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MEDITACIÓN DIARIA
DEL EVANGELIO - SEPTIEMBRE 2025
-Por Padre Jesús Antonio Weisensee Hetter-

Intención del Papa para el mes de septiembre: Oremos para que, inspirados por San Francisco, experimentemos nuestra interdependencia con todas las criaturas, amadas por Dios y dignas de amor y respeto.

 

Lunes 01
San Egidio, abad
1 Ts 4, 13-18; Sal 95, 1.3-5.11-13; Lc 4, 16-30

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en Él. Y Él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero Jesús les dijo: «Sin duda me dirán aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «En verdad les digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo asegurarles que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Reflexión: Este pasaje marca la transición de Jesús del anonimato a una vida pública. Todo inicia en su tierra natal. Su fama ya había empezado a correr y sus paisanos tienen los ojos fijos en Él, todos estaban a la expectativa para escucharlo el sábado en la sinagoga. Los sorprende con un pasaje del profeta Isaías, cuyas palabras, según afirma, definen su proyecto mesiánico. La gente, al inicio, se admira de su sabiduría, pero luego les asalta la duda, les domina el escepticismo. ¿Cómo un simple campesino como ellos podía ser el enviado de Dios? De la ira pasan a la agresión cuando Jesús les reprocha su incredulidad. Así, Lucas preanuncia el destino que le espera al Señor.

Oración: Señor Jesús, concédenos la gracia de ser sensibles a lo que nos revelas y ayúdanos a vivir según tu corazón.

Martes 02
San Elpidio
1 Ts 5, 1-6.9-11; Sal 26, 1.4.13-14; Lc 4, 31-37

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad. Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu de demonio inmundo y se puso a gritar con fuerte voz: «¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Pero Jesús le increpó diciendo: «¡Cállate y sal de él!». Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño. Quedaron todos asombrados y comentaban entre sí: «¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen». Y su fama se difundía por todos los lugares de la comarca.

Reflexión: Como en Nazaret, Jesús despierta admiración allí donde llegaba. Así ocurre con la gente de Cafarnaún, que también queda fascinada de la autoridad de su palabra. Cuanto dice va acompañado de signos, de obras que lo corroboran. Pero resulta curioso, que mientras la gente y sus discípulos no terminaban de descifrar la verdadera identidad del Maestro, son los demonios quienes lo reconocen: «Tú eres el Santo de Dios, has venido a acabar con nosotros», le gritan. Frente a Jesús, el mal va en retroceso. Su autoridad se basa, pues, en su coherencia y en la efectividad de su palabra para destruir a las fuerzas del mal.

Oración: Señor Jesús, abre nuestros corazones para acogerte como lo que eres: la Palabra definitiva del Padre.

Miércoles 03
San Gregorio Magno, Papa y doctor (MO)
Col 1, 1-8; Sal 51, 10-11; Lc 4, 38-44

Evangelio: En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella. Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y Él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían: «Tú eres el Hijo de Dios». Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que Él era el Mesías. Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto. La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos. Pero Él les dijo: «Es necesario que proclame el Reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado». Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Reflexión: Jesús, el que sana toda dolencia, el taumaturgo, así empezó a reconocerlo el pueblo. Por eso, todos acuden a Él para que los cure y libere de las fuerzas del mal. Estos signos, esta fuerza sanadora formaba parte de su anuncio de la Buena Nueva del Reino. Ante esto, la reacción inicial de la gente fue la habitual: trataban de retenerlo con ellos para que esté siempre a su disposición, para que les resuelva todos sus problemas. Sorprende, sin embargo, la ternura de Jesús. No se altera, no los recrimina por egoístas. Los hace entrar en razón para que comprendan que el anuncio del Reino debía llegar a todos los pueblos. Esa era su misión y ellos ya no insisten más.

Oración: Señor Jesús, enséñanos a llevar tu Palabra allí donde nos envíes.

Jueves 04
Santa Rosalía de Palermo, virgen
Col 1, 9-14; Sal 97, 2-6; Lc 5, 1-11

Evangelio: En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la Palabra de Dios. Estando Él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echen sus redes para la pesca». Respondió Simón y dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Reflexión: Una pesca milagrosa que transforma la vida de unos pescadores. Ellos estaban limpiando sus redes, frustrados después de una jornada infructífera. Pero un predicador los invita a confiar en su Palabra y volver a echar las redes a pleno día. ¿No era absurdo? ¿Qué podían pescar a esa hora? Simón, sin embargo, se fía de Él: «Si tú lo dices, echaré las redes». He aquí el secreto de la vida cristiana, caminar bajo la dirección de la Palabra del Señor. Los frutos los vemos enseguida: una enorme redada, que abre camino a la hermandad, al compartir. Pero más importante aún que los peces es el inicio de una vocación común: «Desde ahora serás pescador de hombres». Es en esto en lo que nos convierte el encuentro con Jesús.

Oración: Señor, transfórmanos también como a Simón y sus compañeros para que seamos partícipes de tu misión.

Viernes 05
Santa Teresa de Calcuta, religiosa
Col 1, 15-20; Sal 99, 1-5; Lc 5, 33-39

Evangelio: En aquel tiempo, los fariseos y los escribas dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber». Jesús les dijo: «¿Acaso pueden hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en aquellos días». Les dijo también una parábola: «Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque, si lo hace, el nuevo se rompe y al viejo no le cuadra la pieza del nuevo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos: porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los odres y se derramará, y los odres se estropearán. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que pruebe vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: “El añejo es mejor”».

Reflexión: Para los fariseos, el ayuno es una norma, un deber a cumplir, no les suscitaba alegría. La presencia de Jesús, por el contrario, es fiesta, boda; de allí la crítica que formulan sobre sus discípulos: no hacen más que «comer y beber». Las normas deberían facilitar nuestras relaciones con Dios y con los demás. Pero cuando ellas se transforman en metas de la vida, ya no pueden ofrecer libertad; al contrario, esclavizan. No seguimos a Jesús para cumplir normas, sino para estar con Él y asimilar su forma de vivir y actuar. Eso exige un cambio radical, pues no se puede seguir al Señor con actitudes viejas. Al contrario, «a vino nuevo, odres nuevos». ¿Estamos dispuestos a dar ese paso?

Oración: Señor, ayúdanos a renovar nuestra vida bajo la luz de tu Evangelio.

Sábado 06
San Eleuterio
Col 1, 21-23, Sal 53, 3-4.6.8; Lc 6, 1-5

Evangelio: Un sábado, iba Jesús caminando por medio de un sembrado y sus discípulos arrancaban y comían espigas, frotándolas con las manos. Unos fariseos dijeron: «¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?». Respondiendo Jesús, les dijo: «¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, y tomando los panes de la proposición, que solo está permitido comer a los sacerdotes, comió él y dio a los que estaban con él». Y les decía: «El Hijo del Hombre es señor del sábado».

Reflexión: Uno de los logros más destacados de Israel fue su legislación, entre otras normas, el descanso sabático. El sábado estaba destinado al descanso de personas y animales y a dedicar un tiempo para alabar a Dios. Con el tiempo, sin embargo, se fueron añadiendo tantas leyes que regulaban cómo guardar ese día, que se le quitó su auténtico espíritu. Más que un día de libertad, se transformó en una pesada carga. Hasta recoger espigas estaba prohibido, como vemos en el pasaje de hoy. Jesús, no obstante, se muestra libre frente a este legalismo y busca devolverle al sábado su verdadero sentido: estar al servicio de las personas, no al revés.

Oración: Señor, ilumina a nuestras naciones para que sus leyes siempre estén al servicio de las personas y del bien común.

Domingo 07
XXIII del Tiempo Ordinario
Sb 9, 13-18; Sal 89, 3-6.12-14.17; Flm 9b-10.12-17; Lc 14, 25-33

Evangelio: En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, una vez puestos los cimientos, no puede acabarla y se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de terminar”. ¿O qué rey, si va a dar batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, envía delegados para pedir condiciones de paz. Lo mismo ustedes: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Reflexión: Jesús nos invita a todos a seguirlo para hallar vida plena en Él. A algunos los llama a un seguimiento más exigente y les pide una respuesta incondicional, sin titubeos. Su adhesión debe estar por encima de los vínculos familiares o el apego a los bienes. Por eso, seguir al Señor exige docilidad plena y confianza total. Esto requiere que seamos precavidos y nos aprovisionemos con todo lo necesario para el camino. Sí, necesitamos buena disposición, pero también apertura a la gracia de Dios, pues no todo depende de nuestro esfuerzo. El Señor capacita a los que llama, pero nos pide que le permitamos actuar en nosotros.

Oración: Señor, danos tu gracia para responder a tu llamado con plena disponibilidad.

Lunes 08
Natividad de la Bvda. Virgen María (F)
Mi 5, 1-4a; o bien Rm 8, 28-30; Sal 12, 6; Mt 1, 1-16.18-23 F. B. Mt 1, 18-23

Evangelio: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahám. Abrahám engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá, y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés a Esrón, Esrón a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz; Booz engendró de Rut a Obed; Obed a Jesé, Jesé engendró a David, el rey. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón a Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amós, Amós a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia. Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Aquim a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».

Reflexión: Es una alegría celebrar el cumpleaños de María. Ella nos enseña a ser discípulos de su hijo Jesús, pues todo en ella estuvo en función de su Hijo, nada suyo estaba centrado en sí misma. Por eso, venerarla y ampararnos en su maternal protección siempre nos conduce a su Hijo. Hoy, en el día de su natalicio, podemos apreciar cómo el Señor actuó en ella. Aunque seguramente tenía otros planes, supo decirle sí a Dios y asumir los riesgos de su decisión. Podía ser repudiada, pero se atrevió a depositar su total confianza en Dios.

Oración: Santa María, nos encomendamos a tu amor porque tú nos ayudas a ser mejores discípulos de tu Hijo.

 

Martes 09
San Pedro Claver, presbítero (ML)
Col 2, 6-15; Sal 144, 1-2.8-11; Lc 6, 12-19

Evangelio: En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote; Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Después de bajar con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

Reflexión: Lucas reitera a menudo que, antes de cada decisión importante, Jesús pasaba la noche en oración. Así ocurre con la elección de los Doce, a quienes llamó para que lo acompañaran de manera permanente y compartieran su misión. El Señor escogió este grupo para que prosiguieran con el anuncio del Reino cuando Él ya no estuviera. Tenía claro que su propuesta se prolongaría en el tiempo por medio de su comunidad de discípulos, la Iglesia. Ella seguiría haciendo presente en el mundo su fuerza sanadora y liberadora.

Oración: Señor Jesús, como tú, enséñanos a orar antes de cada decisión importante de nuestra vida.

Miércoles 10
San Nicolás de Tolentino, religioso
Col 3, 1-11; Sal 144, 2-3.10-13; Lc 6, 20-26

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tienen hambre, porque quedarán saciados. Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán. Bienaventurados ustedes cuando los odien los hombres, y los excluyan, y los insulten y proscriban su nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían sus padres con los profetas. Pero ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya han recibido su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que están saciados, porque tendrán hambre! ¡Ay de los que ahora ríen, porque harán duelo y llorarán! ¡Ay si todo el mundo habla bien de ustedes! Eso es lo que sus padres hacían con los falsos profetas».

Reflexión: Las cuatro bienaventuranzas de Lucas están dirigidas a los pobres, a quienes pasan hambre y a los afligidos. Jesús les indica que, más allá de su sufrimiento actual, está la promesa de Dios de que un día cambiará su situación. Estas frases, pues, no se agotan en el diagnóstico, más bien, aseguran que Dios está actuando en la historia. Los cuatro ayes, por su parte, son una advertencia para aquellos que se sienten seguros y están tranquilos con su posición social. Son los ricos, los que no tienen necesidades materiales. Lo que se condena de ellos es su indiferencia, su apatía ante el dolor ajeno, su inacción por construir un mundo más justo.

Oración: Señor Jesús, danos un corazón generoso y compasivo como el tuyo para no ser indiferentes a los sufrimientos del prójimo.

Jueves 11
San Juan Gabriel Perboyre
Col 3, 12-17; Sal 150, 1-6; Lc 6, 27-38

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: A ustedes los que me escuchan les digo: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás como quieren que ellos los traten. Pues, si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacen bien solo a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestan a aquellos de los que esperan cobrar, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada; será grande su recompensa y serán hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midieran se les medirá a ustedes.

Reflexión: Seguimos leyendo el sermón del llano, que equivale al sermón de la montaña de Mateo. Ahora Jesús presenta el mensaje central de su Evangelio: sean misericordiosos como el Padre es misericordioso. Este es el pilar de la vida cristiana, ser partícipes del amor del Padre hacia todos sus hijos, hacia todas sus criaturas. Por eso, seguir a Jesús implica adhesión y comunión existencial con Él para realizar el proyecto de amor de Dios. Entonces seremos de verdad «hijos del Altísimo». La vida cristiana, en consecuencia, es comunión con el Padre en el Hijo, pues ¿quién más que Jesús nos enseña a ser misericordiosos como lo es Dios?

Oración: Padre de bondad, llena nuestros corazones de tu amor para que seamos compasivos con los demás como lo eres tú.

Viernes 12
Santísimo Nombre de María (ML)
1 Tm 1, 1-2.12-14; Sal 15, 1-2.5.7-8.11; Lc 6, 39-42

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la paja que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano».

Reflexión: En una sociedad marcada por el relativismo, donde todo da igual, donde la verdad es circunstancial, ¿puede alguien convertirse en guía de otros? En asuntos de fe, de conciencia, de moral necesitamos ver, requerimos un rumbo, aquel que hallamos en el Evangelio, en la revelación. Nuestra fe, pues, tiene un fundamento y, si bien se adapta a las circunstancias históricas y culturales, estas no la definen. Por eso, para ayudar al hermano a ver, para orientarlo hacia Jesús, necesitamos primero limpiar la propia vista; llenarnos de la luz de la Buena Noticia. De lo contrario, solo seremos guías ciegos.

Oración: Señor, cura nuestras cegueras para ver la vida bajo la luz de tu Evangelio.

Sábado 13
San Juan Crisóstomo, obispo y doctor (MO)
1 Tm 1, 15-17; Sal 112, 1-7; Lc 6, 43-49

Evangelio: En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. ¿Por qué me llaman “Señor, Señor”, y no hacen lo que digo? Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, les voy a decir a quién se parece. Se parece a uno que edificó una casa, cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».

Reflexión: «El árbol se conoce por su fruto». Este es un refrán muy lúcido, mucho más en cuestiones de fe. No basta una relación superficial con Dios, una confesión de pura palabra. Aunque este gesto sea importante, el verdadero termómetro de la fe está en la vida. Es esta la que dirá si nuestros frutos, nuestros actos son coherentes con lo que profesamos. Para ilustrarlo, Jesús nos plantea una parábola. Es fácil llamarlo «Señor, Señor», el desafío reside en vivir realmente según su Evangelio. Esta diferencia define si edificamos sobre roca o sobre arena.

Oración: Sondea, Señor, si nuestra vida es coherente y guíanos por el camino recto.

Domingo 14
XXIV del Tiempo Ordinario
Ex 32, 7-11.13-14; Sal 50, 3-4.12-13.17.19; 1 Tm 1, 12-17; Lc 15, 1-32; F. B. Lc 15, 1-10

Evangelio: En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de ustedes tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y va a los vecinos para decirles: “¡Alégrense conmigo! He encontrado la oveja que se me había perdido”. Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: “¡Alégrense conmigo! He encontrado la moneda que se me había perdido”. Les digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta». También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde”. El padre les repartió los bienes. Pocos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, partió a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces a servir a casa de un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; pero nadie le daba de comer. Entonces recapacitó y se dijo: “¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Ahora mismo me pondré en camino, e iré a la casa de mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus trabajadores”. Se puso en camino hacia donde estaba su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y corrió a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. El hijo empezó a decirle: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido, y ha sido encontrado”. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando, al volver, se acercaba a la casa, oyó la música y el baile y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano y salvo”. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba convencerlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con prostitutas, haces matar para él el ternero más gordo”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y lo hemos encontrado”».

Reflexión: El capítulo 15 de Lucas es emblemático porque nos muestra cómo es Dios, nos revela hasta dónde llega su corazón misericordioso. Lucas reúne aquí tres parábolas que responden a las murmuraciones de los fariseos: ¿cómo Jesús, si era hombre de Dios, podía acoger a los pecadores y sentarse a su mesa? El Dios «santo» que tenían en mente no podía consentir eso, Él rechaza al pecador, pensaban. Jesús, en cambio, con tres parábolas les ilustra lo contrario, la incansable búsqueda de Dios para que sus hijos descarriados, los pecadores, vuelvan a Él. No solo está dispuesto a perdonarlos, sino que los acoge con alegría y fiesta. Este es el Dios de Jesús en quien creemos.

Oración: Padre santo, danos un corazón como el tuyo para sembrar misericordia en el mundo, más que odio y rechazo.

O bien
Exaltación de la Santa Cruz (F)
Nm 21, 4b-9; Sal 77, 1-2.34-38; Flp 2, 6-11;
Jn 3, 13-17

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí». Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. La gente replicó: «La Escritura nos dice que el Mesías seguirá aquí para siempre; ¿cómo dices tú que el Hijo del Hombre tiene que ser levantado en alto? ¿Quién es ese Hijo del Hombre?». Jesús les contestó: «Todavía les queda un rato de luz; caminen mientras tiene luz, antes que les sorprendan las tinieblas. El que camina en tinieblas no sabe a dónde va; mientras hay luz, fíense de la luz, para que sean hijos de la luz».

Reflexión: La cruz de Jesús, lo dice san Pablo, es locura para los judíos y necedad para los griegos, un misterio que desborda nuestras lógicas, esas imágenes del Dios todopoderoso y ajeno a nuestras limitaciones. Desde su cruz, podemos contemplar de otro modo los mayores dilemas de la existencia humana: el sufrimiento, el dolor y la muerte. Jesús, con su entrega en la cruz, abrió un horizonte nuevo. Dios no es extraño a nuestros padeceres, en su Hijo ha asumido nuestra humanidad hasta sus últimas consecuencias y, con su resurrección, ha irradiado con una luz nueva nuestra existencia. Al otro lado, nos esperan Él y la vida plena.

Oración: Gracias, Señor Jesús, porque, en tu cruz, nos has revelado el amor total e incondicional del Padre.

Lunes 15
Bvda. Virgen María de los Dolores (MO)
Hb 5, 7-9; Sal 30, 2-6.15-16.20; Jn 19, 25-27; o bien Lc 2, 33-35

Evangelio: En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Reflexión: La celebración de la Virgen de los Dolores es una de las más sentidas de la devoción popular. Contemplamos a una mujer, una madre ante la cruz de su Hijo, lo ve padecer y morir. Debió desgarrársele el corazón. De esa forma, María reúne en sí y canaliza el dolor de tantas personas que, silenciosa o abiertamente, cargan con enormes padecimientos que desangran el alma y quitan la vida. El Señor, desde su cruz, nos dice que no estamos solos, nos ha dejado a su propia madre para que nos acompañe en las alegrías y en los sufrimientos de la vida. Ella nos dará luz y consuelo incluso allí donde nada tiene sentido.

Oración: Gracias, María, porque tú no nos dejas solos, nos acompañas siempre, en el dolor y en la dicha.

O bien los textos litúrgicos del día:
1 Tm 2, 1-8; Sal 27, 2.7-9; Lc 7, 1-10

Evangelio: En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, el centurión le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestra gente y nos ha construido la sinagoga». Jesús se puso en camino con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes; porque no soy digno de que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir a ti personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque también yo soy un hombre sometido a una autoridad y con soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; y a mi criado: “Haz esto”, y lo hace». Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Les digo que ni en Israel he encontrado tanta fe». Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

Reflexión: Un centurión acude a Jesús en busca de ayuda para un servidor suyo. En el desenlace de la escena, Jesús se asombra por la fe de este extranjero: «Ni en Israel he encontrado tanta fe». Es una expresión fuerte y, seguro, inesperada para los judíos allí presentes, incluso para los discípulos. Pero el amor es así, no tiene fronteras, no distingue ni color ni religión. Jesús nos lo enseña con su ejemplo. Y de esa forma presenta el proyecto del Padre, que es capaz de penetrar todas las estructuras, incluso las más herméticas. Cuando tenemos delante a alguien que sufre y nos dejamos tocar por ese sufrimiento, nuestro corazón nos cambia la mente, y esta, a su vez, transforma nuestra manera de ver el mundo, desaparecen las fronteras y las divisiones.

Oración: Ayúdanos, Señor, a no juzgar a nadie y a aceptar incluso a los que profesan una fe distinta a la nuestra.

Martes 16
Ss. Cornelio, Pp. y Cipriano, Ob., Mrs. (MO)
1 Tm 3, 1-13, Sal 100, 1-3.5-6; Lc 7, 11-17

Evangelio: En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con Él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.

Reflexión: Jesús curaba a la gente de múltiples dolencias, expulsaba demonios, calmaba tempestades. Pero ahora se nos presenta un caso de otro nivel. Él también tiene autoridad sobre la muerte. La situación era extremadamente grave y penosa. Una viuda, ya de por sí excluida por esa condición, acaba de perder a su único hijo. Ahora, sin nadie que la ayude, queda en total desamparo. Por eso, el Señor «tuvo compasión de ella», y le devolvió a su hijo. De allí, la sorpresa general de la gente que reconoce a un gran profeta, a Dios mismo visitando a su pueblo.

Oración: Señor, infúndenos un corazón compasivo como el tuyo para no ser indiferentes al dolor del prójimo.

Miércoles 17
San Roberto Belarmino, obispo y doctor (ML)
1 Tm 3, 14-16; Sal 110, 1-6; Lc 7, 31-35

Evangelio: En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes? Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: “Hemos tocado la flauta y no han bailado, hemos entonado lamentaciones, y no han llorado”. Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y dicen: “Tiene un demonio”; vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: “Miren qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón».

Reflexión: Dios se manifiesta a su pueblo, pero ¿con qué actitud recibimos su revelación? ¿Dejamos que ella ilumine nuestra vida? En el Evangelio de hoy Jesús nos plantea la disonancia entre el mensaje y la respuesta. Viene Juan, que lleva una vida austera (se viste con piel de camello, se alimenta de lo que halla en el desierto), y lo llaman endemoniado. Es decir, lo declaran loco, solo dice disparates. Llega Jesús, que no rechaza las invitaciones a comer, incluso de los publicanos y pecadores, y lo llaman «comilón y borracho», por tanto, indigno de crédito, porque está más pendiente de su vientre que de otra cosa. A menudo nos inventamos miles de excusas para no oír la voz de Dios.

Oración: Abre, Señor, nuestros corazones para que te aceptemos tal cual eres, no según nuestros intereses.

Jueves 18
Santos José de Cupertino y Juan Macías
1 Tm 4, 12-16; Sal 110, 7-10; Lc 7, 36-50

Evangelio: En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora». Jesús respondió y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Él contestó: «Dímelo, Maestro». Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, les perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?». Respondió Simón y dijo: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Le dijo Jesús: «Has juzgado rectamente». Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco». Y a ella le dijo: «Han quedado perdonados tus pecados». Los demás convidados empezaron a decir entre ellos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».

Reflexión: Esta mujer acude a Jesús sin miedo a las miradas despectivas de los demás convidados y del anfitrión. Conocía quizás a Jesús o había oído que Él no andaba despreciando a los pecadores como hacían los fariseos. Por eso, se acerca con confianza. No pronuncia palabra alguna, sus lágrimas, sus gestos hablan por sí mismos de su profundo arrepentimiento. Sabe que Jesús habla de un Dios misericordioso que acoge a todos los que quieren volver a Él. Es claro entonces que a ella se le perdona sus muchos pecados porque ha mostrado mucho amor. Lo importante al pedir perdón no son las explicaciones, sino el amor que se tiene, la intención de volver a vivir según los caminos del Señor.

Oración: Señor, danos un corazón contrito para enmendar nuestros errores y saber volver a ti.

Viernes 19
San Genaro, obispo y mártir (ML)
1 Tm 6, 2c-12; Sal 48, 6-10.17-20; Lc 8, 1-3

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios, acompañado por los Doce y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

Reflexión: En una cultura con predominio de los varones, marcada por el patriarcalismo, Lucas es cuidadoso también en hablar de las discípulas, las mujeres que seguían a Jesús. Menciona primero su pasado, en algún momento ellas habían sido curadas por el Maestro de Nazaret y luego se integraron al grupo de discípulos. Si bien, al parecer, se ocupaban de las labores domésticas y las que tenían medios colaboraban con sus bienes, es claro también que fueron asimilando las enseñanzas del Señor. Por eso, luego de la resurrección, muchas mujeres participarán activamente en la evangelización, ya sea como misioneras junto con sus esposos u ocupando puestos de liderazgo en las comunidades.

Oración: Señor, ilumina a tu Iglesia para que promueva una mayor equidad entre varones y mujeres en nuestras comunidades.

 

Sábado 20
Ss. Andrés Kim, Pbro., Pablo Chong y Comps., Mrs. (MO)
1 Tm 6, 13-16; Sal 99, 1-5; Lc 8, 4-15

Evangelio: En aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de toda la ciudad, dijo Jesús en parábola: «Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso y, después de brotar, se secó por falta de humedad. Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, creciendo al mismo tiempo, la ahogaron. Y otra parte cayó en tierra buena y, después de brotar, dio fruto al ciento por uno». Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga». Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola. Él dijo: «A ustedes se les ha otorgado conocer los misterios del Reino de Dios; pero a los demás, en parábolas, “para que viendo no vean y oyendo no entiendan”. El sentido de la parábola es este: la semilla es la Palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al oír, reciben la Palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes y riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro. Los de la tierra buena son los que escuchan la Palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia».

Reflexión: En la versión de Lucas, Jesús narra la parábola del sembrador y la explica enseguida. La semilla, aclara, es la Palabra de Dios y los distintos terrenos, la disposición con que se la recibe y atesora. Algunos somos como el borde del camino, escuchamos la Palabra, pero enseguida es barrida por otras voces y fuerzas. Otros somos como esas tierras sin profundidad; al inicio nos entusiasmamos, pero ni bien surgen dificultades, desterramos la Palabra de nuestra vida. No la dejamos enraizar. Algo similar ocurre con el campo de espinos, pero aquí son otros intereses, el afán de riquezas, las preocupaciones, lo que la impiden crecer. Finalmente, está el suelo fértil, aquel que atesora la Palabra en su corazón y deja que ella moldee su existencia.

Oración: Señor, transforma nuestras vidas en campos fértiles para tu Palabra.

Domingo 21
XXV del Tiempo Ordinario
Am 8, 4-7; Sal 112, 1-2.4-8; 1 Tm 2, 1-8; Lc 16, 1-13; F. B. Lc 16, 10-13

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante su señor de malgastar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Es cierto lo que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido”. El administrador se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el empleo? Para trabajar la tierra no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su señor y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?”. Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Aquí está tu recibo; date prisa, siéntate y escribe cincuenta”. Luego le dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él contestó: “Cien sacos de trigo”. Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe ochenta”. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Y es que, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Por eso les digo: Gánense amigos con el dinero injusto, para que, cuando les falte, los reciban a ustedes en las moradas eternas. El que es de fiar en lo poco, lo es también en lo mucho; el que no es honrado en lo mínimo tampoco en lo importante es honrado. Si no fueron de confianza con el injusto dinero, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no fueron fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún siervo puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará al otro o será fiel a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al dinero».

Reflexión: ¿Defiende Jesús la deshonestidad? Una lectura apresurada de esta parábola puede llevarnos a ese error. La escena gira en torno a la rendición de cuentas de un administrador. Como sabe que ha hecho mal las cosas, se prepara para cuando lo despidan. Es decir, continúa despilfarrando los bienes de su patrón para ganarse «amigos». Jesús no alaba el engaño, sino la astucia con que este personaje sabe ganarse amigos con el dinero injusto. Si amasar dinero es el objetivo de la vida, se lo convierte en un ídolo, se hará de todo con tal de acumularlo, incluso a costa de injusticias y explotación. Por eso, como antídoto, Jesús nos propone el compartir, emplear el dinero injusto para ayudar a los demás.

Oración: Jesús, enséñanos a ser como tú, que dijiste que hay más alegría en dar que en recibir.

Lunes 22
San Mauricio, mártir
Esd 1, 1-6; Sal 125, 1-6; Lc 8, 16-18

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entran vean luz. Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público. Miren, pues, cómo oyen, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener».

Reflexión: El seguimiento de Jesús le da (o debería darle) un sentido nuevo a nuestra vida, que se expresa tanto en la relación con el Señor como en el trato con el prójimo. Supone cultivar una relación continua con Dios, pero, a la vez, hacer vida el proyecto que nos ha revelado por medio de su Hijo. Por eso, así como no tiene sentido encender una lámpara y colocarla debajo de la cama, tampoco lo tiene una fe sin testimonio. El objetivo de nuestra vida cristiana es ser luz para el mundo. La experiencia personal debe estimular y alentar a que otros también emprendan la búsqueda de aquello que nosotros ya hemos encontrado.

Oración: Señor, ayúdanos a iluminar y contagiar a otros con nuestra vida de fe.

Martes 23
San Pío de Pietrelcina, presbítero (MO)
Esd 6, 7-8.12b.14-20; Sal 121, 1-5; Lc 8, 19-21

Evangelio: En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta Él. Entonces lo avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte». Él respondió diciéndoles: «Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen».

Reflexión: El proyecto de Jesús es hacer de la humanidad una sola gran familia, una que nace no de la consanguinidad, sino de la escucha de la Palabra de Dios y su puesta en práctica. Aprovecha la visita de su madre y sus hermanos para presentar esta propuesta a la multitud reunida ante Él. Lanza la invitación a todos para que den el paso y se integren a su gran familia. Como testigos, allí están sus discípulos, que ya han acogido su llamado. Y María misma forma parte ya de esta nueva familia, porque ella más que nadie supo escuchar y poner en práctica la Palabra que recibió por medio del ángel.

Oración: Virgen María, danos oídos atentos a la Palabra de tu Hijo y un corazón bien dispuesto para practicarla.

Miércoles 24
Nuestra Señora de la Merced
Esd 9, 5-9; Sal: Tb 13, 1-5.10; Lc 9, 1-6

Evangelio: En aquel tiempo, habiendo convocado Jesús a los Doce, les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No lleven nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco tengan dos túnicas cada uno. Quédense en la casa donde entren, hasta que se vayan de aquel sitio. Y si algunos no los reciben, al salir de aquel pueblo sacúdanse el polvo de sus pies, como testimonio contra ellos». Se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes.

Reflexión: Jesús instruye a sus apóstoles en la práctica. Los había formado por un buen tiempo, y ahora los involucra directamente en el anuncio del Reino de Dios. Pero deben ir con la confianza puesta en Dios, no en sus propios medios. Así, evitarán creerse dueños de la verdad y dejarán que el Señor actúe en ellos y por medio de ellos. El protagonismo le corresponde a Dios, no a los enviados. Las instrucciones son claras. Deben partir ligeros de equipaje y quedarse en la primera casa donde los reciban, no andar de un lugar a otro buscando el lugar más cómodo. También van preparados para el rechazo y el fracaso. No dejan que estos les impidan seguir adelante.

Oración: Ven, Señor, ven y actúa en nosotros.

Jueves 25
San Vicente María Strambi
Ag 1, 1-8; Sal 149, 1-6.9; Lc 9, 7-9

Evangelio: El tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba con Jesús y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?». Y tenía ganas de verlo.

Reflexión: Para algunos, lo religioso va de la mano con lo sensacionalista, con el espectáculo. Jesús, por el contrario, nunca empleó su vida de fe como un trampolín a la fama, no era un presentador, que buscara divertir e impresionar a la gente. Él quería mostrar un camino de vida, quería anunciar que el Reino de Dios ya estaba germinando en el mundo. La gente lo percibía, reconocía que Dios estaba hablando y actuando por medio de Él. Herodes, en cambio, no quiere verlo porque le interesara su mensaje, solo deseaba saciar su curiosidad. El Señor nos invita a buscarlo por un interés genuino de escuchar su Palabra y dejarnos transformar por ella.

Oración: Señor, purifica nuestras motivaciones para seguirte por el sincero deseo de abrazar tu estilo de vida.

Viernes 26
Ss. Cosme y Damián, mártires (ML)
Ag 2, 1-9; Sal 42, 1-4; Lc 9, 18-22

Evangelio: Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos contestaron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas». Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro respondió: «El Mesías de Dios». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie, porque decía: «El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».

Reflexión: Más o menos a mitad de su ministerio público, Jesús desea averiguar si la gente y sus discípulos van entendiendo su mensaje y su persona. Les formula una doble pregunta: ¿qué dice la gente, qué dicen ustedes? La primera «encuesta» arroja un consenso generalizado en el pueblo: Jesús es un gran profeta, incluso Elías, el más grande de los profetas. ¿Irá más allá el sondeo entre sus seguidores? Pedro se adelanta y contesta: «Tú eres el Mesías de Dios». Para él, Jesús es más que un profeta, es aquel que todos estaban esperando, el Mesías, el instaurador del Reino de Dios. La respuesta es acertada, pero aún les tomará mucho tiempo para aceptar un Mesías crucificado.

Oración: Señor Jesús, enséñanos a aceptarte como eres: el rostro vivo del Dios misericordioso.

Sábado 27
San Vicente de Paúl, presbítero (MO)
Za 2, 5-9.14-15a; Sal: Jr 31, 10-13; Lc 9, 43b-45

En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Métanse bien en los oídos estas palabras: el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.

Reflexión: Este pasaje es muy breve, pero presenta cuestiones muy profundas. Por un lado, existe un contraste chocante entre la admiración general del pueblo y las palabras de luto de Jesús. ¿Por qué no podía alegrarse de ser tan popular? ¿Por qué no dejaba a sus discípulos seguir alimentando sus sueños de grandeza? Por otro lado, está la disonancia entre la claridad de Jesús y la falta de entendimiento de los discípulos. No es la primera vez que anuncia su cruz, pero ellos no comprenden. Y lo peor para cualquier aprendiz, tampoco se atreven a preguntar, no por que tuvieran vergüenza, sino porque intuían que Jesús decepcionaría sus expectativas. Ellos esperaban un Mesías glorioso, lleno de poder.

Oración: Señor Jesús, enséñanos a vivir desde la entrega más que desde las ambiciones de grandeza.

Domingo 28
XXVI del Tiempo Ordinario
Am 6, 1a.4-7; Sal 145, 7-10; 1 Tm 6, 11-16; Lc 16, 19-31

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado junto a la puerta, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahám. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio desde lejos a Abrahám, y a Lázaro junto a él, y gritó: “Padre Abrahám, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahám le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y, además, entre nosotros y ustedes se abre un abismo inmenso, para que no puedan pasar de ahí hasta nosotros”. El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento”. Abrahám le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. El rico contestó: “No, padre Abrahám. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán”. Abrahám le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”».

Reflexión: La parábola del rico epulón y Lázaro es una advertencia contra nuestra indiferencia frente a los demás, sobre todo, ante los necesitados. Es curioso que, en lugar del rico, como es lo usual, solo el mendigo tenga nombre. Jesús nos invita a mirar la realidad desde su perspectiva. Lo vemos recostado a la puerta de un ricachón que, entretenido en sus banquetes, ni siquiera lo ve. Mientras él se atiborra de comida con sus amigos, Lázaro espera siquiera las migajas de su mesa. Al morir, se dividen sus caminos, y solo entonces el rico nota la presencia de Lázaro. Pero ya es tarde, el abismo de la indiferencia es tan profundo que ya no puede haber contacto entre ellos. El rico, como todos nosotros, tenía a mano la Palabra de Dios, pero no la quiso escuchar. Allí hubiera descubierto que Dios prefiere a los últimos y pequeños de este mundo y nos invita a ser como Él.

Oración: Señor, cura nuestra dureza de corazón para que siempre sepamos ver y socorrer a quienes pasan necesidad.

Lunes 29
Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael (F)
Dn 7, 9-10.13-14; o bien Ap 12, 7-12a; Sal 137, 1-5; Jn 1, 47-51

Evangelio: En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de Él: «Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?». Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Natanel respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «Yo les aseguro: verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre».

Reflexión: Todo lo que podemos decir de Dios es aquello que Él nos ha revelado. En el tiempo final, nos habló por medio de su propio Hijo, Jesús. Así nos ha permitido conocerlo de una manera más concreta y vivencial. De todos modos, tampoco sabemos más del mundo de Dios, ni de sus servidores, que llamamos ángeles. Conocemos lo que dicen las Escrituras y lo que nos manifestó Jesús mismo. Así hoy la Iglesia nos invita a celebrar la fiesta de los arcángeles (los jefes de los ángeles) Miguel, que significa «quién como Dios»; Gabriel, «fuerza de Dios»; y Rafael, «Dios sana». Ellos son los seres celestiales que han desempeñado un rol clave en la manifestación de Dios. Por eso, celebramos su festividad llenos de alegría.

Oración: Protégenos, Señor, y guíanos con la presencia de tus santos ángeles.

Martes 30
San Jerónimo, presbítero y doctor (MO)
Za 8, 20-23; Sal 86, 1-7; Lc 9, 51-56

Evangelio: Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de Él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?». Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea.

Reflexión: Este es un pasaje de transición, marca el final de las actividades de Jesús en Galilea y el inicio de su marcha hacia Jerusalén. Sabe, intuye el destino que le espera allí (la cruz), pero tenía que partir para llevar a culmen el proyecto del Padre. Si su vida pública estuvo marcada por el enfrentamiento con las autoridades judías, el comienzo del camino hacia su pasión se inaugura con el rechazo de los samaritanos. Debido a la rivalidad con los judíos, no lo acogen porque se dirige a la capital hebrea. La reacción de Santiago y Juan es prepotente, quieren repetir el suceso de Sodoma y Gomorra por pura venganza. Pero Jesús no es así. Si le cierran una puerta, busca otra, en alguna lo acogerán.

Oración: Señor, ayúdanos a vencer el mal a fuerza de bien; el odio, con el amor.

 
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