de vida. Si hacemos propias las enseñanzas y la forma de vivir y actuar de Jesús, estaremos listos para cualquier momento. Su paso por nuestras vidas no nos hallará desprevenidos. De lo contrario, puede ocurrir como en los días de Noé o de Lot. La gente comía, bebía, compraba, vendían y, de repente, sucedió lo inesperado. Era tarde ya para cualquier reacción. La clave es estar preparados siempre, así el paso de Dios por el mundo y por nuestra vida no nos hallará desprevenidos.
Oración: Señor, danos tu gracia para poder corresponder a lo que quieres y esperas de nosotros.
Sábado 15
San Alberto Magno, obispo y doctor (ML)
Sb 18, 14-16; 19, 6-9; Sal 104, 2-3.36-37.42-43; Lc 18, 1-8
Evangelio: En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en la misma ciudad una viuda que no cesaba de suplicarle: “Hazme justicia frente a mi enemigo”. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, para que no venga continuamente a molestarme”». Y el Señor añadió: «Fíjense en lo que dice el juez injusto; entonces Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿los hará esperar? Yo les aseguro que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe sobre la tierra?»
Reflexión: Jesús insiste muchas veces en la necesidad de perseverar en la oración. Esta perseverancia se expresa en varios sentidos, como vemos en la parábola de hoy. Un primer sentido es perseverar en la oración diaria, es decir, tener el hábito de la oración. Estamos llamados a ser personas de oración diaria y no de vez en cuando o solo por temporadas. Todos los días debemos orar porque la peor oración es aquella que no se hace. En un segundo sentido, la perseverancia la podemos aplicar a las peticiones que hacemos; al igual que la viuda de la parábola, no nos cansemos de pedir. El Señor sabe más, Él nos dará lo que nos conviene, lo que a nosotros nos queda es pedir con fe y constancia.
Oración: Señor Jesús, fortalece nuestra perseverancia en la oración cotidiana.
Domingo 16
XXXIII del Tiempo Ordinario
Ml 3, 19-20a; Sal 97, 5-9; 2 Ts 3, 7-12; Lc 21, 5-19
Evangelio: En aquel tiempo, algunos hablaban del templo, admirados de la belleza de sus piedras y de las ofrendas que lo adornaban. Jesús les dijo: «Esto que ustedes contemplan, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo será eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?». Él contestó: «Cuidado con que nadie los engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca”. No vayan tras ellos. Cuando oigan noticias de guerras y de revoluciones, no tengan pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida». Luego les dijo: «Se alzará nación contra nación y reino contra reino, habrá grandes terremotos y, en diversos países, epidemias y hambre. Habrá también cosas espantosas y grandes señales en el cielo. Pero, antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, entregándolos a las sinagogas y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Así tendrán ocasión de dar testimonio de mí. Hagan el propósito de no preocuparse por su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ninguno de sus adversarios. E incluso serán traicionados por sus padres, y parientes, y hermanos, y amigos. Y a algunos de ustedes los matarán, y todos los odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de su cabeza se perderá. Gracias a la constancia salvarán sus vidas».
Reflexión: Lo propio de los relatos apocalípticos, como el que leemos hoy, es destacar las calamidades y convulsiones de todo el universo previas a la manifestación gloriosa del Señor. Por eso, se habla de guerras, revoluciones, levantamientos, terremotos, pestes, hambre, así como de persecuciones y traiciones a los cristianos; todo un cúmulo de desgracias. Además, según dice Jesús, surgirán muchos que pretendan hacerse pasar por salvadores y usurpen su nombre. Es decir, actuarán mediante la mentira y el engaño. Si todo es tan oscuro, ¿debemos ceder al pesimismo entonces? Todo lo contrario, porque este no es el final, es tan solo la transición hacia el fin. La irrupción definitiva de Dios en el mundo viene después, ya que Él tiene la última palabra, no el mal.
Oración: Señor, alimenta nuestra esperanza para que hallemos en ti nuestra fortaleza.
Lunes 17
Santos Roque González de Santa Cruz, Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo, mártires rioplatenses
1 M 1, 10-15.41-43.54-57.62-64; Sal 118, 53.61.134.150.155.158; Lc 18, 35-43
Evangelio: Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron: «Pasa Jesús el Nazareno». Entonces empezó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él dijo: «Señor, que recobre la vista». Jesús le dijo: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado». Y enseguida recobró la vista y lo seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.
Reflexión: El ciego de Jericó es un prototipo de fe. Más allá del milagro en sí, él ilustra muy bien una actitud que Jesús recomendaba a sus discípulos reiteradamente: la insistencia en la oración. La presencia de Jesús aviva en Él una expectativa sobre la que, seguramente, ya había perdido toda esperanza: la posibilidad de ver algún día. Pero de inmediato se topa con un problema, la multitud que acompaña al Maestro en vez de ayudarlo, busca que se calle, que no moleste. Mas él no se desanima ni avergüenza, y sigue insistiendo hasta que Jesús lo oye. Ya ante Jesús, le muestra su enorme fe: lo llama Señor (igualándolo a Dios) y le expresa su convicción de que Él puede devolverle la luz a su mundo. Y así ocurre.
Oración: Señor, sana nuestras cegueras para ver y no ser insensibles ante los sufrimientos del prójimo.
Martes 18
Dedicación de las Basílicas de los Santos Pedro y Pablo, Aps. (ML)
2 M 6, 18-31; Sal 3, 2-8; Lc 19, 1-10
Evangelio: En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahám. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Reflexión: Si el ciego de Jericó es un modelo de fe, Zaqueo es modelo de conversión. Su curiosidad por Jesús se enciende cuando escucha hablar de Jesús. No se trata solo del interés por ver a un famoso, percibe que ese hombre puede darle un sentido nuevo a su vida. Aunque es jefe de publicanos y rico, no se avergüenza en subir a un árbol con tal de ver al Señor. Cumple lo que Él solía decir: es necesario hacerse como niños para entrar en el Reino de Dios. Su gesto no pasa desapercibido. Jesús, que ha venido a salvar lo que estaba perdido, entra en la casa, en la vida de Zaqueo. Entonces él lo comprende todo: si tiene a Dios, ya no necesita atiborrarse de bienes, ahora puede compartir sus riquezas y resarcir lo que ha robado.
Oración: Señor, se tú nuestra mayor riqueza para que nuestro corazón halle reposo en ti.
Miércoles 19
Santa Isabel de Hungría
2 M 7, 1.20-31; Sal 16, 1.5-6.8.15; Lc 19, 11-28
Evangelio: En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a manifestarse enseguida. Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez siervos suyos y les repartió cien monedas de plata, diciéndoles: “Negocien mientras vuelvo”. Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: “No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”. Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: “Señor, tus cien monedas han producido diez veces más”. Él le dijo: “Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”. El segundo llegó y dijo: “Tus monedas han rendido cinco veces más”. A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”. El otro llegó y dijo: “Señor, aquí están tus monedas; las he tenido guardadas en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y cosechas lo que no has sembrado”. Él le dijo: “Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y cosecho lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”. Entonces dijo a los presentes: “Quítenle a este las monedas y dénselas al que tiene más”. Le dijeron: “Señor, ya tiene mil”. Les digo: “Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, tráiganlos acá y degüéllenlos en mi presencia”». Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.
Reflexión: ¿Qué tenemos para ofrecer en nuestra vida? A veces quizás nos dé la impresión de que nuestras manos están vacías. Pero esta parábola de Lucas nos invita a valorar los diferentes dones que Dios nos concede. El primero y esencial es la vida misma y otras tantas habilidades, cualidades y gracias que el Creador nos otorga. Según la parábola, todos venimos provistos de algo, todos poseemos algo que ofrecer; todos, si ponemos de nuestra parte, podemos llevar una vida de fe fecunda. Además, Dios no es arbitrario, no exige a todos los mismos resultados, lo que sí nos pide es disponibilidad y empeño. Lo demás es obra de su gracia.
Oración: Señor, asístenos con tu gracia para que los dones que nos has concedido den frutos abundantes.
Jueves 20
San Edmundo
1 M 2, 15-29b; Sal 49, 1-2.5-6.14-15; Lc 19, 41-44
Evangelio: En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía: «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».
Reflexión: En el año 70 d. C., Jerusalén y el templo fueron arrasados por las legiones romanas como parte de la represión contra la gran rebelión judía que se estaba librando esos días. ¿Cómo interpretaron los cristianos este acontecimiento? Según Lucas, el Señor previó esta desgracia y lloró por la Ciudad Santa. Era lamentable que el pueblo elegido no hubiera sabido reconocer la visita de Dios. Y, en lugar de acoger a su enviado, lo harán crucificar fuera de los muros de Jerusalén a manos de la misma gente (los romanos) que cuarenta años después reprimirían brutalmente al pueblo. Acoger a Jesús, afirma Lucas, habría conducido a Israel por otros caminos, por las sendas de la paz.
Oración: Señor, ablanda nuestros corazones para que no nos cerremos a tu paso por nuestras vidas.
Viernes 21
Presentación de la Bvda. Virgen María (MO)
1 M 4, 36-37.52-59; Sal: 1 Cro 29, 10-12; Lc 19, 45-48
Evangelio: En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero ustedes la han hecho una “cueva de bandidos”». Todos los días enseñaba en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con Él, pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de Él, escuchándolo.
Reflexión: Después de un largo recorrido (Lc 9, 51—19, 27), Jesús arriba finalmente a Jerusalén y lo primero que hace es acudir al corazón de la ciudad, el templo. Pero, para sorpresa suya, lo halla convertido en un mercado más que en un lugar de oración. Las ambiciones económicas se han sobrepuesto a las necesidades espirituales. Por eso, estalla en cólera y expulsa a los vendedores. El impacto de esta reacción de Jesús lo vemos en la conspiración inmediata que empiezan a urdir los jefes del pueblo. Traman cómo callarlo lo antes posible para que no siga amenazando sus intereses. La actitud del pueblo, en cambio, es totalmente opuesta, ellos estaban pendientes de sus labios. Ojalá nosotros pertenezcamos a este segundo grupo.
Oración: Señor Jesús, permite que también nosotros vivamos pendientes de tus labios, siempre a la escucha de tu Palabra.
O bien el texto litúrgico de la memoria
Za 2, 14-17; Sal: Lc 1, 46-55; Mt 12, 46-50
Evangelio: Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con Él. Uno se lo avisó: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo». Pero Él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Reflexión: La novedad del Evangelio le da un sentido diferente a todo, incluso a las relaciones familiares. La reacción de Jesús frente al aviso de que estaban allí su madre y sus hermanos puede parecer un desplante. ¿Se niega a recibirlos? A simple vista da esa impresión. Sin embargo, observando con cuidado, aquí Jesús solo aprovecha la ocasión para presentar la nueva familia que desea conformar, aquella que nace de la escucha y práctica de la Palabra de Dios. Su madre, más que nadie, encabezaba esta familia. ¿Quién más que ella fue oyente de la Palabra? Sus «hermanos» también se integrarán a esta familia, al punto de que Santiago llegó a ser cabeza de la Iglesia de Jerusalén.
Oración: Padre bueno, te damos gracias porque nos invitas a formar parte de tu familia; queremos escuchar tu voz y cumplir tu voluntad con amor y alegría.
Sábado 22
Santa Cecilia, virgen y mártir (MO)
1 M 6, 1-13; Sal 9, 2-4.6.16.19; Lc 20, 27-40
Evangelio: En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahám, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro». Y ya no se atrevían a hacerle más preguntas.
Reflexión: Este pasaje podríamos calificarlo como solamente un diálogo interreligioso. Todo está bien planteado desde una visión filosófica y antropológica. Pero la vida futura va más allá de la que conocemos aquí. Ni siquiera el matrimonio ya será necesario allí, afirma Jesús. La resurrección introduce una dimensión nueva y absoluta, que la razón humana nunca entenderá del todo. Pero la fe permite abrir los ojos de la mente y el corazón a toda persona que busca la verdad del amor, que es el sentido de la existencia humana y de la creación. Es un camino necesario y útil que debemos recorrer junto a hombres y mujeres de diferentes confesiones, credos y modos de pensar, para construir una sociedad de sana convivencia.
Oración: Señor, tú eres un Dios de vivos y no de muertos, ayúdanos a vivir bajo esta convicción.
Domingo 23
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo (S)
2 S 5, 1-3; Sal 121, 1-2.4-5; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43
Evangelio: Cuando Jesús estaba ya crucificado, el pueblo estaba allí mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el elegido». Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima de Él una inscripción: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Nosotros la sufrimos justamente porque recibimos el pago de lo que hicimos, en cambio, Él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Reflexión: Un rey consagrado en una cruz, esa es la realeza de Jesús que celebramos hoy. La realeza es quizás una de las mayores aspiraciones humanas porque da acceso a dos de nuestras mayores ambiciones: poder y riquezas. Jesús, en cambio, nos muestra un camino completamente distinto. Su poder no reside en la prepotencia, en el dominio, sino en la entrega de sí mismo, su único poder es el amor. A Él le ha confiado Dios el destino del universo, no a los poderes caprichosos y prepotentes que gobiernan nuestros pueblos. Por eso, esta fiesta nos llena de esperanza, sabemos en qué manos está nuestra vida y el destino del universo.
Oración: Padre bueno, gracias por habernos confiado en las manos de tu amado Hijo.
Lunes 24
Ss. Andrés Dung-Lac, Pbro. y Comps., Mrs. (MO)
Dn 1, 1-6.8-20; Sal: Dn 3, 52-56; Lc 21, 1-4
Evangelio: En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo: «En verdad les digo que esa pobre viuda ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Reflexión: Más que en la cantidad del dar, Jesús se fija en la calidad de la ofrenda, la intención y las motivaciones que nos mueven. El Señor, pues, mira al mundo con criterios diferentes. Una viuda pobre, que echa apenas dos moneditas da más que todos, más incluso que los ricos y sus grandes ofrendas. ¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia entre ella y los demás? Ella da lo que necesita para vivir, los otros ofrecen de lo que les sobra. Es fácil ser generoso con aquello que no nos hace falta, pero la actitud de la viuda demuestra una confianza total en Dios. Da todo lo que tiene porque se abandona en las manos del Señor. No la mueve el afán de ostentación, sino una fe sólida en Dios. A esto nos invita su ejemplo.
Oración: Señor, ayúdanos a ser como tú, a aprender siempre de la fe de los humildes.
Martes 25
Santa Catalina de Alejandría (ML)
Dn 2, 31-45; Sal: Dn 3, 57-61; Lc 21, 5-11
Evangelio: En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «Esto que contemplan, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?». Él dijo: «Miren que nadie los engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayan tras ellos. Cuando oigan noticias de guerras y de revoluciones, no tengan pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida». Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo».
Reflexión: Es típico del lenguaje apocalíptico dar realce a desgracias y calamidades que antecederán a la irrupción del momento final. En Israel (y luego en el cristianismo), se recurría a él principalmente en tiempos de crisis. ¿Qué podían hacer los creyentes en situaciones así? Refugiarse en el Señor y esperar en Él. Esa es la única manera de no caer en el abismo de la desesperanza y el pesimismo. Y así también nos prevenimos de andar corriendo detrás de tantas ofertas de salvación y falsos mesías que suelen presentarse, más en contextos adversos. Confiar en el Señor nos da la serenidad para atravesar los dolores de parto y llegar firmes al momento del alumbramiento final, aquel en que Dios será todo en todos y en todo.
Oración: Señor, danos la gracia de confiar y esperar siempre en ti para no hundirnos en la desesperanza.
Miércoles 26
Beato Santiago Alberione, fundador
Dn 5, 1-6.13-14.16-17.23-28; Sal: Dn 3, 62-67; Lc 21, 12-19
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Les echarán mano, los perseguirán, entregándolos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndolos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto les servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, métanse bien en la cabeza que no tienen que preparar su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario de ustedes. Y hasta sus padres, y parientes, y hermanos, y amigos los entregarán, y matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de su cabeza perecerá; con su perseverancia salvarán sus almas».
Reflexión: Prosigue Jesús con su discurso apocalíptico; de los dolores de parto del mundo, pasa ahora a las adversidades que deben atravesar los discípulos. Jesús habla de encarcelamientos, persecuciones, traiciones y odio del pueblo. No parece ser una oferta alentadora, pero Jesús es realista. De verdad fue eso lo que experimentaron muchas comunidades cristianas de los primeros siglos, y aún hoy algunas siguen padeciendo lo mismo en lugares donde son minoría. No obstante, el énfasis no está en el sufrimiento, sino en la certeza de que el Señor estará a nuestro lado, aún más en medio de los padecimientos, pues Él es nuestra defensa y nuestra esperanza.
Oración: Señor, llénanos de tu amor y quédate junto a nosotros para infundirnos fortaleza y serenidad.
Jueves 27
Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
Beata Catalina de María Rodríguez
Dn 6, 12-28; Sal: Dn 3, 68-74; Lc 21, 20-28
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando vean a Jerusalén sitiada por ejércitos, sepan que entonces está cerca su destrucción. Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en medio de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos, que no entren en ella; porque estos son “días de venganza” para que se cumpla todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Porque habrá una gran calamidad en esta tierra y un castigo para este pueblo. “Caerán a filo de espada”, los llevarán cautivos “a todas las naciones”, y “Jerusalén será pisoteada por gentiles”, hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza; se acerca su liberación».
Reflexión: Los pasajes que venimos leyendo estos días buscan contextualizar lo que sería el regreso glorioso del Señor. Si su primera venida ocurrió en el anonimato, la segunda estará marcada por sucesos de dimensión cósmica. Su manifestación gloriosa, sin embargo, estaría precedida por tiempos de desolación y calamidades que harán tambalear al mundo. Así lo imaginaba el pensamiento apocalíptico. Pero detrás de este lenguaje nos transmite al menos dos certezas. Primera, la seguridad de que el Señor no es ajeno, no está ausente cuando el caos parece cernirse sobre el mundo. Segundo, la última palabra la tiene Dios, porque Él sostiene los pilares de la creación. Por eso, incluso en medio de la desolación, los discípulos podemos alzar la cabeza porque se acerca nuestra liberación.
Oración: Gracias, Señor, porque tú nos enseñas a mirar de otra forma las tempestades de la vida. Tú sostienes nuestra esperanza.
Viernes 28
Santa Catalina Labouré, virgen
Dn 7, 2-14; Sal: Dn 3, 75-81; Lc 21, 29-33
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola: «Fíjense en la higuera y en todos los demás árboles: cuando ven que ya echan brotes, conocen por ustedes mismos que ya está llegando el verano. Igualmente ustedes, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que está cerca el Reino de Dios. En verdad les digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».
Reflexión: Este es un bello pasaje que cierra la sección apocalíptica de Lucas. La imagen de la higuera al comenzar la primavera ilustra muy bien el mensaje de Jesús. Durante el invierno esta planta pierde sus hojas. Quien no la conoce, ¿cómo imaginaría que luego, con la primavera, rebrotaría con nueva vida? Lo mismo suele sucedernos a nosotros. Cuando estamos sumidos en problemas, nos cuesta pensar en otras posibilidades, en un mundo distinto. Jesús nos ofrece otro horizonte. Nos da la certeza de que detrás del caos y la crisis, se aproxima el Reino de Dios. Él será su palabra definitiva, no las desgracias.
Oración: Señor, sé nuestra luz, sé nuestra fortaleza.
Sábado 29
San Saturnino, obispo y mártir
Dn 7, 15-27; Sal: Dn 3, 82-87; Lc 21, 34-36
Evangelio: En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Tengan cuidado de ustedes, no sea que se emboten sus corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se les eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estén, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que puedan escapar de todo lo que está por suceder y mantenerse en pie ante el Hijo del Hombre».
Reflexión: Al finalizar el ciclo litúrgico, Jesús nos deja con una exhortación que debe resonar en todo momento: estén atentos siempre. Solo así podemos perseverar y permanecer de pie ante cualquier calamidad o circunstancia que turbe nuestra vida y nuestra fe. Una vida despierta, amparada en la fuerza de la oración puede sostenernos incluso en medio de las calamidades. Permanecer en vela es la clave para la vida cristiana en tiempos normales, y también es lo que nos abre el corazón de Dios en momentos de desasosiego y crisis.
Oración: Bendito seas, Señor, porque tú nos sostienes con la fuerza de tu gracia.
Domingo 30
I de Adviento (Ciclo A)
Is 2, 1-5; Sal 121, 1-2.4-9; Rm 13, 11-14a; Mt 24, 37-44
Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del Hombre, pasará como en tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por lo tanto, estén en vela, porque no saben qué día vendrá su Señor. Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por eso, estén también ustedes preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del Hombre».
Reflexión: Adviento, tiempo de gracia, tiempo de espera, tiempo para renovar actitudes, para renovar la vida. Este es un periodo propicio para repensar nuestra vida y dejar que Dios la vaya moldeando. Así, la celebración del nacimiento del Hijo de Dios será para nosotros un renacimiento en la fe, una fe con más convicción, con más entusiasmo, con mayor entrega. Por eso, a lo largo de estos días, la liturgia, nos exhorta insistentemente a estar preparados, a estar bien dispuestos para que el Señor nazca en nosotros, en nuestras familias, en la sociedad. Él viene a darnos vida y vida en abundancia, basta que estemos dispuestos a acogerlo.
Oración: Ven, Señor Jesús, que te esperamos. |